Cuando visito un país extranjero, me gusta tratar de probar siempre los platos locales, por singulares o incluso poco comestibles que parezcan. En Perú también hubo para todos los gustos. Desconozco el motivo, porque en general me gustó la comida (aunque tampoco me fascinó), pero al final acabé usando todas y cada una de las pastillas de Fortasec de Pablo. En ese sentido, durante el viaje rememoré lo maltrecho que quedó mi estómago a raíz de la nauseabunda gastronomía filipina (siempre a mi juicio y tras haber probado todo tipo de restaurantes en Boracay; seguro que hay sitios buenos). Nunca me he considerado delicado en ese sentido, pero también esté empezando a metamorfosearme para heredar la fragilidad estomacal de mi progenitor.
Esta es una selección de los platos y mi valoración personal.
La Inca Kola me llamó la atención, aunque quizás no tenga cabida en este análisis gastronómico. No sé a los demás, pero a mí se sabía a chicle. Me parecía un sabor curioso, simplemente.
Palta rellena: la palta es la palabra quechua para referirse al aguacate (del náhuatl). Para mí no deja de ser una ensaladilla encima de un aguacate. Pero ojo, que aquí los aguacates están de muelte. El vaso con la bebida blanca que está detrás es un jugo de durazno, un fruto muy similar al melocotón en apariencia y sabor.
Arroz con pollo: rico, pero no lo suficientemente exótico.
Tacu tacu: no es plato genuinamente peruano, sino más bien una fusión de la gastronomía peruana y africana, porque al parecer lo inventaron los esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones de algodón y azúcar de Perú. Y estas plantaciones estaban en zonas costeras como la ciudad de Ica, donde lo comimos. Personalmente, no me gustó mucho.
Rocoto relleno de carne de alpaca: por lo que respecta a la apariencia, el rocoto parece el resultado de sumar un pimiento morrón rojo y un tomate y dividirlo por dos. No hace solo de recipiente, para la carne, se come todo. Y lo mejor de todo es la incertidumbre de saber si va a picar poco o te va a ser imposible comerlo. Pero el picante está garantizado. Esto es de lo que más me gustó.
Cuy a la brasa: el cuy es el nombre quechua para lo que nosotros llamamos conejillo de Indias. Me gustó, aunque no me pareció una carne especialmente deliciosa. La alpaca es mejor, aunque una alpaca a mi juicio algo rancia fue lo que probablemente perforó mi estómago en Ollantaytanbo. Lo encontré muy crujiente.
Chanchito: viene a ser un cerdito, es decir un lechón. No está mal, pero este tipo de carnes tiernas las prefiero sin muchas salsas que desvirtúen su sabor.
Jugo de lúcuma: otra palabra de origen quechua. La lúcuma es un fruto del lúcumo, un árbol que crece en Perú y Chile. ¡Rico!
Galleta de coca: para vencer el mal de altura uno puede recurrir a mascar hojas de coca, pero existen otras opciones que incluyen esta planta como ingrediente fundamental. Probablemente los más comunes son los caramelos de coca y estas ricas galletas de coca. Me recuerda ligeramente a esa dulzura sutil de los productos que llevan té verde japonés. Rica.
Queso helado: ¡delicioso! Todo un vicio, y encima muy refrescante. Lo tomamos en el convento de Santa Catalina y, francamente, si se tiene tiempo y guita, recomiendo encarecidamente tomarlo aquí. Además, ¡menuda porción! Nos atiborramos cosa mala.
Arcilla: quizá la gran excentridad gastronómica del viaje. La probé en nuestra visita a una de las casas próximas a las tumbas de Sillustani, en la región de Puno. Tal vez os llame mucho la atención, pero yo estoy tan sorprendido como vosotros ante los últimos descubrimientos sobre las propiedades beneficiosas de las arcillas comestibles.
Para preparar esa arcilla, que usábamos como salsa para condimentar las papas (patatas que se comen con la piel, como en las islas Canarias), solo se necesita añadirle sal y agua. En esta foto podemos observar: la arcilla (antes y después), maíz (antes y después de tostar), las patatas y el queso. Desde luego, el sabor no es desagradable. 'Ta bien.
Sopa de quinua: rica. La quinua es otra palabra de origen quechua que da nombre a una planta.
Lomo de alpaca: este lo tomé en el Mojsa's de Puno. Mojsa es una palabra aimara que significa 'delicioso'. Pablo no podía resistirse a las suculentas pizzas de este restaurante, al que fuimos tres veces para probar todos los platos más típicos. Me gustó, pero la verdad es que tampoco me cautivó.
Chicha morada: la chicha era la bebida sagrada de los incas, que cultivaban mucho maíz. El color depende del tipo de maíz. Es una bebida alcohólica muy suave, de unos 2% (sí, me sigo oponiendo al espacio). Tiene pinta de ser muy peligrosa, por eso de no darte cuenta de que te estás emborrachando poco a poco. Como con la sidra, aunque con esta el alcohol se nota bastante más. Es dulce y tal vez un pelín empalagosa.
Lomo saltado, tomado en un restaurante de Cuzco que tenía platos de la gastronomía chifa (así es como se conoce a los restaurantes chinos en Perú, y la palabra es tan famosa que incluso se encuentra en el DRAE).
Cebiche de trucha fresca: no estoy seguro, pero juraría que he visto este nombre escrito con v y con b.
Totora: quizá la otra gran excentridad del viaje. Es una especie de junco con el que los uros construyen sus islas flotantes. La parte blanca también es comestible y, en cuanto oí esa palabra, le hinqué el diente, ¿cómo no?
Esta es una selección de los platos y mi valoración personal.
Papas a la huancaína: vulgar. De todos modos, en ese restaurante cercano a la plaza de Armas, en el Pasaje de José Olaya, trataron de timarnos poniéndonos una Inca Kola grande, cobrándonos mal... No sé si se llamaba Anita's. No coman en esa calle, amigos. Si quieren ponerse las botas, vayan a los chifas recomendados por la Lonely Planet del barrio chino. Recomiendo los tallarines con salsa ostión (sic). Lo mejor es pedir SOLO un plato por persona, ejem. Las raciones son mastodónticas.
La Inca Kola me llamó la atención, aunque quizás no tenga cabida en este análisis gastronómico. No sé a los demás, pero a mí se sabía a chicle. Me parecía un sabor curioso, simplemente.
Palta rellena: la palta es la palabra quechua para referirse al aguacate (del náhuatl). Para mí no deja de ser una ensaladilla encima de un aguacate. Pero ojo, que aquí los aguacates están de muelte. El vaso con la bebida blanca que está detrás es un jugo de durazno, un fruto muy similar al melocotón en apariencia y sabor.
Arroz con pollo: rico, pero no lo suficientemente exótico.
Tacu tacu: no es plato genuinamente peruano, sino más bien una fusión de la gastronomía peruana y africana, porque al parecer lo inventaron los esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones de algodón y azúcar de Perú. Y estas plantaciones estaban en zonas costeras como la ciudad de Ica, donde lo comimos. Personalmente, no me gustó mucho.
Cuy a la brasa: el cuy es el nombre quechua para lo que nosotros llamamos conejillo de Indias. Me gustó, aunque no me pareció una carne especialmente deliciosa. La alpaca es mejor, aunque una alpaca a mi juicio algo rancia fue lo que probablemente perforó mi estómago en Ollantaytanbo. Lo encontré muy crujiente.
Chanchito: viene a ser un cerdito, es decir un lechón. No está mal, pero este tipo de carnes tiernas las prefiero sin muchas salsas que desvirtúen su sabor.
Jugo de lúcuma: otra palabra de origen quechua. La lúcuma es un fruto del lúcumo, un árbol que crece en Perú y Chile. ¡Rico!
Galleta de coca: para vencer el mal de altura uno puede recurrir a mascar hojas de coca, pero existen otras opciones que incluyen esta planta como ingrediente fundamental. Probablemente los más comunes son los caramelos de coca y estas ricas galletas de coca. Me recuerda ligeramente a esa dulzura sutil de los productos que llevan té verde japonés. Rica.
Queso helado: ¡delicioso! Todo un vicio, y encima muy refrescante. Lo tomamos en el convento de Santa Catalina y, francamente, si se tiene tiempo y guita, recomiendo encarecidamente tomarlo aquí. Además, ¡menuda porción! Nos atiborramos cosa mala.
Arcilla: quizá la gran excentridad gastronómica del viaje. La probé en nuestra visita a una de las casas próximas a las tumbas de Sillustani, en la región de Puno. Tal vez os llame mucho la atención, pero yo estoy tan sorprendido como vosotros ante los últimos descubrimientos sobre las propiedades beneficiosas de las arcillas comestibles.
Sopa de quinua: rica. La quinua es otra palabra de origen quechua que da nombre a una planta.
Lomo de alpaca: este lo tomé en el Mojsa's de Puno. Mojsa es una palabra aimara que significa 'delicioso'. Pablo no podía resistirse a las suculentas pizzas de este restaurante, al que fuimos tres veces para probar todos los platos más típicos. Me gustó, pero la verdad es que tampoco me cautivó.
Chicha morada: la chicha era la bebida sagrada de los incas, que cultivaban mucho maíz. El color depende del tipo de maíz. Es una bebida alcohólica muy suave, de unos 2% (sí, me sigo oponiendo al espacio). Tiene pinta de ser muy peligrosa, por eso de no darte cuenta de que te estás emborrachando poco a poco. Como con la sidra, aunque con esta el alcohol se nota bastante más. Es dulce y tal vez un pelín empalagosa.
Lomo saltado, tomado en un restaurante de Cuzco que tenía platos de la gastronomía chifa (así es como se conoce a los restaurantes chinos en Perú, y la palabra es tan famosa que incluso se encuentra en el DRAE).
Cebiche de trucha fresca: no estoy seguro, pero juraría que he visto este nombre escrito con v y con b.
Totora: quizá la otra gran excentridad del viaje. Es una especie de junco con el que los uros construyen sus islas flotantes. La parte blanca también es comestible y, en cuanto oí esa palabra, le hinqué el diente, ¿cómo no?