lunes, 3 de diciembre de 2012

Reseña: Un día en la vida del cuerpo humano

Hacía un tiempo que quería plasmar en negro sobre blanco algunas de las curiosidades extraídas en la lectura del interesante libro de Jennifer G, Ackerman: Un día en la vida del cuerpo humano.

Quería empezar resaltando el concepto de los relojes corporales o temporizadores/ritmos circadianos. Son esos cuyo desajuste percibimos en un desfase horario (jet-lag) notable, por ejemplo. Y no hay un solo reloj maestro que controle todo el cuerpo, sino que otros órganos o sistemas tienen sus propios ritmos: los osciladores periféricos. Pulmones, hígado, esófago, estómago... Cada uno tiene su cierta independencia.

Así, hay momentos que suelen ser más recomendados para según qué actividades, dependiendo de la hora del día o de la noche. Por ejemplo, por la noche «los bronquios se hacen más hiperreactivos y las vías bronquiales que hacen circular el aire se encogen de diámetro aproximadamente un 8%.» Para la gente normal esto no representa ningún problema, pero para los que padecen asma, sí. Que se lo digan a una que yo me sé :-/.

Esto está relacionado a su vez con el célebre concepto antagónico de búho o alondra, presente en el libro. En pocas palabras; se denomina búhos a aquellos individuos que rinden mejor por la noche, mientras que las alondras prefieren invertir sus energías en horario matutino. Unos son madrugadores y otros trasnochadores. Y la costumbre a uno u otro horario está estrechamente vinculada a los ritmos circadianos de su cuerpo humano.

Pero hay consejos que valen para todos, referidos a cuál es la mejor hora del día para algo. Por ejemplo, practicar ejercicio a última hora de la tarde beneficia el desarrollo muscular, ganando un 20% más de masa muscular que si se hiciese por la mañana. La temperatura corporal va subiendo durante el día y llega al máximo al anochecer. A mayor temperatura, mayor ritmo cardíaco.

La espalda también duele menos por la mañana, porque la columna vertebral se estira durante la noche y, de hecho, somos más altos por la mañana que por la noche.

En el libro también se mencionan enfermedades o síntomas muy curiosos, como la prosopagnosia: la imposibilidad de reconocer y recordar los rasgos del rostro humano. Para una amiga de la autora, cada vez que las caras de sus amigos o familiares aparecen en su vida, le parecen nuevos y extraños. De hecho, tiene que apoyarse en rasgos no faciales, como la forma de andar, el peinado, la silueta del cuerpo o el tono de voz para reconocer a la gente. O bien directamente de una colega lazarillo que le sople quién se está aproximando para hablarle. No ve los rostros borrosos ni nada parecido, sino que no le dicen nada.

En el libro se da respuesta a muchos viejos interrogantes. ¿Por qué las mujeres aguantan peor el alcohol que los hombres en general? «Porque tienen proporcionalmente más grasa corporal y menos agua que los hombres del mismo peso. Como el alcohol se dispersa a través del agua del cuerpo, las mujeres alcanzan mayores niveles de alcohol que los hombres después de consumir cantidades iguales». Aunque es preciso apuntar, lógicamente, que aquí entran otros factores externos como si el estómago está lleno o vacío (al estar lleno, la absorción es más lenta) o las horas de sueño (cuanta más privación de sueño, más fuerte pega el alcohol).

Entre otros fragmentos destacables se encuentra el que analiza el comportamiento del cuerpo humano ante la sensación de peligro. La amígdala se encarga de alertar al cuerpo inmediatamente: susto, inmovilidad, vello erizado o movilización para luchar o huir. Mientras tanto, otra señal viaja hacia la corteza sensorial para examinar con detenimiento la situación y desconectar, en caso necesario, la respuesta del miedo.

Esta respuesta se conoce como respuesta del estrés y ha sido objeto de estudio por parte de científicos en los últimos años. Las conclusiones a las que se llegaron eran sorprendentes y recuerdo que alguno de los invitados del programa Redes se hizo eco de esos resultados: «este tipo de respuesta de estrés agudo es bueno para el cuerpo. Se trata de una reacción protectora; agudiza nuestros sentidos, mejora nuestra memoria e incrementa nuestra respuesta inmunológica». Como decía el invitado en cuestión, el estrés es bueno, siempre que sea efímero. Incrementa el rendimiento y supone un estímulo: reaccionar a dicho estrés puede constituir un sistema excelente para confrontar los desafíos a corto plazo.

Pues nada, una pizquita de estrés nunca viene mal de Pascuas en Ramos. ¡Estrés donde estrés!

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