martes, 19 de agosto de 2014

Fotocrónica toscana (3/3)



Después de recargar pilas con ese baño termal gratuito en Saturnia, nos despedimos de la región de Umbría temporalmente, para adentrarnos en el Lacio. Nuestra primera y breve parada la hicimos en un pueblo llamado Capodimonte, para contemplar el lago de Bolsena y su isla Bisentina. Durante esta gilisesión fotográfica vimos partir una barca muy cuca hacia allí, algo que probablemente solo merece la pena si estás por la zona y no de paso. Me parece curioso lo de la prisión la Malta dei Papi, la cárcel de aquellos condenados a cadena perpetua por algo gravísimo: la herejía. Como dirían Martes y 13: «Ha sido (usted la) herejía».


Capodimonte era solo un pequeño, inesperado e improvisado alto en el camino antes de reemprender la marcha rumbo a Calcata.


El genial director de animación Hayao Miyazaki visitó este pueblo en 1990, y muchos de los elementos arquitectónicos que vio durante su visita calaron hondo en él, puesto que los utilizó posteriormente para la construcción del Museo Ghibli. Y él tenía claro qué clase de museo quería.


Quienes hayan estado en Génova (como es mi caso), se darán cuenta también de las similitudes entre esta ciudad italiana y el escenario que sirve de punto de partida para la serie Marco, de los Apeninos a los Andes. En este caso no es que se inspire en ella para dar pie a otra realidad, sino que se trata de recrear la Génova real de aquella época.



Calcata no es el típico pueblo turístico por todos conocido y transitado, no cabe la menor duda. En realidad es famosa por representar una especie de oasis de artistas de todo tipo, incluyendo bohemios, jipis trasnochados o abanderados del movimiento new age.


Un sino propiciado por una decisión política: el miedo al derrumbe por la precaria situación del pueblo, incrustado en la colina (en una situación parecida a la de Civita di Bagnoregno al que, recordemos, llaman "el pueblo moribundo"). Los habitantes se mudaron a Calcata Nuova y en la década de los 60 y los 70 comenzaron a llegar sus nuevos inquilinos, a la postre sus salvadores, resucitadores y revitalizadores.


Con un poco más de tiempo, me habría gustado tomarme algo y departir con alguno de los dueños o clientes de esos locales tan alternativos como el café Kafir de Gianni Macchia o asistir a alguna de las jam sessions que organiza la artesana de marionetas Marijcke van der Maden.



Y, como no podía ser de otra forma, había una buena selección de gatos (en Calcata Nuova, en este caso) que hasta posaron impertérritos ante Diego.


Este representó el punto más meridional del viaje. A partir de aquí volvimos a ascender, y nuestra primera parada fue Narni, también por consejo de mi amigo italiano. Regresábamos, pues, a Umbría.


A tales momentos recupero la intención original de hacer una mera "fotocrónica", con más fotos que crónica propiamente dicha, por la consabida y sempiterna falta de tiempo.




Esta es la catedral de San Giovenale.



Llegamos a Spoleto para pasar la noche aquí. Dejamos el coche en el hostal y fuimos andando hasta el pueblo para recorrerlo de cabo a rabo, acueducto romano incluido. A medida que el cielo se iba tiñendo de añil empezaron a suceder fenómenos extraños, como un huevo resplandeciente que encontramos en unas escaleras. Henos aquí posando de forma semiegipcia con nuestro hallazgo.


La basílica de San Salvatore forma parte de un conjunto de monumentos inscritos en la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Me encantaba la iluminación que presentaba la plaza en aquel momento. La iluminación nocturna de Spoleto por el casco antiguo le daba un toque especial, y acabamos cenando de maravilla en la Taverna dello Spagna (que no tiene que ver con nuestro país, sino con un artista).


En algún momento de esta parte del viaje un radar muy mono me hizo una linda foto. No supe nada de esa multa hasta que me llegó... ¡ahora, casi un año después del viaje! Ahora mismo dudo de si en algún momento le dije a Diego "huy, ¿se te ha disparado la cámara?", pero no tengo constancia. Tampoco tengo una buena memoria. La cuestión es que cometí la diabólica infracción de circular a una velocidad mayor de la permitida. En vez de 50 km/h, iba a... ¡60 km/h! ¡Podía haberme matado y haber aniquilado a mujeres, niños, escuelas y búnkeres! Menos mal que los policías municipales de Spoleto removieron cielo y tierra hasta encontrarme, después de duras pesquisas y un año de investigación. Después de ser adelantado con impunidad por casi todos los conductores locales en línea continua (hasta el punto de plantearme y de seguir sin saber si la línea continua en Italia es vinculante o una mera recomendación) e ir siempre despaciiiito... resulta que al final me han calzado igual. La primera multa de mi vida, por ir a un 20 % más de la velocidad permitida. Que dicho así suena a mucho, ¿pero multarías a alguien que va a 24 km/h cuando la velocidad máxima es de 20? Bueno, habrá opiniones para todo, pero sinceramente creo que hay multas recaudatorias y multas prácticas. Las prácticas son las que cambian comportamientos y evitan peligros. Las recaudatorias son las que no sirven para nada más que sablear. Cuando hoy, precisamente hoy, leo y veo en las noticias que yendo más despacio se podrían haber evitado cientos y cientos de accidentes, me digo: ¿de verdad se creen lo que dicen? ¿Te matas a 128 (multa) y no a 120? ¿No serán más habituales otras razones como el alcohol, el cansancio, la falta de sueño, los puntos negros, los meros despistes, el uso del móvil, y patatín patatán? No, es que vamos que nos matamos. Vale. Pues será eso.


La siguiente localidad que visitamos fue Montefalco, a la que accedimos por la "carretera del vino y el aceite" que nos había recomendado la dueña del hostal. Al principio no parecía muy espectacular, ¡y después tampoco! Pero sí es cierto que poco a poco empezaron a aparecer los viñedos y los olivos. Como esta región era famosa por eso, aquí aproveché para comprar un Sagrantino, un vino de la región hecho totalmente con ese tipo de uva, y una botella de aceite de la región.



Después pararíamos en un pueblo cercano más adelante: Bevagna. El lento servicio del restaurante al que fuimos nos retrasó demasiado. Quizá si hubiese sido más diligente habríamos llegado antes a la bella Asís, el único sitio donde nos llovió en todo el viaje, aunque no fuera tampoco muy molesto.


El callejón más estrecho de la ciudad. De ahí su nombre (Vicolo Stretto).


Asís, recomendación de un profesor de mi universidad, supuso el último pueblo visitado del viaje, antes de emprender el largo retorno ininterrumpido hasta Florencia. La recomendación estaba más que justificada, ya que el centro histórico es patrimonio mundial de la UNESCO desde el año 2000. Destaca sobre todo la basílica de San Francisco de Asís (ese vídeo robado x-D).


Su importancia histórica tampoco es cosa baladí, ya que aquí nacieron san Francisco (fundador de los franciscanos) y santa Clara (fundadora de las clarisas). En una de las plazas por donde pasamos se anunciaba en unos carteles la inminente visita del papa Francisco. Estaba prevista para el 4 de octubre, así que apenas faltaban tres semanas.


La religión está muy presente en Asís, como se puede ver reflejado en las numerosas tiendas de souvenirs. Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado.


Mientras la ciudad se engalanaba para recibir a su bienamado papa, dos gallegos abandonaban la ciudad para emprender el viaje de vuelta a su bienamada tierra.

lunes, 11 de agosto de 2014

Fotocrónica toscana (2/3)


Una vez que abandonamos Siena nos dirigimos a los siguientes pueblos entrañables de la Toscana que habíamos apuntado. Comenzamos por Arezzo.



Sin duda, el lugar más emblemático de este pequeño pueblo es su plaza mayor, denominada Piazza Grande. Lo que más llama la atención son los numerosos escudos que adornan las casas de la plaza. Por lo visto, tuvimos suerte, ya que esa decoración guarda relación con la recreación histórica de la justa del sarraceno, una festividad donde se evoca el pasado medieval del pueblo celebrando una justa entre los cuatro barrios de la ciudad. Se celebra dos veces al año: la de Giostra San Donato en junio y la de Giostra de Septiembre en... septiembre. Y como nosotros llegamos allí a principios de ese mes, tuvimos la suerte de inmortalizar esos símbolos heráldicos. Como curiosidad, este tipo de acto no es exclusivo de Arezzo, ya que también se celebra en otros pueblos toscanos como Sarteano o Montepulciano (en este último caso de llama Giostra de San Biagio).



Si Arezzo se ha hecho famosa en la última década, un gran porcentaje de esa fama probablemente se la deba a una de mis películas favoritas: La vita è bella, de Roberto Benigni. Muchas escenas están rodadas aquí y, de hecho, el fenómeno es tal que hay incluso un tour de La vita è bella. Si caminas por el pueblo prestando atención, encontrarás unas señales con fotogramas de la propia película, para que compares y reconozcas diversos sitios. Esta es la foto que aparece en una de esas señales, de la Piazza Grande.



Paseando por la Piazza del Duomo ('plaza de la catedral') observamos la delicadeza y disimulo con la que los lugareños cuelgan la ropa de lado a lado de la calle.


Vale, tiene trampa. En realidad formaba parte de una curiosa iniciativa cultural llamada icastica, y esta era la obra de la artista finlandesa Kaarina Kaikkonen. Sus obras son muy interesantes (véase sitio web) y tienen la ropa usada como leitmotiv.


Entre los cuarenta artistas contemporáneos de todo el mundo se encontraba incluso la famosa Yoko Ono, y España también estaba bien representada por Alicia Martín. Aquí, en vez de ropa, el material utilizado son libros usados. Y también lo vimos en nuestro paseo por el pueblo.


Nuestro siguiente destino fue Cortona, cuyo lugar más icónico sea quizás la acogedora plaza de la República, con su palazzo comunale. El ayuntamiento, pa entendernos.


Nos dedicamos, cómo no, a recorrer sus callejuelas, pasando por la concattedrale di Santa Maria Assunta hasta llegar al santuario di Santa Margherita.



La historia del santuario es interesante, pero me costó caro, porque reduje la calidad para fotografiar el cartel informativo y luego me olvidé de restablecer la calidad máxima, con lo cual toooodas las fotos siguientes, hasta que me percaté de mi error en Orvieto, tienen una calidad paupérrima.


Resulta que la pobre santa Margarita murió el 22 de febrero de 1297, y el pueblo de Cortona decidió erigir un lugar de culto como Dios manda, mejor que la pequeña iglesia de San Basilio, donde había pasado la seña Margarita sus últimos nueve años de vida. El nuevo templo (sic), obra de Giovanni Pisano, se inauguró en 1302 y fue objeto de diversos retoques a lo largo de los siglos, siendo el más importante de ellos el de la mitad del siglo XVIII, por mandato del rey de Portugal, Juan V.


Pero el templo que se contempla ahora es el resultado de una serie de intervenciones y proyectos llevados a cabo por los cortoneses (me recuerda a un amigo de Lugo) para conjurar una epidemia de cólera che afectó a toda la provincia toscana en 1855. Lo más antiguo es el rosetón (siglo XIII) y el campanario (siglo XVII). Hmmm, quizás no haya sido tan interesante la historia.


Pues entonces pongamos rumbo a nuestro siguiente destino: Montepulciano. Con unos cuantos pueblos ya en nuestro bagaje viajero toscano podíamos esperar dos cosas.


 Primero: la plaza mayor sería la Piazza Grande. Pues sí.


Y segundo: es posible que hubiese alguna muestra de arte. También.


En este caso el denominador común eran mujeres entraditas en carnes. ¡Fuera dietas! ¡Celulitis al poder! Está claro que cierta canción de la Orquesta Mondragón caló hondo en el artista chino Xu Hong Fei.


Si bien la primera jornada en la Toscana nos la tomamos con cierta calma, lo cierto es que este día tuvimos la agenda bien apretada. No queríamos perdernos todo lo que esta maravillosa región italiana nos podía ofrecer. Aprendí mucho durante mi labor de investigación, con joyas más o menos conocidas. Entre las primeras debería encontrarse nuestra siguiente visita: Pienza. Y por una razón de peso: es patrimonio mundial de la UNESCO desde 1996.


Naturalmente, no quedó rincón sin explorar, sobre todo aquellos que mejor se prestaban a mis fotos chorras. El tiempo estaba de nuestra parte, con la temperatura perfecta de septiembre para no sufrir por el calor, ni el frío ni la lluvia, ausente durante el viaje hasta Asís.



El papa Pío II era natural de aquí, y el arquitecto Bernardo Rossellino construyó esta plaza en su honor, que integra la catedral con los palacios de los Piccolomini y los Borgia. Como se aprecia en la foto, todo día tiene su alba y su ocaso; se estaba poniendo el sol y necesitábamos llegar a nuestra siguiente parada para pasar la noche: Orvieto. Esto marcaba el fin del periplo toscano y suponía el comienzo de nuestra odisea umbra.


Podría poner varias fotos de nuestros paseos por Orvieto, pero no le harían justicia y no acabaría nunca, así que voy a variar para no estar mostrando mis adoradas callejuelas adoquinadas una y otra vez. La cuestión es que nos alojamos en un sitio donde, en vez de tratarse de una simple habitación en un hostal, nos llevaron a un apartamento en otra calle. La habitación era enorme y representaba una buena base para patear la ciudad a base de bien.


Mapa en mano, recorrimos lugares de interés turístico de la ciudad, como el pozo de San Patricio. Un lugar fotografiable al 100 %. Esta foto con Diego de protagonista me recordaba en cierta manera a la mezquita subterránea Taman Sari de Yogyakarta. Se construyó entre 1527 y 1537 para disponer de un abastecimiento autónomo de agua ante el peligro de un asedio por parte de las tropas... ¡españolas! Y la ubicación no es aleatoria, ya que se encuentra encima del manantial de San Zeno. Lo más curioso: las escaleras helicoidales que impiden el cruce entre las personas que suben y las que bajan. Una idea muy ingeniosa para permitir que las mulas pudiesen transportar el agua sin estorbarse ni entorpecer sus respectivos caminos.



Otra visita interesante es la de Orvieto Underground. Los orígenes de la ciudad se remontan a la época etrusca, y en esta serie de cavernas horadadas de forma un tanto caótica y sin un plan bien meditado se hallan un buen número de palomares (entre otras cosas). En esta foto se aprecian en esos orificios. Hay estancias que se utilizaron como refugio en la Segunda Guerra Mundial.



La catedral de Orvieto, de estilo gótico, también merece la pena. Se trata de una ciudad con mucha historia: aunque los primeros asentamientos se remonten al siglo VII a. C., probablemente el lugar ya estaba habitado en la Edad del Hierro o incluso en la Edad del Bronce.


Cerca de Orvieto estaba uno de los grandes objetivos del viaje. Un pueblo del que mi amiga Chika me había hablado en una ocasión, hacía ya años, y que recordaba en esa nota donde me había dibujado el extraño efecto que se producía cuando la niebla lo rodeaba, como si fuese un castillo en el aire. Recuerdo que traté de recordar en varias ocasiones el nombre, le pregunté incluso a una amiga italiana, pero no le sonaba lo que le decía. Tampoco le sonó cuando se lo escribí bien, y pensaba que podía tratarse entonces de una de esas joyas desconocidas, o al menos no tan conocidas como para formar parte del patrimonio de la UNESCO o haber figurado como escenario en cierta película. ¡Bendito sea el desconocimiento! Cuando llegamos allí, comprendí perfectamente a qué se refería Chika, y la imagen que encontré en postales e imanes me recordó a Saint Michel, por la forma en la que destaca respecto a lo que hay alrededor: la nada.



Es un lugar único en el mundo, donde solo viven 14 personas todo el año, donde no existen los coches porque solo se puede acceder a través de una pasarela peatonal en cuesta. Se alza imponente en medio del valle, ajeno a su destino, ya sellado irremisiblemente por quienes se refieren a él como il paese che muore (el pueblo moribundo).


Antes de que tan calamitoso porvenir se haga realidad, tuvimos el privilegio de explorar a fondo el lugar, con todo el tiempo del mundo a nuestra disposición. Esperaba encontrarme con un buen número de turistas, pero la verdad es que eran muy escasos. Al bajar nos encontramos con dos chicas japonesas que se encaminaban hacia allí, y me pregunté si, por alguna circunstancia, era conocido en Japón más incluso que en la propia Italia, fuera de los propios orvetenses. Si la respuesta es afirmativa, la incógnita se suele despejar hallando la película o el documental de turno. Por ejemplo, Jiufen es famosa por la película Ciudad doliente.



Agradecí a Chika haberme hablado de este sitio: nunca sabes quién te puede descubrir rincones remotos o pueblos pintorescos. A veces no tienen por qué ser ni las guías ni los lugareños. Unas cuantas fotos valen más que mil palabras, pero no le hacen justicia, de todas formas, a este paraje tan singular. ¡Larga vida a Civita di Bagnoregio!





La siguiente etapa tenía un aliciente especial, además de otro pueblo con encanto: Pitigliano.


Si era poca la gente que había en Civita di Bagnoregio, esta localidad parecía desierta y casi lo estaba. Sus únicos habitantes parecían ser los gatos, lo cual era un auténtico filón para Diego y un agotamiento constante para la batería de su cámara.







El contraste con San Gimignano era notable. De tener que navegar entre hordas de turistas a errar sin rumbo fijo por las calles, callejuelas y callejones de Pitigliano. Nuestras razones teníamos: el hotel se encontraba a unos kilómetros de allí y era la antesala del colofón de la jornada: las termas de Saturnia.


Lo confieso: podía haberme quedado aquí durante alguna horita, disfrutando con el masaje gratuito de estos baños termales naturales. Bueno, en realidad esto es gratuito en todos los sentidos. No tienes más que venir en tu coche, aparcar cerca y bajar toalla en mano y bañador en cuerpo. Lo malo de estar bañándose aquí es que te puedes volver algo estrábico por tener siempre un ojo controlando tus pertenencias (limitadas a la llave del coche y la toalla). Pero al final haces tuyo el lema gallego y entonas un "malo será" a la vieja usanza, mientras el agua recorre todos los recovecos de un cuerpo con unos cuantos kilómetros a la espalda.



Cuando el sol se despide hasta el alba y empiezas a vislumbrar las primeras estrellas, dan ganas de decirse a uno mismo: "Este día no ha podido ser más completo". Con una contaminación lumínica tan escasa, no puedo imaginarme un lugar mejor desde el que contemplar las Perseidas de esta noche y de mañana.