Llegamos a Lima
por la noche y, siguiendo los consejos del dueño del albergue Miraflores,
cogimos el taxi de la compañía Taxi Green, en un trayecto más largo de lo
esperado por la periferia de Lima, hasta adentrarnos en el barrio de
Miraflores, supuestamente más selecto y seguro. Ya habíamos decidido que Lima
no presentaba un gran atractivo, comparado con el resto de sitios de Perú, así
que nuestro plan consistía en marcharnos el día siguiente por la tarde para llegar por
la noche a Ica y pernoctar allí.
Con Francis, el dueño.
El día siguiente aprovechamos para realizar una visita muy interesante a Huaca Pucllana, para aprender cosas sobre la cultura lima (200-700 a. C.) y la wari. Al contrario que los incas y su adoración al sol (y animales como el puma, el cóndor o la serpiente), en la cultura limeña eran recurrentes los símbolos marinos, como se puede ver en su cerámica, donde abundan figuras como los tiburones. Debido a la corriente de Humboldt, en la zona abundan los peces pequeños y no suele ser habitual ver a estos escualos, pero el fenómeno del Niño trae consigo corrientes más cálidas y, por ende, a estos peces tan agresivos o incluso delfines.
Otra de las características que las diferencian de otras culturas es la forma en que enterraban a las personas más ilustres: en posición horizontal, recostadas sobre camillas hechas de bambú o carrizo, porque ellos entienden que la persona no muere, sino que va a continuar en otra vida después de la muerte. En las tumbas estas personas suelen estar rodeadas de ofrendas, como cerámicas, artefactos, conchas de nácar, etc. Todo dependía del oficio del difunto: si era pescador, le acompañarían al más allá anzuelos de cobre, redes de pescar hechas de fibra vegetal, etc.; si era tejedora, se encontrarían espinas de cactus, alpaca, agujas, lana, etc.
En los años 700, todo cambia. Los waris invaden a la civilización limeña y, en vez de utilizar la huaca pucllana como templo, lo emplean como cementerio. Y aquí los cementerios son diferentes, porque los waris proceden de los Andes. En este caso, las sepulturas se van a hallar en la parte superior y los difuntos se enterrarán en posición fetal, porque entienden que la persona no muere, sino que vuelve a nacer. Como llegó al mundo de esa forma, de la misma manera tendrá que regresar. Este método es el mayoritario en otras civilizaciones sureñas y andinas, como los paracas, los nazcas, los incas o los propios waris, en contraposición con la cultura lima o chimú.
Debido a la frecuencia de movimientos sísmicos en esta zona, estas construcciones empleaban la técnica del librero, por esos espacios vacíos que quedan entre cada bloque (parecido a un libro), para liberar la onda sísmica. El ingreso de esta pirámide de tierra y arena se encontraba en la parte superior. Esta quedaba reservada para los chamanes y sacerdotes, mientras que la inferior era la destinada a la plebe.
En primer lugar pisaban el barro para hacer la mezcla. Utilizaban arena, tierra arcillosa, conchas marinas (trituradas con piedras más grandes para obtener el calcio)... No usaban moldes, así que le daban forma con las manos y lo secaban al sol. Estas condiciones tan precarias disminuían enormemente su esperanza de vida, llegando a fallecer en la mayoría de casos a edades comprendidas entre los 35 y 40 años, sobre todo por problemas respiratorios. No hacían toda la pirámide de adobe, porque eso podía llevarles incluso mil años, sino que lo rellenaban con piedras y otros materiales, para acortar el tiempo de construcción.
Para evitar los terremotos (lógicamente en aquella época se desconocía que eran provocados por la fricción de placas tectónicas), los lima adoraban a un dios que llamaban Pachacámac (en quechua pacha significa 'tierra' y camac 'movimiento'). Trataban de calmarlo con ofrendas como algodón, maíz morado, cerámica y hojas de coca.
Después de la
visita guiada pasamos de taxi y decidimos coger el bus “A” hacia el centro,
mucho más económico y genuino. Estábamos muy atentos para procurar bajar antes
del puente que lleva a Rímac, el Bronx limeño.
Las indicaciones de Francis, el propietario del hostal, nos habían parecido curiosas, cuando menos: había marcado con X una especie de zonas limítrofes que separaban las zonas seguras de aquellas en donde era mejor no aventurarse.
Esto concuerda con lo que nos dijo el guía de Nazca. Por lo que parece, Trujillo es la ciudad más peligrosa de Perú y Lima la capital más peligrosa de Sudamérica. Pero bueno, lo mismo que te pasa en Lima te puede pasar en Madrid, sinceramente. Todo depende de por qué zonas te pasees.
Nosotros nos bajamos a la altura del parque de la exposición para tomar un par de fotos simpáticas (véase Facebook).
El distrito del Rímac, supuesto territorio comanche.
Las indicaciones de Francis, el propietario del hostal, nos habían parecido curiosas, cuando menos: había marcado con X una especie de zonas limítrofes que separaban las zonas seguras de aquellas en donde era mejor no aventurarse.
Esto concuerda con lo que nos dijo el guía de Nazca. Por lo que parece, Trujillo es la ciudad más peligrosa de Perú y Lima la capital más peligrosa de Sudamérica. Pero bueno, lo mismo que te pasa en Lima te puede pasar en Madrid, sinceramente. Todo depende de por qué zonas te pasees.
Nosotros nos bajamos a la altura del parque de la exposición para tomar un par de fotos simpáticas (véase Facebook).
Posteriormente
nos adentramos en el casco histórico de la ciudad y fuimos recorriendo sus
calles fijándonos en la guía de Lonely Planet para llegar a uno de los
restaurantes recomendados. Pero en esto nos abordó un checo que llevaba muchos
años trabajando como ¿traductor? en unas ¿minas?, y después de entablar
conversación con él le pregunté si conocía algún sitio recomendable para comer
en la ciudad, teniendo en cuenta que llevaba bastantes años viviendo allí. Nos
llevó a una calle que daba a la plaza de Armas donde tenían un menú bastante
económico y ahí nos despedimos. Siempre que me abordan por la calle en un país
extranjero suelo andar con cuidado, y lo cierto es que debería haberme librado
del capullo este para tratar de buscar un restaurante adecuado por nuestra
cuenta, porque al final la comida resultó ser bastante decepcionante. Ya no
solo por la comida, sino también por la camarera, que debido al bajo precio del
menú trataba de timarnos con las bebidas. Esta taimada arpía nos trajo una
jarra de cerveza, cuando realmente habíamos pedido una botella para uno (aunque
sean grandes). Después le pedimos una Inca Kola para probar y nos trajo las
botellas grandes. Le pregunté si no tenía pequeñas y dijo que solo le quedaban
de ese tamaño, mirando para otro lado. Podía disimular un poquito más las
mentirijillas. Esperamos a que viniese otra camarera y le dijimos que se
llevase el botellón ese. Nos contestó que no entendía por qué habían traído la
grande y nos puso una pequeña. Pero no acabó ahí la cosa. Después la mala
pécora esa hizo la cuenta y nos puso 20 soles por la jarra de cerveza. Les preguntamos,
de nuevo, a otras camareras que si había algo mal en el precio, porque no
pensábamos pagarlo, y nos dijeron que en realidad eran 15, corrigieron la
cuenta y nos pidieron que no le dijésemos nada a la bruja piruja. ¿Pero qué
restaurante es ese? Nada más llegar a Perú, los intentos de timo eran notables.
Pero bueno, una vez habituados al sudeste asiático, ya estábamos curados de
espantos y preparados para ser tomados por el pito del sereno. Y así fue.
¡Faltaría más!
Ceviche pasable (mejor el de trucha de Puno, aunque no sea el mejor lugar)
Papas a la huancaína, también típicas de Perú. Meh...
Inca Kola de tamaño pequeño
Después de ese
suculento manjar seguimos con nuestro itinerario. Visitamos la
catedral, cuyo coro es obra del maestro Berruguete.
También
descubrimos que es aquí donde está enterrado el analfabeto de Pizarro, el cual,
eso sí, murió con gallardía (sic).
Después del paseo
por la ciudad y un cafecito, emprendimos el camino de vuelta hacia el hostal,
para coger nuestras maletas y coger el taxi a la estación de autobuses. Pero
el tráfico limeño nos deparaba una infausta sorpresa. Le pedimos al taxista que
nos llevase al óvalo, un lugar cerca de nuestro hostal que servía como
referencia, y nuestra esperanza de llegar a tiempo al hostal sufrió constantes
altibajos: ahora parecía que lo podíamos conseguir, ahora todo indicaba a que
nos íbamos a quedar parados un buen rato en medio del atasco... La cosa es que
el taxi se detuvo cerca del óvalo y a mí me pareció ver el hostal, un edificio
rojo, como un espejismo, aunque ese claramente no era el lugar correcto. Le
preguntamos a un señor si estábamos en el óvalo y en esa conversación nos dimos
cuenta de que debíamos hacerle dicho al taxista que nos llevase al Óvalo
Gutiérrez: nos faltó ser un poco más concisos. Llegar a tiempo parecía ya una
utopía, pero cogimos otro taxi de dudosa legalidad y al final el hostal resultó
estar más cerca de lo esperado. Cogimos nuestras maletas y el taxista inició el
viaje de su vida por las calles de Lima, tratando de recorrer siempre las
calles menos transitadas a un buen ritmo, esquivando a los demás ocupantes de
esa jungla automovilística y suspirando en el intento: “Miren lo que le están
haciendo a mi carrito, que no está acostumbrado a esto”. La verdad es que
demostró una gran pericia y, tras un viaje en donde no las teníamos todas con
nosotros en muchos momentos, gracias a él conseguimos llegar a tiempo a la
estación de autobuses para montarnos en el bus de Cruz del Sur, destino: Ica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario