lunes, 7 de julio de 2014

Fotocrónica toscana (1/3)

El año pasado, a principios de septiembre, Diego y servidor emprendimos un viaje por ciertas regiones de Italia que seducen a cualquier turista por su hermosura, su unicidad, su legado histórico. Desde pueblos pintorescos a ciudades milenarias, pasando por recónditos oasis del bienestar, este pequeño periplo tuvo de todo un poco, aderezado siempre con la gastronomía local, en ese sempiterno énfasis por probar las especialidades de cada región.



A la postre, el título de esta entrada no representa fielmente las características del viaje. Si bien Toscana fue la primera región, nuestro viaje nos llevó también a otras como Umbría o Lazio. En esta ocasión trataré de ser muy breve y dedicar tan solo unos retazos sobre los lugares visitados. He dividido el viaje en tres etapas. Yo cogí un vuelo desde Londres a Florencia, y Diego voló desde Santiago a Milán, para reunirnos ambos en La Spezia, nuestra base para visitar la famosa región de Cinque Terre, que tenía pendiente desde hace tiempo por los consejos de Chika.
 
 Riomaggiore

 Nos quedamos en el apartamento La Tartaruga Doralice, situado justo al lado del mercado. Nuestra amable anfitriona, Martina, nos dio todo tipo de consejos sobre dónde comer y cómo visitar Cinque Terre, que, como se puede deducir por el nombre, designa a cinco pueblos costeros que iremos viendo en esta entrada.

 Riomaggiore

 A eso dedicamos precisamente todo un día. Empezamos y acabamos en Riomaggiore, el primer pueblo. Precisamente al atardecer, antes de volver a La Spezia, decidimos darnos un baño en una playa de guijarros cercana y allí precisamente nos encontramos con Martina y su maromo en la playa. El típico feeling de pueblo.

Monterosso al Mare

Después de Riomaggiore nos fuimos al último pueblo, y desde aquí iríamos regresando en tren hacia nuestra base. Gracias a la Cinque Terre Card, puedes utilizar el tren y demás servicios de transporte todas las veces que quieras.

Vernazza

A pesar de que Manarola se lleva probablemente el premio a la mejor foto (si sabes hacerla, tienes una cámara decente y/o la editas después para avivar todavía más los colores), probablemente me quedaría con Vernazza.

Vernazza

Es con el que más disfruté de los cinco perdiéndome por sus calles y observando todo tipo de detalles.


 Vernazza

 De camino al espigón nos encontramos con unos niños expectantes ante la fachada de un edificio desde el que surgió de improvisto una lluvia de caramelos para regocijo de los chavales. Le pregunté a un lugareño de un establecimiento cercano y me explicó que era una costumbre relacionada con la celebración de un bautizo.


  Vernazza: festín de caramelos

De Vernazza nos dirigimos al siguiente: Corniglia. Al contrario que Vernazza o Manarola, es más difícil sacar una foto que le haga justicia, porque su encanto reside en ciertos callejones, con sus respectivas tienditas. Para llegar hasta aquí desde la estación hace falta subir una escalera llamada scalinata lardarina. De eso a ser considerada una atracción en sí (según Tripadvisor) hay una gran diferencia.


Corniglia

 Estoy seguro de que a la mayoría le parecerá el más flojito de los cinco. En mi opinión, junto con Monterosso al Mare son los menos imprescindibles. Si solo tuviera tiempo para ver tres, quizá descartaría esos dos.
 

Gato sabio en Corniglia

 Naturalmente, como en cada viaje con Diego, los gatos tuvieron un protagonismo notable en su cámara. En mi caso, fue anecdótico, pero esta es una foto mía, sí. Yo creía que me gustaba fotografiar gatos hasta que conocí a Diego: entonces, decidí retirarme de este nicho fotográfico.


Manarola

No soy un experto en el tema, pero algo me dice que la foto de Manarola debe de ser la más famosa de Cinque Terre, la que uno vería en una guía y que puede servir de reclamo. También es cierto que el paseo cercano permite disponer de una buena perspectiva. Como ya digo, es cuestión de realzar esos tonos tan coloridos de las casas y tener un poquito de sol para conseguir una instantánea idílica.


 Ponte Vecchio desde un lugar bastante oculto en la otra orilla

Después de visitar Cinque Terre había que tirar hacia el sur, por lo que decidimos pasar un día completo en Florencia antes de alquilar el coche y partir hacia el sur. Tuvimos que sacrificar Lucca, un consejo de mi colega italiano, con su mítica plaza del Anfiteatro.


Plaza del Anfiteatro de Lucca

En Florencia escogimos mi modalidad favorita para hacer turismo por ciudades desconocidas: la bicicleta.


Basílica de la Santa Cruz

 Mi amigo Javier me había recomendado las vistas desde San Miniato al Monte y me pareció una idea estupenda, ya que no había visitado este lugar la última vez.


 San Miniato al Monte

Costó horrores subir, porque lo hicimos por un camino demasiado empinado. Pero bajar después fue una gozada. Me pierden muchas veces las ganas de grabar estos descensos, como hice en Perú, y en una curva después de la plaza de Miguel Ángel (quizá el mirador de Florencia más famoso) a punto estuve de comerme un ciclomotor, o viceversa. Si es que una mano menos para conducir es lo que tiene, je, je. Pero no hubo contacto ni penalti y me contenté con ese valioso documento para la posteridad. Una vez de nuevo en la ciudad, todo fue coser y pedalear.


Paseando en bici por Florencia

 Y ya que menciono lo de la última vez... ¿Cuándo había sido la última vez? Pues nada más y nada menos que en aquel ya lejano 1999, en la excursión de fin de curso de 3.º BUP. Y fue al llegar de nuevo a la plaza de la catedral (o piazza del Duomo) cuando me vinieron a la memoria fogonazos de aquel viaje. Recordaba el vértigo de Jacob en el campanario, donde le costaba Dios y ayuda mantener el equilibrio encima de la reja infernal, esa desde la que puedes apreciar los metros que te separan del mundo terrenal, por así decirlo. O también las fotos delante de la puerta del baptisterio de San Juan. O Crende poniendo cara de palurdo (a petición mía) al posar en el Ponte Vecchio.


 Campanario de la basílica de Santa María del Fiore

 Recuerdo también otros detalles intrascendentes como un turista anglófono que nos preguntaba dónde habíamos adquirido las entradas, y la respuesta de Xiana: We have already bought it. Y lo recuerdo porque consideraba la interacción con hablantes de otras lenguas una auténtica novedad. Siempre hablo del interraíl como el punto de inflexión para mi pasión por los viajes, pero ciertamente, y aunque yo no llevaba las riendas de este, tiendo a olvidarme del primer trayecto internacional sin compañía paterna.


Palazzo Vecchio

Muchas cosas han cambiado desde entonces, lógica y hasta (diría yo) afortunadamente. Después del interraíl, el año en Austria contribuyó a seguir derribando esa barrera que intimida a algunos cuando piensan en una estancia o vida en el extranjero.


San Gimignano

 Después de esos entrañables paseos en bicicleta y de deleitar el paladar con la mejor panna cotta que he probado nunca (ya hablaremos de ello en una entrada gastronómica), tocó carretera sin manta hasta la primera y muy turística parada: San Gimignano, cuyo centro histórico es patrimonio mundial de la UNESCO desde 1990.


Torri dei Salvucci (San Gimignano)

Este es el pueblo más turístico que veríamos en todo el viaje (ya que Florencia o Siena no cuentan como pueblos). Con respecto a otros parajes menos visitados, bien sea por ser menos famosos, de más difícil acceso o porque el mes de septiembre iba avanzando, esa afluencia le quita un poco de encanto, aunque de todas formas me parece una visita casi imprescindible.

Piazza della Cisterna desde la Torre Grossa

 Quizás los turistas te den urticaria y prefieras un sitio más alejado. En este caso hay otras opciones: una que se nos quedó en el "tintero" fue Volterra. De todas formas, compensamos con creces esas ansias de ver pueblos menos transitados posteriormente.


 Tromba

Desde lo alto de la torre había unas buenas vistas y sería también allí donde pudimos observar una imagen curiosa de la tromba de agua que parecía encaminarse hacia nuestra posición. Sin embargo, todo quedó al final en... agua de borrajas. Cualquiera lo diría, a juzgar por lo que nos venía encima.


 Colle di Val d'Elsa

 Nuestro hotel se llamaba Belvedere y allí nos dirigimos para pasar la noche antes de comenzar la etapa siguiente. Pero cuando llegamos al Belvedere de San Gimignano el dueño nos dijo que no teníamos ninguna reserva: resulta que había otro hotel con el mismo nombre un poco más alejado. Como es un nombre muy conveniente (de vedere y bello, quicir, bella vista = 'mirador'), todo el mundo quiere agenciárselo. De camino al hotel pasamos por una localidad de nombre Colle di Val d'Elsa y nos preguntamos: «¿Será posible que se trate una joya en la que nadie ha osado pararse nunca y nos convirtamos nosotros en sus descubridores?». Es la libertad de ir con el coche atravesando pueblo tras pueblo. «Venga, vamos a darle una oportunidad». Bueno, la conclusión a la que llegamos es que su carencia de fama está justificada. A pesar de todo, me empeñé en hacer una foto para rendirle tributo y, como decía Diego, «tratar de engañar a otros pardillos para que recalen aquí». Vale, creo que ya nos hemos pasado demasiado con este pueblo que también tiene cosas que ver (según en este utilísimo blog donde me documenté para el viaje, es un yacimiento etrusco de gran importancia), pero que palidece en comparación con los demás destinos de este viaje.
 
Nuestro Mini en el hotel Belvedere (¿cuántos hoteles Belvedere habrá en Italia?)

Bueno, si soy sincero, tampoco es que palidezca demasiado en comparación con Monteriggioni, que esperaba más bello. Aquí cayó radicalmente la cantidad de turistas. De todas formas, me imagino que será muy famoso entre los fans del videojuego Assassin's Creed. ¡Turismo friqui!

Monteriggioni

El problema estriba en que, para sacar la foto más bella de Monteriggioni, hace falta volar. Así se puede apreciar en todo su esplendor la muralla que tan familiar nos resulta a los lucenses.


 


Ese mismo día llegamos a Siena, en donde pasamos el resto del día. Probamos los pici, los udon sieneses, por así decirlo, y paseamos por sus calles, con especial atención a la plaza del Campo (¡qué lucense suena así!) y a su... su... suntuosa catedral. El casco histórico de Siena es patrimonio de la UNESCO desde 1995.


Piazza del Campo de Siena

La visita al campanario quedó descartada esta vez, pero no así la catedral, bellísima por dentro y cuya visita me parece más recomendable (a veces las vistas desde alturas no muy elevadas me dejan algo frío).


Catedral de Siena

No basta con mirar hacia arriba, aquí llama la atención también la excelsa decoración del suelo.

 Interior de la catedral de Siena

Pasamos los últimos coletazos del día (luego vendría el paseo nocturno) descansando un ratejo en la Università degli Studi di Siena. El convento franciscano y el claustro renacentista a la derecha de la basílica de San Francesco, con su enorme plaza homónima, alberga la facultad de Derecho y la biblioteca de la universidad. Siempre que visito universidades ajenas me pregunto cómo habría sido estudiar fuera de Vigo y suelo llegar a la misma conclusión: una experiencia más fascinante. Pero a menos que un extraño efecto mariposa me permita cambiar el pasado para redirigir el rumbo de mi destino universitario, esa incógnita permanecerá sin despejar por los siglos de los siglos.


San Francesco, zona universitaria