Uno puede llegar a descubrir la existencia de los lugares más enigmáticos y místicos del planeta de formas tan variopintas como curiosas. En mi más tierna infancia, la principal fuente sobre culturas extranjeras en mi tiempo libre la constituían los cómics y la literatura infantil. Las misiones que les encomendaban a Mortadelo y Filemón entrañaban a veces auténticas odiseas rumbo a países allende los mares, mientras que en su larga singladura Jim Botón y Lucas el maquinista entraban en contacto con civilizaciones como la china.
Los videojuegos, por aquel entonces, ya habían ido perfeccionando sus gráficos y tramas lo suficiente como para transportarte a aquellos mundos desconocidos. A veces el entorno del juego estaba formado por un universo ficticio y único, pero en otras ocasiones se basaba en lugares o bien existentes, o bien pertenecientes a leyendas y mitos.
Illusion of Gaia, uno de mis juegos favoritos y, probablemente, en el que más me zambullí de cuantos jugué, se inspiraba en varios sitios existentes en nuestro mundo real para el desarrollo de su línea argumental. Un joven infante no tarda mucho tiempo en ser partícipe de la fama que rodea a monumentos tales como las pirámides o la gran muralla china, pero Angkor Wat o las líneas de Nazca son mucho más sorprendentes por no ser tan conocidas para todo el mundo.
De ahí procede el sobrenombre que he venido utilizando durante muchos años, que da nombre a una constelación. Es la c también de mi dirección de correo. La otra parte de la dirección es, precisamente, nazca. Este era uno de los objetivos del viaje, los geoglifos patrimonio de la UNESCO desde 1994 que solo se podían observar en los sobrevuelos en avioneta que organizaban las aerolíneas locales.
Salimos del hostal por la mañana temprano: el plan inicial era hacer el sobrevuelo nada más y partir hacia Arequipa en el bus diurno, porque mi compañero de viaje temía no poder conciliar el sueño en los buses nocturnos. No teníamos nada reservado y desconocíamos si era algo que se podía contratar al llegar, pero necesitábamos una cierta seguridad. En la estación, uno de los empleados de Cruz del Sur nos dijo que él podía contactar con una de las aerolíneas para llevarnos allí desde la estación de bus, hacer el sobrevuelo y coger el bus de las 14:00, pero cuando nos llegamos al hostal, el gordo seboso que lo regentaba nos dijo que era imposible, algo que a la postre fue verdad, debido a lo que tuvimos que esperar antes de alzar el vuelo. Aun así, era técnicamente posible, pero mereció la pena hacer el tour que nos recomendó, sobre todo por Arturo, un guía fantástico. Ahora bien, lo que no recomendaría a nadie es contratar el tour a través del gordito, porque el precio en sí es una estafa (130 soles), es mucho mejor contactar con Arturo y hacerlo directamente. Lo malo es que la dirección que me ha dado no parece funcionar, porque no ha contestado un correo electrónico que le he enviado, pero espero que sí esté disponible en estos números de teléfono que me dio:
Nosotros hemos caído en las fauces de ese Jabba el Hutt peruano, pero si ustedes pueden evitarlo, háganlo.
Esta es, sin duda, la parte más cara del viaje. Nosotros pagamos 100 dólares por una avioneta para dos personas con el ala por encima de la ventana, probablemente la mejor opción porque no tienes a más gente que pueda molestarte y siempre puedes ver por tu propio lado, porque los pilotos dan vueltas de forma que cada uno de los pasajeros puedan ver todas las figuras. A raíz de los accidentes aéreos del pasado, ahora hay muchas menos aerolíneas que antes. Esto tiene su lado bueno y su lado malo. La parte positiva es la mayor seguridad que conllevan medidas de Perogrullo como tener a un copiloto (algo que no era norma anteriormente) y unos mayores controles; la parte negativa es el alza de los precios, aunque esta no es una situación en la que uno quiera regatear mucho, pese a que todas las aerolíneas actuales deberían ofrecer una plena seguridad.
El sobrevuelo dura una media hora y en él ves, por este orden, los siguientes geoglifos: la ballena, los trapecios, el astronauta, el mono, el perro, el cóndor, la araña, el colibrí, el alcatraz, el papagayo, el árbol y las manos. En las siguientes fotos se pueden apreciar algunas de las representaciones. Para hacerlo más entretenido, escribiré los nombres en blanco, para que tratéis de adivinar de qué figura se trata. Podéis seleccionar la palabra con el ratón para verla mejor.
El mono.
Naturalmente, se pueden encontrar fotografías en internet donde las figuras son mucho más visibles, jugando con los contrastes, pero estas han sido hechas al natural. Uno de los aspectos más curiosos de estas líneas es su delicado estado de conservación: de hecho, se han tenido que dar una serie de factores para que aún hoy en día podamos observar estas líneas:
1) En Nazca (o Nasca para los peruanos) solo llueve de media hora cada dos años. De hecho, y aunque parezca mentira, nos encontramos ante uno de los lugares más secos del planeta. Bastaría una hora de lluvia continua para deshacer estos geoglifos tan místicos.
2) Esta zona (como pudimos comprobar en Chauchilla) se ve azotada por fuertes vientos que transportan mucha arena de un lugar a otro y a veces impiden los sobrevuelos. Sin embargo, la propia orografía de la planicie apenas presenta oposición para tales vendavales, con lo que dicha arena se acaba depositando cien kilómetros más al norte. Tanto es así que Nazca es el lugar idóneo para practicar el sandboarding, puesto que aquí se encuentra la segunda duna más alta del mundo (cerro Blanco, 2078 m) y la que ofrece el descenso más largo del mundo: duna Grande o cerro Marcha.
3) El color oscuro del suelo y el sol de justicia que incide sobre estos terrenos disminuyen la velocidad de dicho viento, al formar una capa de aire caliente protectora.
4) El yeso, presente en el suelo, contribuye a fijar todo elemento superficial al entrar en contacto con el rocío matinal.
Así pues, la elección de este emplazamiento por la cultura de Nazca no fue fortuita.
El cóndor.
Si bien las figuras de Nazca son las más famosas, el elemento más numeroso es el de las líneas (de ahí el nombre por el que se conoce al conjunto), que llegan a alcanzar cientos de metros de longitud. Se atribuye la autoría a la civilización nasqueña por los motivos encontrados en su cerámica.
Las manos y el árbol.
Según los últimos estudios, basados en la cantidad de C14 presente en materiales orgánicos que han quedado atrapados en el barniz de roca, los geoglifos se realizaron en algún momento entre los años 550 y 650 d. C. Si bien María Reiche es la arqueóloga que más tiempo dedicó a estudiar las líneas, no fue la descubridora, ni tampoco el primer arqueólogo en interesarse por el lugar. El Dr. Kosok, de hecho, fue quien le propuso a la señora Reiche investigar las misteriosas líneas.
Las manos y el árbol.
Todo el mundo piensa que las líneas solo son apreciables desde un avión, pero lo cierto es que también se pueden divisar desde las colinas adyacentes, como hizo en su día el arqueólogo peruano Toribio Mejia Xesspe. Desde el avión se ven algunas de ellas. En el trayecto en bus a Nazca también pudimos verlas a ras de suelo: como se puede ver, algunas están tan cerca de la autopista panamericana que se podrían vandalizar con cierta facilidad, pese a los puestos de control presentes. Claro que... ¿a quién le interesa destruir estos vestigios milenarios? Me vienen a la cabeza los budas de Bāmiyān, volados por los deficientes mentales de los talibanes. Pero aquí estamos ante un supuesto calendario astronómico, hipótesis que ya sostenía Kosok, secundada posteriormente por Reiche, en cuyo honor hay una fundación y un museo en Nazca.
El colibrí.
Tampoco hay que olvidar la existencia de otras teorías, como la que postula como propósito de la construcción el culto a los dioses del agua. Esta es, de hecho, la conclusión para otras líneas no tan conocidas como las de Nazca, pero no por ello menos enigmáticas o impresionantes: las líneas de Palpa.
Hay muchas razones para visitarlas: son más numerosas y antiguas que las de Nazca. Además, algunas de ellas presentan una mayor complejidad, como la gran familia.
Por lo que nos dijeron, algunas de ellas se pueden ver junto con las de Nazca alargando el sobrevuelo a una hora. A mí de todas formas me llegó con las de Nazca, pero ya que estás allí, y por un precio un poco más alto, ¿por qué no ver las otras? De haberlo sabido con anterioridad, lo habríamos hecho. Ahí os queda ese aviso para navegantes.
Después del sobrevuelo volvimos al hostal y, después del sablazo en dólares, preferimos comer en un restaurante bastante modesto un caldo de res y un arroz con pollo. Después fue cuando vino Arturo y nos llevó a visitar otros sitios en Nazca que merece la pena visitar. El primero fue el cementerio de Chauchilla.
Este es el tipo de momificación que se practicaba antiguamente, consistente en deshidratar el cuerpo lo máximo posible, abrirle la parte del abdomen para extraer las vísceras e introducir el algodón. Todas están colocadas en posición fetal, mirando hacia el este (hacia el lado oeste de la ciudad de Nazca). En su viaje al más allá les acompañaba cerámica de uso doméstico, dentro de la cual había alimentos que podrían utilizar en la otra vida. Para poder tapar las tumbas utilizaban madera de un árbol típico de Perú: el guarango.
En marzo de 2014 los arqueólogos tienen planeado abrir otras dos tumbas y taparlas con algún vidrio para evitar la descomposición de las momias que, pese a estar en las tumbas todavía, permanecen expuestas a la intemperie y al fortísimo viento que siempre sopla en este lugar. El día en el que fuimos me impresionó la ventolera, pero más me impresionó que el guía la calificara con menos de 1 en una escala del 1 al 10. A veces, de hecho, es imposible bajarse del coche.
El otro gran peligro al que están expuestas las momias son los huaqueros o saqueadores de tumbas. Estos son capaces de profanarlas relativamente rápido en busca de tesoros, mientras que a los arqueólogos les lleva unos cuatro meses abrir una debidamente.
De camino al cementerio de Chauchilla se pasa por otro más modesto en donde se entierra a los lugareños, que no se pueden permitir los nichos del cementerio de Nazca (entre 3500 y 4000 soles). Lo hacen en posición horizontal, a dos metros y medio y mirando hacia el frente, pero claro: entre 25 y 30 años después el cuerpo termina hecho polvo, literalmente. Estas momias tienen más de 1100 años y la conservación es muy buena. Si bien el sistema de modificación era el mismo para todos, se dice que los colores de los tejidos podían representar su clase social: rojo para la más alta, marrón para la clase media y blanca para la plebe.
Después le tocó el turno a los acueductos de Cantalloc, también obra de la cultura de Nazca/Nasca.
Lógicamente, teniendo en cuenta el clima reinante y su pertinaz sequía, los acueductos poseían una importancia fundamental. Construyeron más de cuarenta de ellos y se denominan puquios, término que se utiliza en Perú y Chile para estos manantiales de agua. Lo que vemos en las fotos son las chimeneas helicoidales que tenían como función la ventilación y facilitar el acceso para tareas de limpieza y mantenimiento en general. Obra maestra de la ingeniería nasqueña, cuya construcción requirió de ingentes esfuerzos y mano de obra.
El Telar de Cantalloc es otro de los restos arqueológicos importantes de Nazca, junto con los paredones. Se llama así por la forma en cuadrícula que presenta. Se compone de tres partes: en la primera fotografía se puede observar el propio telar y parte de las agujas.
En esta segunda se aprecian de nuevo las agujas y el ovillo.
Y, por último, los paredones, edificados con piedras, barro y adobe en la parte alta. Gran parte de esta construcción, de 500 metros de ancho por 1 kilómetro de largo, está compuesta de material nuevo, restaurado hacía solo dos meses antes de nuestra llegada (noviembre de 2013), con apoyo del arqueólogo italiano Giuseppe Orefici y la municipalidad de Nazca, en un esfuerzo por intentar restaurar este patrimonio histórico, después del derrumbe provocado por el terremoto de 1996. El material original se encuentra en el centro, totalmente destruido. En la parte más alta, conocida como el torreón, pernoctaba el representante del inca, cuyo cometido consistía en supervisar las zonas agrícolas. Aquí llegaron a vivir 150 personas.
De vuelta al hostal, pudimos presentar dos espectáculos ligeramente esperpénticos antes de coger el bus nocturno.
1) Perros coprófagos: el cachorro que correteaba por el hostal, ni corto ni perezoso, soltó un zurullito tan cuco como él y, atraído por el hediondo aroma de su propio excremento, decidió catarlo con un mordisquito. «¡Está en su punto!», debió de pensar el chucho, porque lo cogió con la boca y lo transportó a otro sitio que formaba prácticamente el centro geométrico perfecto del vestíbulo del hostal. Y allí, atraído por ese banquete frugal pero deliciosamente fétido, acudió otro chucho para deglutir la cagarruta, ¡y no dejar ni la viruta! A eso le llamo yo el súmmum del reciclaje. Después, hablando con una persona que entiende mucho más de cánidos que yo, me enteré de que no era algo tan especial. Y yo me pregunto, ¿cómo se quejarán los perros entre ellos cuando el excremento no esté al dente?
—¡Guau!, ¡esto es una mierda!
—Guau, no me digas...
2) Gordos comeplátanos: Nosotros seguíamos en plan ahorro, así que fuimos a un centro comercial para comprar la cena. Nos quedaba un plátano, pero no contábamos con el apetito insaciable de ese dueño del hostal tan inconmensurable (literalmente, es que medirlo a lo ancho era una utopía). King Kong se acercó y nos preguntó, con alguna que otra baba deslizándose por la comisura de sus labios, si podía comerse parte de nuestro plátano. No queríamos acabar siendo devorados por sus enormes fauces, así que cedimos y ayudamos a saciar el bandullo de este capullo.