Plaza de Armas de Puno.
Cuando uno traza un itinerario para el viaje más típico a Perú (aquel que recorre la parte meridional), resulta bastante conveniente tener en cuenta las diversas altitudes que presenta cada una de las paradas que vamos a realizar. Unos amigos me comentaron que volaron directamente desde Lima a Puno, protagonista de esta entrada, y el soroche o mal de altura que les sobrevino fue tan agudo que sufrieron vómitos y otros síntomas poco agradables. Nosotros tuvimos la suerte, conscientemente o no, de recorrer el país de forma que la altitud fuese aumentando poco a poco. Primero por la costa y luego con la primera subida a Arequipa, nada brusco y precipitado. Ahora bien, la cima había quedado ya coronada en el Colca y a partir de ahora nada llegaría a su altura (literalmente).
Puno, sin embargo, sería la ciudad con la mayor altitud que visitaríamos, pues se encuentra a 3820 metros sobre el nivel del mar. Para llegar aquí cogimos un autobús de la empresa Julsa. Cruz del Sur fue la referencia durante el resto de nuestros viajes y no teníamos una idea clara de lo que nos deparaba. Cuando llegó la hora de la salida apareció nuestro autobús y la impresión no fue, digamos, muy buena. Alguna parte de la carrocería brillaba por su ausencia, en el equipaje había desde sacos a pollos vivos y todo rezumaba un aire viejuno. Cuando encontramos nuestro asiento, ya había alguien en él. ¿Teníamos el mismo número de asiento para el mismo bus? No. Simplemente, en nuestra inocencia, habíamos asumido que el bus iba a salir a su hora. Pero resulta que era el bus de la hora anterior: no sé si la hora de retraso fue circunstancial, pero ese hecho ya nos daba a entender que la calidad de esta compañía iba a palidecer en comparación con la de Cruz del Sur. Por fortuna, nuestro bus era más decente que el de la hora anterior (al menos no le faltaban piezas), pero cumplía esa característica que ya había oído o leído por ahí: el volumen de la televisión está pensado para la configuración que tendría en un autobús del IMSERSO exclusivo para cuasi sordos. No había forma de evitar ser taladrado constantemente por esas ondas sónicas que rebotaban por doquier. Rezábamos para que la película no fuese un western con disparos a tutiplén, o un Fast and Furious.
El plan para Puno era visitar las tumbas de Sillustani, las islas flotantes de los uros, una estancia nocturna en la isla Amantaní, contemplar la puesta de sol desde ahí y una visita posterior a la isla de Taquile. Por falta de disponibilidad, la estancia en la isla de Amantaní tuvo que cancelarse en detrimento de una excursión de un día a Taquile y los uros. Al final resultó ser una buena elección, porque no hubo puesta de sol el día que habríamos elegido para Amantaní. Y sin una bella puesta de sol, la visita a esta isla (o las islas del sol y de la luna bolivianas) pierden gran parte de su encanto. Aun así, seguro que resulta una experiencia interesante.
En nuestra visita a las torres de Sillustani nos volvimos a encontrar con una pareja de alemán y china, que se atrevieron a probar conmigo posteriormente la patata con arcilla. Pablete arrastraba cierta falta de sueño y las pestañas le pesaban un quintal, pero eso no fue óbice ni cortapisa para realizar su encomiable labor fotográfica.
La carne de alpaca es especialmente popular en esta parte del altiplano peruano.
Las
culturas predominantes en Puno son la aimara (al sur) y la quechua (al
norte). En Puno los primeros tienen más relevancia, por tratarse de los
descendientes contemporáneos de grupos que habitaron antiguamente el
altiplano, como los lupacas, los collas o los uros. Según el guía, los
lupacas hablan el aimara como lengua principal, mientras que los collas
utilizan el quechua.
Los collas utilizaban piedras rústicas para construir sus torres
funerarias. Los collas aparecen sobre el año 1200, tras la decadencia de
la cultura Tiahuanaco. Los collas eligieron este lugar para
erigir sus torres funerarias por tratarse de un emplazamiento
privilegiado, rodeado de la laguna de Umayo. Y privilegiados eran
también los que se enterraban aquí: personas de sangre noble.
La
diferencia más notable entre las torres de los incas y de los collas es
el material: mientras los incas utilizaban la piedra labrada, los collas
se decantaban por piedras rústicas, en su estado natural. Esto se puede apreciar con facilidad en las fotos. Cada una de
las torres tenía una puerta que apuntaba hacia la salida del sol, y esa
puerta se abría cada 1 de junio. Curiosamente,
las torres eran construidas antes de que los líderes muriesen. Y
algunas tienen sus propios símbolos; los incas, al llegar a este lugar,
retrataron tres animales que representan la continuidad de la vida: la
serpiente, el sapo y la lagartija, esculpidas en altos relieves.
Después de nuestra visita a las torres, que se produjo por la tarde el mismo día de nuestra llegada, nos fuimos al hostal para dedicarnos a nuestras labores y prepararnos para el día siguiente: una visita a las islas de los uros y Taquile. Estos son los apuntes de ese día, según la información de nuestro guía (toma pareado):
Las ces del lago Titicaca tienen una fonética especial: no se dice /k/, como el sonido de la q española, sino que es una especie de /k/ sonora. Esta diferencia se anuló en el español, por la incapacidad de los conquistadores para pronunciarla y la inexistencia de un fonema equivalente en el español. Titicaca quiere 'puma gris', aunque el verdadero nombre sea Titicala, 'puma de piedra', en el idioma aimara.
El guía se asombraba con la intuición que tenían sus antepasados para saber que el lago tenía forma de Puma, cuando ahora podemos comprobar esto gracias a las imágenes por vía satélite. Yo, la verdad, no veo muy clara la semejanza. Si me dicen que es un zurullito o unos huevos torraos, le otorgo el mismo parecido.
El lago tiene 8372 kilómetros cuadrados de extensión y 170 km de largo por 60 de ancho. Un 60 % del lago pertenece a Perú. El lago tiende a subir en la temporada de lluvia. A veces, debido a las corrientes generadas por el Niño, la profundidad del lago puede llegar a subir hasta 6 metros. Aunque en algunas ocasiones también se vio asolado por sequías como la de la década de los 40, cuando se podía llegar andando de la bahía de Puno a la península de Capachica, según cuentan los abuelos de ahora. Hace 35 años los bolivianos hallaron un templo a 80 metros bajo el agua, lo cual indica que en algún momento el lago fue una laguna donde se llegaron a desarrollar culturas preincas. La temperatura del agua es aprox. unos 9 o 10 grados.
La totora es muy importante para la civilización puneña, ya que contiene una gran cantidad de yodo, que purifica el agua. En algunos sitios llega a tener 300 metros de profundidad. Al lago llegan unos 25 ríos, pero solo sale uno: el Desaguadero, que continúa hacia el Pacífico. Desgraciadamente, este río se está secando. La totora no solo purifica, sino que también es comestible (la parte blanca, como ya mencioné en otra entrada) y sirve como material para construir barcos.
Los uros que se pueden visitar en las islas no son oriundos. Ahora habitan allí una mezcla de quechuas y aimaras. Los auténticos hablarían el uruquilla o el puquina. Lamentablemente, estos dialectos se han perdido. Según afirma una teoría, su incapacidad para adaptarse al hábitat de la selva puneña les llevaron al altiplano. Posteriormente, sus desavenencias con los collas, incas y europeos los desplazaron a este lago. Primero sería una familia, pero al final expandirían su territorio a base de las islas flotantes artificiales. Hay más de 80.
La población es cada vez menor. Los jóvenes terminan la escuela primaria en una isla artificial, pero para continuar a secundaria se ven forzados a ir a Puno u otras localidades. Y cuando conocen la vida fuera de esas islas, ya no quieren regresar. Según el guía, la gente más pobre vive todavía allí y, de hecho, allí sigue la escuela.
Bien, esta es la información obtenida, que apunté en forma de notas de voz. Ahora cada uno que juzgue si los uros allí presentes son simples puneños que van a hacer el paripé para obtener el dinero de los turistas, o si realmente hay gente que todavía vive en las islas: los más pobres, como decía nuestro guía. De hecho, él mismo admitía que, de seguir esta tendencia, al final no habría ningún habitante propiamente dicho y que las islas serían un mero museo para los turistas, como una especie de Williamsburg en donde se recrean tiempos y costumbres pasadas de civilizaciones o culturas extintas. Aunque vivir en las islas tiene sus inconvenientes (desprotección, falta de recursos, inconveniencia...), también tienen sus ventajas fiscales, puesto que no se ven obligados a pagar impuestos por no hallarse en tierra firme. Había leído en cierto blog una impresión muy negativa tildándolo todo de farsa, pero bueno: en ese caso, no sería el primer lugar. Hay otros más descarados (he oído hablar de Xijiang, en China) y, al fin y al cabo, el guía ya fue bastante sincero al respecto. Francamente, la considero una visita interesante, para observar su forma de vida, que nos explicaron con pelos y señales.
Después de la visita a las islas de los uros zarpamos rumbo a Taquile, una isla de lo más tranquilico en donde probaríamos la sopa de quinua en un restaurante situado en lo que vendría a ser la plaza mayor del pueblo. Mientras hacíamos tiempo para esperar a que preparasen el almuerzo hicimos un par de fotos. Y ahí sucedió algo muy curioso. Las dos niñas que jugaban en la plaza corrían que se las pelaban para adueñarse del encuadre de las fotos ajenas. Bastaba ponerse delante de la señal con las referencias sobre la distancia a otras ciudades del mundo para que se plantasen en medio como acompañamiento exótico a la instantánea, a cambio de algún regalillo como agradecimiento. Bueno, eso independientemente de si el inmortalizado o el inmortalizador consideraban necesaria o no su presencia. De alguna forma hay que ganarse la vida: prefiero esa simpática treta que ese intento descarado de timarnos con los precios de ese restaurante limeño cuya camarera nos tomaba por idiotas (bueno, tampoco iba muy desencaminada en mi caso...).
Otro de los aspectos destacados de Taquile es su arte textil. Tanto es así que fue declarado por la UNESCO obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad en 2005. Para preservar una tradición ancestral toda ayuda es poca. Así que aquí nada de escaquearse con la vana excusa de que "esto no es para hombres". ¡Vaya si lo es! Para hombres y mujeres de todas las edades, incluso niños. Todo sea por mantener vivo ese conocimiento transmitido de generación en generación.
Y, como si de un chullo al que solo le falta la puntada final, va siendo hora de hilvanar la conclusión de este relato: todo acaba con un paseo de vuelta por el otro camino hacia el embarcadero, desde donde emprenderíamos el camino de vuelta. Subí a la cubierta superior para tomar algo el sol y me di cuenta de la presencia de una japonesa entre los demás turistas. Preguntó en inglés si se podía sentar, contesté con un どうぞ y, ¡hala, a practicar y conocer al personal! Se llamaba Tomoe y había venido desde Vancouver. Debido a su aspecto viejoven, hasta se me pasó por la cabeza si era la madre del chaval japonés que también venía con el grupo. Al final resultó que el chaval, Taiki, (de unos 19 años) estaba dando una pequeña vuelta al mundo de 6 meses. Fueron aprox. dos horas de conversación agradable entre los tres. Para entablar una cierta amistad se hace necesario compartir algún día más con otras personas que te cruces en tu viaje: en este sentido siempre me acuerdo de las dos chicas coreanas que conocí en mi viaje australiano y que me abrieron hasta las puertas de su casa para visitar ese país maravilloso llamado Corea. En este caso no volvimos a coincidir, pero creo que con muy poco esfuerzo y unos tours comunes uno puede llegar a conocer gente muy diversa e interesante al viajar por el mundo. Una de tantas cosas positivas que conllevan los viajes.
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