Resulta curioso cómo uno puede emprender los más variopintos y exóticos viajes para cuando, al regresar a su ciudad natal, se encuentra todavía con rincones no explorados, datos desconocidos, vistas insólitas y, en definitiva, un patrimonio cuyo valor no había logrado llegar a apreciar en su justa medida.
Tras una labor de restauración pormenorizada de las torres de la catedral, hace unos dos meses se puso en marcha una loable iniciativa que repercutía en el interés no solo de cualquier turista en Lugo, sino también de los propios lucenses: se habilitaba una de las torres para la realización de visitas guiadas, un primer paso de un proyecto aún más ambicioso que tuvimos el honor de disfrutar ayer domingo.
Lo cierto es que no podíamos haber elegido mejor día: un cielo azul tan divino como este lugar de culto nos acompañó durante toda la visita, que se prolongó incluso 20 minutos más de la hora prevista. El cura que nos acompañó no escatimó detalles sobre la historia de la catedral ni alguna de las joyas (para mí) desconocidas que alberga.
La visita comenzó precisamente con una breve introducción en donde se mencionaba la joya mayor. Según el guía (y cura a la vez) se trata del breviario de música medieval más importante del mundo. Conocido por los estudiosos como el Códice de Lugo, data del siglo XIII y contiene lecturas históricas y piezas musicales tanto gallegas como internacionales. Según el investigador musical Manuel Rey Olleros, también contiene «piezas que permiten interpretar otras del [ahora más famoso si cabe] Códice Calixtino [de la catedral de Santiago]». Tal es su importancia entre los historiadores de la materia que la Universidad de Indiana lo ha digitalizado y, gracias a ello, se puede consultar en línea.
Este es uno de tantos vínculos entre ambas catedrales que descubrimos durante la visita. Por ejemplo, el insigne arquitecto Domingo Antonio de Andrade, (autor de la torre del reloj de la catedral de Santiago, entre otras cosas) diseñó la sacristía. De hecho, muchas de las obras e innovaciones que se hacían en Lugo se aplicaban después en Santiago y viceversa.
Después de esta primera revelación pasamos al triforio, cuya anchura me dejó perplejo, pues tenía entendido que eran siempre espacios más bien angostos. Pero no en vano el triforio de la catedral de Lugo es uno de los más anchos de España. Desde aquí pudimos hacernos una idea del diseño que presenta la catedral, con el altar al fondo y los famosos retablos de Cornelis de Holanda a ambos extremos del transepto. Esta es otra de las joyas de la catedral: datan del siglo XVI y sufrieron graves daños por el terremoto de Lisboa de 1755. Desde entonces los dos fragmentos conservados se colocaron en una ubicación que suele despertar la curiosidad entre los visitantes, pues muchos afirman que es la primera vez que ven un retablo colocado encima de una puerta.
Aquí se puede apreciar la piedra nueva que hubo que poner a raíz del terremoto.
Nuestra catedral es, en realidad, una suerte de catálogo de arquitectura, porque contiene rasgos estilísticos del románico, barroco, renacentista, neoclásico, gótico... ¡e incluso rococó! Esto se debe a las muchas manos sobre las que descansó la responsabilidad de construir o renovar la catedral. Se atribuye su autoría al maestro Raimundo, en el año 1129, pero quizá sería más exacto afirmar que no fue una construcción en el sentido de empezar desde cero, porque se partía del templo que el obispo Odoario había erigido en el siglo VIII. Su belleza no era nada desdeñable porque, según parece, se utilizó como modelo para la catedral de Oviedo. Lugo le debe mucho al obispo Odoario, que había regresado del norte de África al rendirse a la evidencia ante el auge del islamismo, por su labor repobladora y sus dotes organizativas.
¿Pero era esa realmente la primera iglesia que existió en Lugo? Algunas hipótesis señalan que los restos desenterrados el año pasado en la plaza de Santa María de Lugo no forman parte de un baño público o la piscina de un creso patricio; los motivos cristianos de los mosaicos sugieren que podría tratarse de un baptisterio. Como muchos saben, bajo el suelo de la ciudad de Lugo se encuentran todo tipo de reliquias de su pasado romano, incluyendo un palacio que se extiende desde la plaza de Santa María hasta la plaza de Santo Domingo. Mientras tanto, esos tesoros yacen enterrados bajo la arena. Cada día caminamos sobre tesoros con casi dos milenios de antigüedad.
Para mí, uno de los aspectos más desconocidos de la catedral era que, en realidad, se conservan más detalles de la arquitectura gótica que la románica. Por ejemplo, su característica girola, que alberga varias capillas en su recorrido. En el triforio pudimos contemplar varias esculturas de piedra y madera policromada, estas últimas realizadas mediante un proceso denominado estofado. Algunas formaban parte del famoso retablo y se pueden apreciar pequeños orificios perpetrados por las infames carcomas.
Pero la pieza estrella de este incipiente museo catedralicio es, sin duda, el Crismón de la Hermida (Quiroga), que data probablemente del siglo V y constituye el testimonio más antiguo de la presencia del cristianismo en Galicia. El cura nos decía que la inscripción en latín que presenta hace suponer que su origen es muy culto, porque la leyenda es de tamaña complejidad y belleza que no podría ser un objeto particular, sino que debería formar probablemente de un mausoleo erigido en honor de algún noble romano. Como se dice en la web del Museo Diocesiano Catedralicio:
La inscripción marginal, entre las dos circunferencias concéntricas, está formada por dos versos latinos: un exámetro y un pentámetro, que dicen: "AVRVM VILE TIBI EST ARGENTI PONDERA CEDANT PLVS EST QVOD PROPRIA FELICITATE NITES", lo que, traducido al castellano, significa: "EL ORO ES COSA VIL PARA TI; NO DIGAMOS YA LA PLATA; ES MUCHO MÁS LO QUE BRILLAS POR TU PROPIA FELICIDAD".Tal inscripción sólo tiene sentido si se da por supuesto que el personaje a quien se dedica, era un hombre muy rico, que se convirtió al Cristianismo y mereció ir al Cielo.
Después de este paso por el triforio pudimos disfrutar del atractivo principal que nos sugería la visita: subir a una de las torres sur para poder contemplar vistas nunca vistas. Mucho han cambiado de aspecto las torres desde que estaban tan descuidadas que incluso el cura nos confesaba que se ponía morado de las moras que crecían en las zarzas de las torres. Para ahuyentar las palomas y sus excrementos corrosivos, la catedral cuenta con la inestimable ayuda de dos halcones que anidaron en las torres de forma natural, y algo aún más inaudito: una jineta en cuya existencia reparó uno de los técnicos que repararon las torres. Como es un animal nocturno, resulta difícil avistarla, pero los cadáveres de las palomas desprevenidas dan buena prueba de ello.
Desde aquí tenemos una vista privilegiada de la muralla y es probablemente el único sitio donde uno puede observar el claustro al completo. La única alternativa forma parte de otra de las sorpresas de la visita: desde una de las ventanas del triforio se puede acceder a una terraza que tiene vistas al susodicho claustro, a donde bajamos posteriormente para finalizar esta visita que, por un precio de 5 euros, merece mucho la pena.