domingo, 29 de agosto de 2010
Vacaciones estivales 2010 (1)
Estas han sido sin duda unas vacaciones de verano muy especiales, un período estival en el que he podido juntar a muchos de mis amigos cercanos, lejanos y mucho más lejanos, llegados (o más bien llegada) de Oriente. Me encantaría que fuese de nuevo 24 de julio, que estuviese aterrizando en el aeropuerto de Barajas entablando conversación de nuevo con ese grupo de jerezanos, volver a disfrutar de esos días de calma y relax en Tapia de Casariego, con unos buenos libros, unos debates interesantes apoyados en cervezas y caipiriñas, la compañía de mi familia mientras el sol se pone por detrás del dique sabiendo que saldrá aún en muchos más días que disfrutaré con los más queridos.
Al igual que ocurrió en el viaje por el Cantábrico del 2007, me ha servido para darme cuenta, como Woody Allen, de lo mucho que el norte de España tiene que ofrecer, en especial Galicia y Asturias, tierra predilecta del ilustre cineasta. Lugares que nunca había visitado o recordaba haberlo hecho, como Combarro, lugares desconocidos dentro de territorio conocido, como el mirador de San Pedro en La Coruña, lugares recónditos que descubres tras muchos viajes por la zona, como el mirador de Siradella... Regiones que no se conforman con atesorar un legado histórico considerable, sino que también deleitan el paladar con todo tipo de manjares.
Después de recibir a Mika en su idioma natal quedamos con Ariadna y Pedro (novio de esta última) para cenar y dar una vuelta por Santiago. Fue la primera toma de contacto con España de una taiwanesa recién llegada de París, en donde había pasado unos días en compañía de nuestra amiga Emma.
Nuestro carácter afable y campechano le pareció entrañable a un hombre que pasaba por la calle, nos caímos tan bien mutuamente que decidimos invitarle a comer, si bien nos dejábamos de preguntarnos por qué no se quitaba el pasamontañas.
Me acuerdo perfectamente de los apuntes de mi amiga coreana cuando visité Seúl, con horarios, alternativas, todo bien planeado. El carácter español es menos estricto, nada de rigurosos planteamientos y estrés por si las cosas no salen bien; la visita guiada que le ofrecimos a Mika tenía una ruta básica, pero se fue esbozando a medida que recorríamos las Rías Altas y Baixas.
El primer fue el dedicado a las Rías Altas: lo iniciamos con una parada en Malpica, comimos en el maravilloso restaurante A Ría de Canduas, en donde Mika probó los berberechos buenos y grandes (los de Santiago eran pequeñitos), el centollo, unas croquetas caseras deliciosas de tanto jamón como pescado y las navajas, su marisco favorito a la postre. Los percebes y las navajas le resultaron del todo desconocidos, así como la tarta de orujo que hizo de sobremesa. Mika estaba que se ponía las botas.
Después de un breve paseo en barca gracias a un muy buen hombre, nos dimos un paseo por la playa de Laxe, probablemente la playa con la arena más blanca que recuerdo haber visto. Este fue para mí uno de los mejores momentos del viaje, por la belleza del paisaje, esa agua fría que realmente te refresca los pies (en Japón el agua está tan caliente que uno no sabe qué hacer para bajar la temperatura en la playa). Mientras caminaba por la orilla con Mika de la mano, era perfectamente consciente de que estaba ante un momento muy especial que, probablemente, nunca se volvería a repetir. Me gusta vivir cosas nuevas y me gusta tener el recuerdo de haberlas vivido.
Al día siguiente nos dirigimos a las Rías Baixas y empezamos con una parada en el mirador de Siradella, situado sobre el monte del mismo nombre desde el que se podía contemplar la playa de la Lanzada, las Islas Cíes y Ons, la ensenada de O Vao y la Ría de Arosa, poblada de innumerables bateas.
Tras un pequeño tour en coche por la Isla de La Toja le tocó el turno a Combarro, un pueblo con encanto y los hórreos por estandarte. Aquí rellenamos la panza mientras veíamos la carrera de fórmula 1 y después recorrimos las calles de este pequeño y encantador pueblo.
Son muchas las fotos y vídeos de este viaje, y ni siquiera creo que las elegidas sean las mejores. Ni siquiera hay proporción, ya que este pequeño pueblo de Combarro se lleva un gran porcentaje de la entrada de hoy.
Pasear con mis padres, mi hermana y Mika fue muy especial. En realidad parecía una más de la familia. A pesar de la diferencia de caracteres que suele entrañar el encuentro entre un taiwanés un español, no tardó en apuntarse a seguir las bromas, echarme la bronca con un "¡Pitu, come!" al más puro estilo Pilar para que siguiese llenando la panza, y comunicarse con mi familia sin complejos.
Después de Combarro visitamos Bayona y Pontevedra. En esta última ciudad tenía lugar aquel día la llamada Fiesta de las Peñas, es decir, un montón de jóvenes entregándose a la bebida en grupos bien ordenados al principio y sumidos en un más que posible caos al final. El paseo por la fortaleza de Baiona también fue un momento muy especial.
No faltó nada. Mika pudo incluso disfrutar del tan cacareado "helado de papá" del que le hablaba. El otro día vi su álbum con la foto inferior y el pie de foto "Por fin pude probar el famoso helado de papi".
No hubo mejor colofón en estos días que contemplar la puesta de sol en el mirado de San Pedro. Si bien Finisterre era el objetivo inicial, la verdad es que Coruña es la ciudad de Galicia que parece tenerlo todo: hasta una puesta de sol que quita el hipo. Afortunados somos los gallegos de poder presenciar tal ocaso, cómo el astro desaparece en el regazo del mar mientras el cielo se va tiñendo paulatinamente de rojo y da el relevo a la luna con su firmamento.
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