sábado, 30 de agosto de 2008

The Japanese Beatles

Some weeks ago I had the pleasure to attend a unique event in a semiunique place. I'm talking about The Cavern... in Tokyo. Yes, that's right, a Japanese version of the famous club in Liverpool that also has a Japanese cover band. Of course, it goes without saying that all covers are renditions of Beatles songs. The guy with grey hair is supposed to be the late John Lennon, and the one right next to him is the reincarnation of George Harrison. There's a little flaw in this line-up though, namely: being five people instead of four. Apparently there are two Paul McCartneys. One of them is playing bass next to George, whereas the other one is the organ expert.

I must admit the club itself is expensive and the food is not that great, definitely not a good bang for the... yen. But I thought they were very talented and capable of singing any Beatles song that was requested by the audience. I wasn't sure about what I wanted, but I ended up requesting The Long And Winding Road, which was obviously sung by the organ-player McCartney: I also loved his rendition of Lady Madonna, Penny Lane and Blackbird. One anecdote: in the sheet where you had to write which song you wanted them to play, there was a little "comments" section. So I wrote "gracias (thank you in Spanish)" and George Harrison read it when they handed the paper over to him.

I don't listen to The Beatles music very often, because I had my share when I was younger and all songs are so popular and have been played so many times that is no longer enjoyable. Nevertheless, it was a very interesting experience to watch the Eastern counterpart perform live. Here they are, singing Nowhere Man. The sound was better in situ, of course.


jueves, 28 de agosto de 2008

Atsui desu ne? / 暑いですね / ¿Qué calor, no?

En Japón hay dos formas básicas de romper el hielo con el japonés de turno. Si nos encontramos en el país nipón durante el invierno diremos samui desu ne, mientras que si estamos allí durante la época estival, atsui desu ne es siempre un buen comienzo (atsui: caluroso / desu: ser / ne: ¿no?). Un buen japonés no deja pasar ni un día caluroso sin hacer referencia a la temperatura. Cualquier lugar es bueno: nada más llegar a la clase de japonés, al comer con los amigos, al pasear por el parque... Todo momento caluroso es un momento Suntory. En realidad es una forma lamentable de entablar conversación, porque la respuesta solo puede restringirse a confirmar el palpable calor y, de ser generosos, compararlo con días/meses/años pasados o incluso con el clima de nuestro pueblo/país/continente natal.

Una vez probado el hecho de que los italianos no pueden hablar con fluidez si les sujetan las manos, decidí investigar por mí mismo si era posible que un japonés o japonesa aguantase tan solo unas horas sin decir atsui. Así que cuando quedé con Minako el otro día le aposté a que sería incapaz de no soltar un buen atsui durante la velada. Tal y como esperaba, hubo momentos en los que se abanicaba con la mano y soltaba un suspiro que traslucía una imperiosa necesidad de pronunciar tan socorrido vocablo, pero al final acababa diciendo "imasen!" (no lo voy a decir) con convicción. La suerte estaba echada, pero aunque la empresa parecía asequible, tras la cena se reclinó en su silla y dijo:

"Uff... atsu...NOOOOOOOOOOO!"
"¡Bua ja, ja, ja, ja, ja! ¡He vencido!"

Sí, amigos, algunas ciudades de Japón son un auténtico infierno durante el estío. Cuando salgo de mi casa, estoy recién duchado y fragante, pero al llegar a la estación de tren ya estoy sudando cual gorrino o, como dice un amigo mexicano, "como una prostituta en una iglesia". Los japoneses suelen llevar a todas partes una pequeña toallita con la que secarse la frente, pero muchos de ellos han desarrollado una resistencia natural a este húmedo calor, o bien sus poros cierran por vacaciones y se niegan a transpirar. Misterios insondables.

martes, 26 de agosto de 2008

Fuegos artificiales de Chofu / 調布市花火大会

El sábado 23 de agosto tuve la oportunidad de presenciar mis segundos fuegos artificiales japoneses. Los primeros fueron los de Jingu Gaien, y en esta ocasión me desplacé hasta Chofu (una ciudad de la periferia de Tokio) con Chica y sus amigas. Efectivamente, una chica japonesa que se llama Chica, qué cosas tiene la vida.

La verdad es que las condiciones meteorológicas no eran muy favorables, y se temió por la cancelación y consiguiente aplazamiento del evento, de lo cual ya se avisa con anterioridad. Sin embargo, después de comprar nuestro oden (comida japonesa que será analizada en un artículo venidero) y encontrar el hueco necesario para la acampada, los primeros petardos confirmaban la realización del espectáculo.

Llegamos con horas de anterioridad para coger un buen sitio. Al igual que en los fuegos artificiales de Jingu Gaien había una zona de pago con sillas, pero en Chofu también hay un amplio espacio gratuito para aposentar tus posaderas encima del clásico plástico azul de 100 yenes que llevan muchos japoneses. Así que nos hicimos con un buen hueco y degustamos nuestro oden. A lo largo de las horas de espera pude practicar ligeramente mi japonés, que todavía no llega siquiera para una conversación interesante. Es bastante lógico, ya que comencé a aprender por mi cuenta en junio de 2008 y después he tenido siete semanas de curso a tres horas por día.

De todas formas, pude aprender palabras interesantes. Sin duda, la palabra del día fue bimyoo (微妙). Literalmente significa 'sutil', 'fino' o 'delicado', pero, como suele pasar con el idioma japonés, también se utiliza en ocasiones para las que nosotros usamos otro tipo de expresiones en español. En este caso el contexto era la incesante lluvia. Nos vimos obligados a mantener abiertos nuestros paraguas indefinidamente para resguardarnos de ella. Antes de empezar los fuegos asomábamos la mano para comprobar si la lluvia había cesado, y así poder ver el espectáculo de forma más cómoda. La lluvia se había convertido en un chirimiri, pero aun así no era suficiente como para cerrar el paraguas, así que Chica musitaba "bimyoo..." como diciendo "aún llovizna" y, por extensión "no me convence / no está clara la cosa". Por la multitud de significados que he encontrado al buscarla por internet parece una palabra de difícil traducción, aunque creo que en general tiene un matiz de incertidumbre, sobre todo al referirse al tiempo (meteorológico). Otra de las expresiones que ya había leído y pude repasar fue nekojita (猫舌), que significa 'lengua de gato' y se aplica a la gente que puede tomar bebidas muy calientes, por ejemplo. En este caso se utilizó porque el sake que bebía una de las amigas estaba ardiendo, pero fue capaz de ingerirlo sin problemas.

La conversación con las japonesas fue a ratos muy divertida, sobre todo por sus esfuerzos de interactuación a base de Japlish, esto es, el tomar prestadas voces inglesas para expresarse en japonés. Por ejemplo, hubo un momento en el que nos mojamos un poco por la incesante lluvia y el agua que caía de los paraguas. Una de las chicas me espetó un simpático "my oshiri is very wetto!". Vamos, que tenía el trasero muy mojado %^P.

A las siete de la tarde, con puntualidad japonesa, el alcalde de Chofu soltó su breve discurso y los fuegos dieron inicio. Afortunadamente escampó al cabo de unos minutos, y pudimos disfrutar de una hora y media de fuegos artificiales, todos menos uno patrocinados por empresas. El último corría a cargo de un abuelo que los dedicaba a sus nietos. Se vieron fuegos acompañados de música, como no podía ser menos un tema era el de las olimpiadas; entre los demás: Indiana Jones o My Heart Will Go On. He aquí unas fotos del festival (significado de 大会).

Comiendo antes de producirse las primeras gotas de lluvia.

Los fuegos artificiales adquirían formas simpáticas en una de las tandas. Aquí vemos una seta y una campanilla. ¡Me imagino!

La cara amable de la pirotecnia.

Estos eran girasoles.

Se acabó lo que se daba.

Takoyaki a la izquierda y a la derecha salchichas de... Frankfurt, ¡cómo no! (En el cartel pone furankufuruto en katakana: フランクフルト).

domingo, 24 de agosto de 2008

Venganza en el karaoke

Cae la noche sobre Tokio y el bullicio inherente a la gran metrópoli se muestra en todo su esplendor en los aledaños de la estación de Shibuya. Incontables turistas se mezclan entre la masa de japoneses que circula a ambos lados del famoso cruce, que parece recrear la invasión de Normandía en versión tierra-tierra. Delante del verde furgón emerge la cánida figura de Hachiko (ハチコ), un perro bizarro y fidelísimo que no dudó en acudir estoicamente a la estación en espera de su amo, incluso cuando el susodicho ya estaba criando malvas, margaritas, tulipanes y muchos, muchos crisantemos allá en lo alto. Alrededor de la celebérrima estatua se congrega un gentío variopinto: niponas a la espera de sus amados, amados a la espera de sus niponas, o futuros amantes en su primera cita. No hay lugar de encuentro más sencillo de acordar, y sin embargo a veces su propia fama juega en su contra, ya que no es del todo fácil encontrar al japonés desconocido de turno a poco que se mueva entre el tumulto.

El autor de estas líneas llega al sempiterno lugar de encuentro dispuesto a abandonar su condición de neófito en una lid que, si bien cuenta con su propia versión europea, no es ciertamente comparable: el karaoke (カラオケ). Es una voz japonesa engullida por nuestra lengua y cuyo desglose muestra dos conceptos en sendos términos: kara (que significa 'vacío' en este caso pero es homófono a los significados 'desde', 'porque', 'cáscara' o 'collar') y oke, parte de la voz japonesa オーケストラ (okesutora) prestada del inglés orchestra. Nada más aposentar el pompis en los bancos que rodean al chucho en cuestión, aparece Doris por mi flanco derecho acompañada de tres amigos italianos. Precisamente en ese mismo momento componía un bello poema en mi cabeza:

Esta canícula estival me hará fenecer,
ansioso por ir al karaoke me hallo

pues allí aire acondicionado tiene que haber
¡y es que estoy sudando de carallo!

Las inclemencias del tiempo en Japón se notan desde el mismo momento en el que se produce un terremoto de considerable rango pero que apenas hace cosquillas, o la tormenta que te provee de una duchita gratis de camino al hogar, seco hogar. Pero tal vez lo que más puede llegar a tocar la fibra sensible es la soberbia conjunción de humedad y calor que uno siente en sus carnes cuando tiene la desdicha o la fortuna de encontrarse en casi cualquier parte de Japón en verano. Los japoneses tienen hasta una palabra para eso: mushiatsui (literalmente 'húmedo' + 'caluroso', como lo leen). Pero dejemos las lindezas del calor para otra entrada.

Una vez puesto rumbo al karaoke, los trámites son sencillos, especialmente cuando uno se acompaña de cuatro italianos que hablan japonés sin problemas. Tokio no anda precisamente escaso de este tipo de locales, por lo que se necesita ser miope o no saber cuatro caracteres de nada en katakana para no encontrarlos. En cualquier caso, pregunte a cualquier japonés si está completamente desesperado. Así descubrirá que estos no dudarán en ofrecerle información (sea precisa o totalmente errónea, en este último caso lo importante es no reconocer que no se tiene ni pajolera idea).

Los ajenos a este noble arte (o conjura contra el deleite musical, según la calidad del intérprete) podrán pensar que apenas hay diferencias con el que monta todos los miércoles el pub irlandés a la vuelta de la esquina. Craso error. En Japón, uno no tiene por qué mostrar sus carencias para el mundo de canción delante de los demás, sino que disfruta de tan señalado momento en un cuarto privado con sus amigos o allegados. Delante de ellos se sitúa el televisor y dos hermosos micrófonos con los que emular dúos memorables, cantar a coro o marcarse un buen solo. No dejen su guitarra de aire en casa para disfrutar como Axl Rose manda del clímax de los punteos y rasgueos intermedios.

Al final nos decidimos por un local con varios pisos llenos de salones (o saloncitos) de karaoke. Una vez que hemos llegado al cuarto asignado, el 503 para más señas, se suceden las preguntas sobre los gustos musicales. Haciendo gala de una profusa tolerancia, marco mis propios límites:

-A mí me gusta todo tipo de música, menos Juanes, Ricky Martin, y ese tipo de hispanadas salseras, rumberas y demás calaña. Entre otras cosas porque 21 años en España me han llegado y sobrado para cogerles tirria.

Mis indicaciones no tardan en ser vilmente ignoradas, y entre las cinco primeras canciones elegidas por los únicos capaces de manejar el aparato para seleccionar las canciones figura la aterradora "La camisa negra", del sobredicho Juanes. Debido a mi condición de único hispanohablante, mi destino está sellado: la responsabilidad de interpretar esta auténtica atrocidad pachanguera recaerá sobre el menda. Primera nota mental: hacerse como sea con el control de la pantalla táctil que escoge las canciones.

Davide, Elisabetta y Doris: los tres colegas italianos que me acompañaron en mi estreno.

Tras varios temas de corte italiano y ciertos clásicos del karaoke, como Hit the Road Jack, I've Got You Under My Skin o Sweet Child of Mine llega el momento de interpretar el auténtico bodrio de una canción cuya letra y música me resulta harto aborrecible. Resignado, me dispongo a hacer el papel de español rumbero/salsero (vanos son mis esfuerzos de aducir tal responsabilidad a los latinoamericanos) y echar el resto para cuajar una buena actuación. Pero la furia que fluye por mis venas me acaba superando y no puedo evitar destrozar sin piedad ni escrúpulos uno de los versos más famosos a la par que bochornosos de la canción, que reza así:

Cama cama caman baby
te digo con disimulo

Que tengo la camisa negra
y debajo tengo el difunto


Siempre que había escuchado esta canción no podía comprender cómo el autor había podido desaprovechar una oportunidad de oro para una rima asonante de tomo y lomo. De modo que al llegar a esta parte de la canción improvisé mi propia versión para saciar mi sed de venganza con los italianos:

Cama cama caman baby
te digo con disimulo

Que tengo la camisa negra
y ¡QUE OS DEN POR EL CULO!


España 1 - Italia 0. Lo más curioso de todo es que todos dijimos culo al unísono, porque por alguna extraña razón ya se lo olían.


Habrá quien piense que los italianos se llevan toda suerte de instrumentos para amenizar la velada. ¡Pues no! Tanto las maracas como las dos panderetas son propiedad del propio karaoke.

La noche prosiguió con interpretaciones tan arriesgadas como American Woman (masacrada sin pudor por servidor), I Don't Feel Like Dancing (cantada a dúo con Doris en un ejercicio de falta de pudor encomiable) o It's A Hard-Knock Life, del rapero Jay-Z, con la que descubrí mi vocación para el género del hop-hip (no puedo llamar por su nombre a la aproximación que yo realicé). Especialmente afortunada fue Solitary Man ('el pajillero' si queremos ser vulgares) de Neil Diamond. Un tono de voz grave que se deja cantar si careces de tanto talento como el autor de estas líneas.

Doris y yo cantando a dúo una canción cualquiera. Probablemente Ain't No Mountain High Enough.

En mi condición de melómano (palabra que no se refiere en absoluto a los amantes de los senos turgentes y de generoso tamaño) de la música setentera, creo que el karaoke representa una experiencia muy entretenida, debido al amplio repertorio de temas disponibles y la extraña configuración de ese micrófono que te hace parecer incluso un buen cantante. Aguardo con impaciencia mi próxima acometida, pues hay muchas canciones que se han quedado en el tintero, como la favorita de Doris: For What's Worth. Será mejor que no empiece a hablar sobre Buffalo Springfield ni Stephen Stills, porque me enrollaría cual persiana y esta entrada no acabaría como lo va a hacer: justo ahora.

jueves, 21 de agosto de 2008

Japanese subtlety / La sutileza japonesa

Japanese people like to make things clear. Or what least that's what anyone would think when visiting a random shrine or temple. I'm going to use the Toshogu temple in Ueno (上野) to illustrate this.

Now, as many of you know, if you visit any temple or shrine in Japan, you're required to take off your shoes or at least put on the slippers provided to you (as in Himeji Castle). However, many people are not aware of this and might just ignore the suspiciously looking shelves at the very entrance of the premises. Fortunately, it's rather hard to be oblivious to this fact when you notice the subtle signs placed right before the stairs. It's an interesting contrast. Sometimes Japanese people merely suggest, hoping that you take the hint. In some other cases, though, they like to set the record straight, putting the message across as clearly as they can.



¿Pilláis la indirecta? Los japoneses (en especial las japonesas, ejem) se limitan a sugerir o insinuar muchas veces, pero en otras ocasiones prefieren dejar las cosas claras. En Japón es obligatorio descalzarse para entrar a los templos o santuarios. Bueno, en realidad es natural hacerlo para transitar los tatamis o moquetas de cualquier recinto público o privado: viviendas, restaurantes, etc. En algún caso el propio sitio provee zapatillas, como el castillo de Himeji. Esta fotografía tomada en el templo de Toshogu en Ueno demuestra que solo alguien con escasísimos conocimientos de inglés sería capaz de vulnerar las normas. Ocho carteles en apenas unos metros cuadrados de tabla. Si yo fuera el responsable de la señalización, añadiría un noveno con el siguiente enunciado:

"¿ME SE ENTIENDE?"

miércoles, 20 de agosto de 2008

Where the hell are you? / ¿Dónde demonios estás?

A quick update for those who still don't have a clue about my whereabouts or what I'm diddly-doing right now. Okay, I had been working as a translator in a quite famous videogame enterprise for the last months, but I seem to have an 8 month maximum tolerance to habitats, i.e., I tend to move to another city after that period of time. After I finished my studies I was hired by a "hardware/software/entertainment" company to work in Madrid as a translator. Eight months passed and I was up for a change, so I decided to move to London to prove myself that I didn't have the makings of a teacher. It was definitely a huge success, and after yet another 8-month period I moved to Germany to work as a proofreader (as I like to call it for the sake of my resumé). Interestingly enough, I left after the same period of time had passed. When I made it back to good old Frankfurt, I stuck to this "unwritten rule" and left after the aforementioned number of months; I was up for a change, and so here I am.

I came to Tokyo, Japan, the very first of July in order to learn about the fascinating Japanese culture, its people and its language. I've been taking a Japanese course for seven weeks now and I only have two left. After these three awesome months I'll be back in Spain for two weeks and then I guess it'd be time to visit Australia, Vietnam, Cambodia and Thailand once and for all.

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Bien, creo que la mayoría de los lectores hispanohablantes que conozco podrán comprender el texto arriba expuesto, pero el resumen es el siguiente: ahora mismo me encuentro en Tokio de semivacaciones, estudiando japonés, viajando y trabajando cuando tengo tiempo libre. Llegué aquí el 1 de julio y volveré el 27 de septiembre a mi patria, para disfrutar probablemente de las fiestas de San Froilán (también denominado "San Pailán" ;-D) y descansar antes de embarcarme en un viaje a Australia durante la segunda quincena de octubre. Al haber cancelado el viaje planeado para estas fechas por Vietnam, Camboya y Tailandia, es probable que lo aplace para realizarlo en noviembre, pero esto ya son conjeturas.

domingo, 17 de agosto de 2008

日光 - Nikko, belleza ácrona (1)

Cerca de Tokio existe un paraje que merece la pena visitar si uno quiere rellenar el depósito que alberga algo que no vemos, pero que sí podemos sentir: nuestra energía espiritual o, como dirían los japoneses, el 気 (ki). Ese lugar se conoce como Nikko, que significa 'la luz del sol'.

Lo bueno que tiene Japón es que este tipo de experiencias y sensaciones se pueden disfrutar por doquier, no se restringen a un único lugar. Buena prueba de ello fue la visita de hace dos años al templo de 東大寺 (Todai-ji), en Nara. Independientemente de la belleza y fastuosidad (tal y como su nombre indica, 'gran templo') del complejo y el Gran Buda de Nara, sin duda dignos de mención, no pude evitar dedicarle más atención a otros detalles que a algunos pueden parecerle meras futesas, y que indudablemente pierden atractivo cuando se reflejan en una instantánea. Nuestras cámaras nos ayudan a inmortalizar ciertos momentos, pero no pueden evitar mortalizar otros muchos instantes que solo se disfrutan in situ, placeres efímeros pero a veces intensos. En Nara viví uno de ellos, cuando paseaba con un amigo por el bosque de la ciudad y escuchaba el apacible susurro del viento que mecía las hojas de los cerezos al anochecer. Un momento después el tronco de un árbol se partía en dos casi ante nuestras narices. Después de haber acariciado a los cervatillos, algo inaudito para casi cualquier occidental, y pasear entre los cerezos en flor con una brisa que parece querer hablarte, uno siente una extraña comunión con la naturaleza, para servidor mucho más valiosa que una foto ante un monumento famoso que no te transmita nada. El ansia de conquistar fotográficamente toda suerte de lugares de atracción turística está más que justificada y el autor de estas líneas es incluso un buen exponente de tal costumbre, pero cuando uno se topa con estos placeres inusitados, se quedan clavados para siempre en su mente.

Nikko tiene atractivos para todos los gustos. Ligeramente cansado de visitar iglesias, la colección de templos y santuarios de esta ciudad es todo un oasis en el desierto. Pero lo que puede llegar a emocionarte se encuentra en la zona del lago Chuzenji (中禅寺湖), una ruta de senderismo en la que encontrar bellos paisajes y no menos hermosas cascadas.

En lo que resultó ser una de las mejores decisiones de mi vida, después de ciertas pesquisas decidimos quedarnos en Nikko una noche para disfrutar de casi todo lo que tenía que ofrecernos. Los extranjeros suelen hacerse con el "All Nikko Pass" u otras de las modalidades que ofrece el centro de la Tobu Railway en su centro de Asakusa. Por desgracia, esta oferta no es válida para japoneses, por lo que tuvimos que coger un billete de ida y vuelta normal (que incluye viajes gratuitos en los buses que conectan las zonas de interés turístico). La forma más espectacular de llegar aquí es caminando por una de las tres avenidas de los cedros (tres avenidas de 37 km de extensión con 13.000 ejemplares de este árbol, todo un récord Guiness). Al llegar compramos el billete combinado que te permite acceder a los cinco templos/santuarios repartidos por la zona que la UNESCO ha declarado, no en vano, Patrimonio de la Humanidad. El primero que visitamos fue el Rinno-ji (輪王寺). Dentro de este pequeño complejo se encuentran 15 templos, pero el más impresionante sin duda es el Sanbutsu-do. Su tamaño y mi falta de pericia como fotógrafo se conjugaron para evitar retratarlo en su totalidad.


La siguiente parada fue el santuario de Toshogu (東照宮), en donde se encuentra la famosa escultura de madera de los tres monos sabios, la espectacular puerta de Yomeimon (de profusa ornamentación y repleta de infinitos detalles), el "gato durmiente" (nemuri neko) o la urna con los restos del primer shogun del período Edo: Ieyasu Tokugawa. Estos dos últimos lugares de interés turístico tienen un precio adicional de 500 yenes. En una foto inferior se puede observar la entrada al susodicho santuario. Probablemente sea este el recinto en donde más tiempo merece la pena detenerse. Por lo que parece, Nikko está casi siempre atestado de turistas de todas las nacionalidades y, al igual que en Nara, es muy frecuente coincidir con una excursión escolar japonesa, fácilmente identificable por las gorras amarillas de los alumnos. Cuando fui me encontré con un grupo que realizaba una especie de campamento de verano en inglés, porque nada más verme me saludaban con un /ha'rou/ en vez del habitual konnichiwa (こんにちは!). Hubo incluso una niña que me abordó para pedirme que me hiciese una foto con ella y practicar un poco el inglés, apoyada en la conversación por su simpática madre.

Tras contemplar la pagoda de cinco pisos, la tumba del famoso shogun y visitar los santuarios, entre otras cosas, pusimos rumbo al siguiente santuario: el Futarasan (二荒山神社). Allí se encuentra la fuente espiritual de Futara (retratada más abajo), incontables árboles sagrados (cedros) y otra de las estrellas del plantel turístico que Nikko nos ofrece: el Shinkyo (神橋), o puente sagrado. Aunque el puente ya existía en el siglo XVII, el actual es una reconstrucción del año 1904, puesto que cinco años antes se había destruido a causa de una inundación. El puente es precioso por sí solo, pero el apacible sonido del torrente de agua que circula por debajo realza aun más el placer de contemplarlo: una imagen con la que recrear no solo la vista, sino también el oído. Un deleite sensorial que se vería encumbrado durante la excursión por los alrededores del lago Chuzenji. Pero sobre eso escribiremos otro día.



Entrada al templo de Toshogu. En el monolito de la derecha vemos el emblema del clan Tokugawa (las tres hojas de malva real) y el nombre del templo: 東 (este) 照 (dios del sol; como en 天照: Amaterasu, diosa del sol en Japón) y 宮: santuario.

Los tres monos sabios (三猿). De izquierda a derecha: Kikazaru (聞か猿), Iwazaru (言わ猿) y Mizaru (見猿). Literalmente significa "no oigas, no hables y no mires", porque zaru en un sufijo que forma la terminación negativa de un verbo. En realidad es un hábil juego de palabras, ya que es casi un homófono de saru ('mono'). ¿Por qué se les llama los tres monos sabios? Hay varias interpretaciones. Una muy extendida se basa en un aforismo según el cual se llega a la sabiduría al no oír, ver o decir maldades. Según reza una leyenda, habían sido enviados por los dioses para vigilar a los humanos. Pero la interpretación que más me gusta es la que encontré en un blog venezolano.

La explicación más coherente para nosotros es aquella que dice: uno no habla, otro no ve y el tercero no escucha. El que no habla, ve y escucha. El que no ve, habla y escucha. Y el que no escucha, habla y ve. Sin embargo, los tres unidos pueden captarlo todo. No son sabios por no hablar, no ver o no escuchar. Son sabios por haberse unido.

Un tori hermosote en la entrada del santuario Futarasan.



El puente Shinkyo (神橋), situado sobre las bonancibles aguas del río Daiya, cuenta con 28 metros de largo (transitables por el módico precio de unos 500 yenes), como bien mostraban las barreras de sendos extremos. La primera prueba de la eterna serenidad que ofrece la conjunción de una imagen bucólica y el plácido sonido del agua fluyendo al mismo tiempo. Un agua muy cristalina, todo hay que decirlo.

La pagoda de cinco pisos del santuario de Toshogu, vista desde el paseo que une a este con el Futarasan. Fue erigida en 1650 y reconstruida en 1818 tras un incendio (lo cual me recuerda al Yakushiji de Nara). Sus cinco niveles representan, de abajo arriba, la tierra, el agua, el fuego, el viento y el cielo.

El mausoleo del ínclito Ieyasu Tokugawa, primer shogun de la era Edo.