Estos días me he leído casi de un tirón Gramáticas extraterrestres de Fernando J. Ballesteros, en el que se analiza la probabilidad de otra vida ajena a la terrícola en el universo, los descubrimientos o intentos realizados hasta ahora y la forma en la que podríamos comunicarnos con nuestros nuevos vecinos, en caso de hallarlos.
Es un tema a todas luces apasionante sobre el que me gustaría resaltar muchas cosas, en estos días de luto por la muerte de Neil Armstrong y de estreno de películas como Prometheus. Bueno, vale que ya se ha estrenado hace un mes, pero hay gente como mi hermana que todavía no la ha visto, je, je.
Precisamente en la película de Ridley Scott se especula con la posibilidad de que la vida en la Tierra procediese de un organismo extraterrestre. Lo cierto es que no es una teoría nueva: la panspermia ya apuntaba al espacio exterior para explicar el origen de la vida terrestre. Algunas variantes poco rigurosas, como la de las naves espaciales sembradoras de vida, contrastan con otras apoyadas por el astrónomo británica Fred Hoyle (bacterias que cayeron del cielo para fertilizar la tierra) o compuestos químicos traídos por cometas y meteoritos. Permaneció desacreditada durante décadas, pero en la Tierra se han encontrado meteoritos procedentes de la Luna y Marte, por lo que un impacto violento de un meteorito o satélite podría arrancar el suficiente material que, de ser despedido con suficiente velocidad, podría errar por el espacio hasta impactar con nuestro planeta. ¿Seremos nosotros los marcianos, como sugiere Prometheus?
Marte también está hoy en día en boca de todos, debido al reciente aterrizaje de la misión Curiosity en su lugar de destino. ¿Será posible encontrar indicios de vida en este misterioso planeta? Pues lo cierto es que indicios de agua sí los hay, y no solo en Marte, sino también en Titán, el satélite más grande del planeta Saturno. Hay datos prometedores: tanto la Mariner 9 como las Viking I y II encontraron numerosas pruebas de la existencia pasada de agua líquida en la superficie, como cauce secos de ríos (debido a sus enormes dimensiones). Además, hay una gran abundancia de hielo bajo el suelo marciano, con grandes posibilidades de que parte de esa agua subterránea sea agua líquida. Por otra parte, tanto en Titán como en Marte se ha hallado metano. Habrá que estar, pues, atentos a lo que pueda encontrar Curiosity.
El libro toca mucho temas interesantes, como el fascinante origen y utilidad de los pulsares, fruto del astro resultante de una supernova: una estrella de gran masa que fallece de forma espectacular y deja tras de sí un cadáver de neutrones, cuyos polos magnéticos generan intensos chorros de radiación electromagnética que salen despedidos al espacio.
También se mencionan enigmas sin resolver como el manuscrito Voynich, las señales WOW o SHGb02+14A, esa curiosidad impregnada para toda la eternidad en los discos de las Pioneer y las Voyager (también mencionados en la serie Cosmos, cuyo autor es precisamente el autor de los mensajes), el romántico afán comunicador del mensaje de Arecibo, el encomiable propósito del SETI (con Paul Allen como más destacado mecenas), elucubraciones sobre la tecnología que poseerían las civilizaciones extraterrestres, capaces de construir una esfera de Dyson o un mundo anillo de Niven...
Desde un punto lingüístico, también me pareció interesante el análisis sobre el lenguaje de comunicación humano y la búsqueda de sistemas análogos en el mundo animal. Según parece, son los delfines los que más se acercan, pues cuentan con un lenguaje muy sofisticado que hasta permite el uso de nombres propios. No en duda se les considera los animales más inteligentes, capaces incluso de poseer una especie de visión de rayos X tridimensional (son capaces de saber si detrás de un obstáculo hay un pez). No en vano, su cerebro tiene muchas más circunvoluciones que el nuestro. De entre los primates, los monos tota son los que cuentan con un lenguaje más complejo, ya que los gritos de alerta de un vigía distinguen entre 'leopardo', 'serpiente' y 'águila', con la correspondiente ventaja que eso supone, ya que la reacción varía en función de la naturaleza del intruso.
Es un tema a todas luces apasionante sobre el que me gustaría resaltar muchas cosas, en estos días de luto por la muerte de Neil Armstrong y de estreno de películas como Prometheus. Bueno, vale que ya se ha estrenado hace un mes, pero hay gente como mi hermana que todavía no la ha visto, je, je.
Precisamente en la película de Ridley Scott se especula con la posibilidad de que la vida en la Tierra procediese de un organismo extraterrestre. Lo cierto es que no es una teoría nueva: la panspermia ya apuntaba al espacio exterior para explicar el origen de la vida terrestre. Algunas variantes poco rigurosas, como la de las naves espaciales sembradoras de vida, contrastan con otras apoyadas por el astrónomo británica Fred Hoyle (bacterias que cayeron del cielo para fertilizar la tierra) o compuestos químicos traídos por cometas y meteoritos. Permaneció desacreditada durante décadas, pero en la Tierra se han encontrado meteoritos procedentes de la Luna y Marte, por lo que un impacto violento de un meteorito o satélite podría arrancar el suficiente material que, de ser despedido con suficiente velocidad, podría errar por el espacio hasta impactar con nuestro planeta. ¿Seremos nosotros los marcianos, como sugiere Prometheus?
Marte también está hoy en día en boca de todos, debido al reciente aterrizaje de la misión Curiosity en su lugar de destino. ¿Será posible encontrar indicios de vida en este misterioso planeta? Pues lo cierto es que indicios de agua sí los hay, y no solo en Marte, sino también en Titán, el satélite más grande del planeta Saturno. Hay datos prometedores: tanto la Mariner 9 como las Viking I y II encontraron numerosas pruebas de la existencia pasada de agua líquida en la superficie, como cauce secos de ríos (debido a sus enormes dimensiones). Además, hay una gran abundancia de hielo bajo el suelo marciano, con grandes posibilidades de que parte de esa agua subterránea sea agua líquida. Por otra parte, tanto en Titán como en Marte se ha hallado metano. Habrá que estar, pues, atentos a lo que pueda encontrar Curiosity.
El libro toca mucho temas interesantes, como el fascinante origen y utilidad de los pulsares, fruto del astro resultante de una supernova: una estrella de gran masa que fallece de forma espectacular y deja tras de sí un cadáver de neutrones, cuyos polos magnéticos generan intensos chorros de radiación electromagnética que salen despedidos al espacio.
También se mencionan enigmas sin resolver como el manuscrito Voynich, las señales WOW o SHGb02+14A, esa curiosidad impregnada para toda la eternidad en los discos de las Pioneer y las Voyager (también mencionados en la serie Cosmos, cuyo autor es precisamente el autor de los mensajes), el romántico afán comunicador del mensaje de Arecibo, el encomiable propósito del SETI (con Paul Allen como más destacado mecenas), elucubraciones sobre la tecnología que poseerían las civilizaciones extraterrestres, capaces de construir una esfera de Dyson o un mundo anillo de Niven...
Desde un punto lingüístico, también me pareció interesante el análisis sobre el lenguaje de comunicación humano y la búsqueda de sistemas análogos en el mundo animal. Según parece, son los delfines los que más se acercan, pues cuentan con un lenguaje muy sofisticado que hasta permite el uso de nombres propios. No en duda se les considera los animales más inteligentes, capaces incluso de poseer una especie de visión de rayos X tridimensional (son capaces de saber si detrás de un obstáculo hay un pez). No en vano, su cerebro tiene muchas más circunvoluciones que el nuestro. De entre los primates, los monos tota son los que cuentan con un lenguaje más complejo, ya que los gritos de alerta de un vigía distinguen entre 'leopardo', 'serpiente' y 'águila', con la correspondiente ventaja que eso supone, ya que la reacción varía en función de la naturaleza del intruso.
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