jueves, 21 de enero de 2010

Taiwán, la simbiosis chinojaponesa (1/2)

Tras el viaje a Corea en junio del año pasado, disponía de apenas un día y medio para tratar de ver lo máximo posible en Taiwán. Este escaso tiempo solo me permitía ver parte de su capital, Taipéi, junto con lo que mis dos nuevos amigos y guías tuvieran a bien enseñarme. Era otra visita relámpago que dejó muy buen sabor de boca, aunque tan solo fuese por la literal cantidad y variedad de viandas degustadas.

Llegué a Taipéi con un ligero malestar por la estulticia china. En lo que para mí representa el colmo de la estupidez burocrática, tuve que comprar un nuevo billete desde Seúl, porque el que tenía en mi poder volaba a Taipéi vía Tianjin. Según parece, para hacer escala en ese aeropuerto se necesita un visado (!), lo cual es absolutamente innecesario en Pekín. Esto no tiene lógica ninguna porque, en mi modesta opinión, no se debería necesitar nunca visado para hacer escala en cualquier aeropuerto.



En fin, la verdad es que el primer día llegué por la tarde; solo tuve tiempo y ganas para ver el Taipei 101 y poder afirmar que, en algún momento de mi vida, estuve en el edificio más alto del mundo. A pesar de que el Burj Dubai ya lo supera en altura, todavía no se había inaugurado en el momento de realizar este viaje. Por lo tanto, ¡que me quiten lo baila(d)o!

No son pocos los récords que ostenta: estructura más alta con sus 508 metros, tejado más alto (448 m) y planta ocupada más alta (438 m), todo ello aderezado con el ascensor más rápido del mundo, capaz de alcanzar una velocidad máxima de 1.010 metros por minuto. Y, por si fuera poco, los amantes de la técnica pueden "deleitarse" con la contemplación del mayor amortiguador eólico pasivo del mundo, con un diámetro de 5,5 metros y 660 toneladas de peso. Está compuesto de 41 capas de acero sólido con 12,5 cm de grosor, para soportar terremotos de 7 en la escala de Richter y vientos de 400 km/h.

Tanto el camino de ida como el de vuelta al Taipei 101 está jalonado por todo tipo de tentaciones que rayan el paroxismo del consumismo. Las escaleras automáticas que llevan al quinto piso (la entrada) están dispuestas de tal forma que el visitante debe ir de un lado a otro para seguir subiendo, y así irse topando por el camino con los vistosos escaparates de las tiendas adyacentes. El afán consumista no acaba ahí, porque una vez visitada la torre es imposible salir sin pasarse por unas deslucidas e insulsas exposiciones que ejercen de teloneras para la tediosa sucesión de bisutería, joyería u orfebrería. El robótico y lánguido tono de la ascensorista, repitiendo en chino e inglés la información de rigor, acaba por convencerme de lo superficial y anodina que resulta la visita. Sin embargo, una vez más la contundencia de los datos la convierte en poco menos que obligada.

Ya de vuelta al hostal, me pregunto si seré capaz de arreglármelas solo en un mercado nocturno, una visita probablemente aburrida si uno no cuenta con un amigo con el que comentar lo que ve. Sin embargo, movido por un tímido afán aventurero y algo de hambre, me dirijo al mercado nocturno de Gongguan, cerca de la Universidad Nacional de Taiwán. Mi objetivo: encontrar el restaurante cuyo nombre en la guía no puede resultar más atractivo: Realy Good Beef Noodles (sic), con esa pequeña errata en una palabra que lo hace tan... chino. Encuentro lo que, según el mapa, es el sitio en cuestión y me encuentro ya con murmullos de sorpresa. Me temo lo peor. Me dirijo a la dueña y le digo en mi perfecto chino si todavía se puede manducar. La señora huye despavorida en busca de su hijo, licenciado en Oxford (sí, es irónico), que confirma a su pesar mi terrible sospecha. Son las diez y media, es demasiado tarde ya.

Así que, derrotado pero con dignidad emprendo la retirada. Pero hete aquí que un grupo de jóvenes chinos, sin duda entre compungidos y risueños por ver mi cara de Carpanta, me llaman y me dicen qué quería. La respuesta es lógica: quería saber si tenían esos fideos con ternera tan buenos, peronopuedesermuchasgraciasadiós. Sin embargo, en un último y amable intento por contentarme, me desposeen de la dignidad con la que estaba a punto de irme ofreciéndome los restos de su comida. Con una risa de circunstancias y un rápido agradecimiento, me retiro humillado para ahogar mis penas con la comida del Seven Eleven más cercano al hostal.

Afortunadamente, el día posterior pude resarcirme con creces. A las nueve y media de la mañana los amigos de Mika, mi amiga taiwanesa, vinieron a buscarme al hostal. Se trata de Tommy y Erin, dos guías excepcionales de inglés fluido y gran simpatía. Además de, como decía mi amigo Diego, dos personas con las que compartir nuestro odio común hacia los chinacos.

Porque, ¿cómo se llevan Taiwán y China? Pues para empezar deberíamos utilizar sus verdaderos nombres: República de China y República Popular de China, respectivamente. La historia entrecruzada de ambos países comienza realmente hace casi un siglo, con la creación del Kuomintang en 1911. En 1928 Chiang Kai-shek, tras reprimir con dureza a los comunistas (representados por el partido de Mao Tse-Tung fundado en 1921), completa la unificación de la china continental e impone su autoridad sobre Manchuria, con una política dictatorial fiel a los principios confucianos de resignación y jerarquía. La guerrilla comunista hostigó continuamente al Kuomintang, pero en 1934 optan por retirarse al interior en lo que se conoció como La Larga Marcha (1934-1935), recorriendo a pie hacia el norte 10.000 kilómetros que comienzan 120.000 soldados y de los que solo 30.000 sobreviven. Se instalan en Shensi y organizan un estado comunista, fijando además las claves del maoísmo.

Ambos bandos colaborarán para hacer frente a la invasión japonesa, pero cuando estos asumen su derrota en 1945 se reanuda la guerra civil. Los comunistas atacan desde el norte y consiguen dominar gran parte del país. En 1949 conquistan Shangai y poco después tanto Cantón como la zona occidental. Así pues, el bando perdedor nacionalista no tuvo más remedio que refugiarse en la isla de Formosa, Taiwán. El Kuomintang se puso como meta desde entonces recuperar la china continental, empresa que el tiempo acabó por demostrar imposible. El tiempo no pasó en balde y, a medida que la República Popular de China aumentaba a pasos agigantados su poder económico y político, se apuntó otro tanto en el ámbito diplomático al convertirse en la representante de China en la ONU, desbancando a la cada vez más modesta Taiwán.



La mala prensa de China (y nunca mejor dicho) no debe convertir al Kuomintang en el bueno de la película. Hasta 1991 Taiwán era una dictadura que tuvo como primer presidente al mismísimo Chiang Kai-shek, cuyo edificio conmemorativo es uno de los lugares de interés turístico de la ciudad. En la foto se retrata solo el Teatro Nacional, o bien el auditorio; la verdad es que no me dio tiempo a informarme porque mis amigos improvisados me llevaron de un lado para otro, en visitas y diálogos más interesantes que las meras caminatas en pos del álbum fotográfico. Lo que dio de sí la visita será mejor dejarlo para el siguiente y último capítulo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario