En la entrada anterior me había dejado una parada de nuestro itinerario en el tintero: Chinchero. Aquí asistimos a una demostración de cómo teñir la lana de alpaca tan famosa de Perú.
Pero otra bella sorpresa de este recorrido por el Valle Sagrado cuzqueño fue el complejo arqueológico de Písac ('perdiz' en quechua), que se divide en varios sectores:
· Kialla Q'asa, con un grupo de habitaciones que ha seguido la estructura de la superficie del Cusco;
· Tianayoc, ubicada en la parte alta del Intihuatana, con sus habitaciones dispuestas alrededor de la plaza;
· Intihuatana, donde se puede visitar el qorihuayrachina (observatorio solar) sus edificios dan cara al valle;
· P'isaqa, un conjunto habitacional con andenes semicirculares y fuentes de agua;
· Huimin, ubicado en el cisco del cerro;
· Tantana Marka, un sector ubicado en la parte posterior del cerro con tumbas incas.
La parte de Tantana marka (tankay: 'para empujar'; marka: 'lugar') contiene numerosas tumbas incas (se calcula que hay unas 10 000); no en vano es el cementerio prehispánico más grande del continente. Como los incas creían en la reencarnación, se llevaban literalmente a la tumba los alimentos necesarios para la nueva vida, así como sus más preciadas posesiones. Los españoles, cegados por la codicia, no tardaron en profanar estas tumbas en busca de metales y piedras preciosas. La necrópolis acabó convertida en un queso gruyer que se aprecia a simple vista. Solo nos separa de ellas el riachuelo Quitamayu.
Durante nuestra breve visita se puso a llover y tuvimos que echar mano del paraguas.
En realidad lo que más me impresionó fue la andenería del lugar, muy importante para este pueblo, ya que la agricultura constituía su actividad principal. Aquí se puede apreciar la mayor variedad estilística de andenes, de hasta 14 formas diferentes.
En un momento dado una nube nos engullía y apenas conseguíamos ver lo que nos rodeaba, como si estuviésemos viviendo en una fortaleza aérea.
Y, poco a poco, la niebla se disipaba para revelarnos un paisaje espectacular.
La última parada del tour era Ollantaytanbo. Aprovechamos la ocasión para no volver a Cuzco y ahorrarnos el transporte aquí: era el lugar ideal para coger el tren que nos llevaría hasta Aguas Calientes y, por consiguiente, Machu Picchu.
Merece la pena quedarse un día aquí y explorar esas calles adoquinadas que no parecen tener fin. Por otra parte, a horas más intempestivas la afluencia de turistas también es menor. Nos tomamos un pedazo de pastel en un bar de la plaza de Armas donde trabajaba una señora catalana muy cordial.
Durante la visita del día anterior nos habíamos fijado en la famosa cara del inca de la montaña Pinkuylluna, a la izquierda de las colcas o antiguos depósitos agrícolas de los incas.
A pesar de que había una buena tiradita, al día siguiente decidimos aproximarnos a ese lugar. Pablo se quedó un poco más abajo y yo aproveché para subir un poco más y tener unas buenas vistas de las terrazas de Ollantaytanbo desde esta montaña.
Cuando llegamos al hostal tuvimos que esperar un buen rato hasta que llegase el encargado. Y lo hicimos en vano, ya que quien llegó al final fue una brasileña que trabajaba allí (bien maciza) para alojarnos por fin. El pasar una noche aquí nos permitió explorar bien este lugar.
Habíamos reservado lo mejor del viaje para el final y poco a poco se acercaba el gran momento. El día 5 cogimos el tren a Aguas Calientes para dormir allí y levantarnos temprano al día siguiente, para disfrutar todo un día de Machu Picchu. El pueblo de Aguas Calientes en sí no tiene mucho que ver, pero el mero emplazamiento en el que se encuentra ya es especial de por sí. Todo el mundo parece odiarlo a muerte, pero a mí no me suscitó tanta cólera. Está para lo que está: servir a las hordas de turistas que acuden a ese último reducto inca tan envuelto en misterio antaño como aún hoy en día.
Nos fuimos al hostal para nuestra última noche antes del gran día. Yo volvía a necesitar alguna pastilleja para el estómago y parecía que eso me iba a fastidiar el día, pero fue pensar en lo que teníamos por delante y me olvidé de mis molestias estomacales durante todo el día. A medida que ascendíamos en el autobús ya empezaba a aumentar la espectacularidad del paisaje, con el imponente cerro Putukusi al frente (el que, al final, decidimos no ascender: siempre queda algo que ver) y el sinuoso recorrido que describía el caudal del río Urubamba en lo más profundo.
Tenía la idea preconcebida de que no íbamos a verlo nada más llegar, de que tendríamos aún que ascender un poco e incluso tratar de hacerlo con los ojos cerrados, para cuando nos encontrásemos frente a estas ruinas nos quedásemos sin palabras. Pero en realidad aparece en todo su esplendor al poco de caminar, al llegar a los almacenes. De todas formas, su visión, después de tantos años de espera, nos sobrecogió como pocos otros sitios en el mundo: resultaba casi imposible plasmar en palabras lo que se le pasaba a uno por la cabeza ante tamaña escena, una postal del pasado que llega al presente gracias a la ignorancia de los conquistadores españoles sobre el lugar y, ahora, de los esfuerzos por conservarlo después de que Hiram Bingham lo rescatara para Perú, pero también para el mundo entero, que ahora tiene la posibilidad de deleitarse zambulléndose de lleno en historia pura.
No podían faltar aquí las ya famosas siluetas incas: desde que el propio plano de Machu Picchu es un geoglifo con forma de ave, hasta que el Huayna Picchu es el ala izquierda de un cóndor (con la cabeza y el ala derecha a su izquierda). O la mejor de todas, que analizando con detenimiento esta foto podemos observar el perfil del rostro de un inca (con retoques evidentes, eso sí).
Pues sí: nadie conocía la existencia de esta ciudad, ni siquiera los conquistadores españoles, hasta la llegada un día de julio de 1911 del arqueólogo e historiador norteamericano Hiram Bingham, acompañado por un guía indígena. Él andaba en busca de Vilcabamba, la capital de los últimos incas y donde se creía que los incas habían puesto el oro a buen recaudo, a salvo de los codiciosos españoles. Pero en Machu Picchu no se encontró ni un solo objeto de oro. Nadie sabe quién vivió allí, ni por qué se abandonó la ciudad.
Bingham le puso el nombre de Machu Picchu ('vieja montaña'), aunque su nombre original hubiese sido Picchu o Picho. La traducción parece sencilla, pero en un libro sobre el tema leí que no había dudas sobre el significado de Machu, pero sí sobre el de Picchu, y de hecho hay otras teorías sobre su significado, como 'el anciano pensador' o 'la mayor de las eminencias del cerro'. Dentro de Machu Picchu podemos visitar la "casa del inka", donde, según Bingham, residía el jefe político de la ciudad.
Cerca de Machu Picchu estaban las canteras de donde extraían la piedra. Las piedras se encajaban las unas con las otras sin emplear ningún otro material. Los tejados eran de paja. La estructura escalonada facilitaba el riego. Los campesinos que habitaban allí eran probablemente mitmas (campesinos sometidos por los incas). La plaza principal de Machu Picchu es un buen ejemplo de cómo estaba estrictamente estructurada la sociedad inca, ya que el espacio que vemos a continuación estaba limitado en función del estatus y jerarquía: el sector bajo o hurin y el sector alto o hanan, reservado a las construcciones de carácter religioso.
La "sala de los morteros" (sin foto) podría haber tenido aplicaciones astronómicas, porque las piedras ahuecadas se llenaban de agua en ciertos momentos. Y gracias a las ventanas, por donde pasaba el sol, podían efectuarse cálculos que se aplicaban posteriormente en la agricultura. Otra teoría propone que las sacerdotisas utilizaban los morteros para obtener pinturas con las que colorear telas o vasijas. No se sabe si MP fue gobernada por algún soberano inca (que significa 'el hijo del sol'). Para los incas el oro y la plata representaban las lágrimas del sol y la luna.
El templo del cóndor: la piedra del cóndor representa una cabeza de pájaro y las piedras posteriores, las alas. El hueco que rodea el pico podría haber sido el lugar por donde corriera la sangre de los animales sacrificados. Para los incas, el cóndor representaba la libertad y el aire.
El templo del sol es una obra maestra de la arquitectura inca. A través de la torre los sacerdotes podían realizar cálculos astronómicos y determinar los movimientos del sol, que desempeñaban un papel muy importante en los rituales sagrados. Bajo el templo del sol se encuentra una cueva, prevista para enterrar un rey o como mausoleo. Los arqueólogos creen que la momia que se halló aquí pertenecía a una persona de alto rango.
En las colcas del Machu Picchu se almacenaban los víveres y a su lado estaban los establos con las llamas. El agua se llevaba desde la montaña a la ciudad, con un sistema de canalización que sigue funcionando después de 500 años. Después de haber recorrido todo el lugar y haber subido y bajado el Huayna Picchu, se agradecía el banquito que había aquí, desde donde podías relajarte y seguir contemplando extasiado la belleza y misticismo de esta antigua ciudad.
El centro religioso del Machu Picchu era el Intihuatana ('el lugar donde se alza el sol'). Allí se encuentra una piedra sagrada, cuya forma recuerda a un reloj solar. En un libro sobre Machu Picchu leí que la hendidura que tiene en una esquina se produjo accidentalmente durante el rodaje de un anuncio para una marca de cerveza. Un daño irreparable por un fin lamentable.
En el centro se encuentra el palacio de la Princesa (o de la Ñusta), donde residía el clero y la nobleza. Los orificios trapezoidales aportaban estabilidad y protegían las estructuras contra posibles terremotos.
El templo de las 3 ventanas representaba para los incas la eternidad. Al norte está el templo principal, con una fachada abierta y una sala de ceremonias con 13 nichos, donde se consultaba al oráculo para recibir consejos de los dioses. Cuando hablas en dirección a estos nichos, escuchas tu voz amplificada en todo el recinto.
Otra edificación relevante es el templo principal. La verdad es que podría llevarme un buen par de horas analizar todo lo que hay en Machu Picchu, así que enlazo varias de las cosas que vimos con esa página web donde se puede ampliar la información, para el que esté interesado. En mi caso recurrí a algunos documentales.
Otra visita que presentaba su cierto interés y morbo era el puente inca. Para llegar hasta él caminamos durante un rato por un sendero de baja dificultad y bastante agradable. A Pablo le recordaba a alguna escena de Tomb Raider en el que descubres nuevos caminos (porque había alguno que partía desde el sendero), así que cayó un vídeo friqui friqui :-D.
El morbo del puente inca consiste en que otrora estaba accesible para los visitantes, pero la muerte de un turista incauto supuso su clausura eterna. La verdad es que el propio camino ya cerca del puente se iba estrechando hasta el punto de que un tropezón muy puñetero te podía dar un susto de muerte, porque la caída era de aúpa. No apto para aquellos con vértigo, salvo que vayan pegados a la roca y no miren jamás a su derecha :-P.
A juzgar por lo precario de la construcción, no parece muy buena idea tratar de cruzar esas cuatro tablas puestas a la buena de Dios (o de Wiracocha). Me llamó también mucho la atención ese otro acceso para llegar a Machu Picchu que desaparecía entre la vegetación. ¿Hasta dónde se podría llegar?
La visita a Huayna Picchu es, en principio, para todos los públicos, pero lo cierto es que hace dura por el calor y la pendiente. El agua tiene una importancia fundamental para pasar todo un día aquí y en estas subidas nunca está de más. Por otra parte, comprarla en MP sale mucho más caro, así que conviene aprovisionarse bien en Aguas Calientes (o incluso antes).
Si las vistas del Machu Picchu in situ eran formidables, la panorámica desde el Huayna Picchu no le iba a la zaga. También fue el lugar escogido para tomarle el pelo a los demás turistas que venían detrás. Como parecía que me encontraba mismamente al borde de la montaña, me tiré un par de veces en plan suicida, cual monje que quema el palacio dorado de Kioto al no poder aguantar su belleza (pero inmolándose por la belleza del Machu Picchu). La foto está tomada un poco cerca, pero desde más lejos al tirarme desaparecía por completo y escuché algún grito, sofoco y risas posteriores. Después de hacerlo 157 veces, me empezaron a apedrear. Vale, esto último me lo acabo de inventar.
Machu Picchu fue planificada hasta los últimos detalles, reflejando la jerarquía de la sociedad inca. A un lado de la plaza central se encuentran las viviendas de los nobles, los palacios y los templos. Del otro, el barrio de los sabios y artesanos. Más abajo están las viviendas y terrazas de cultivo de los campesinos, con sus graneros y establos. Y nada mejor que contemplar su plano desde la distancia para tener una idea mejor.
Las rocas que nos esperaban más arriba nos proporcionarían más oportunidades para hacer el idiota, uno de mis grandes pasatiempos desde que soy idiota, hace ya mucho tiempo.
El recorrido por el Huayna Picchu no es único: si uno va con tiempo también puede incluir una visita al templo de la luna. Lo habría hecho sin dudarlo, de haber tenido tiempo suficiente, pero andábamos algo justos y no sabía cuánto tiempo podía llevarnos volver después de haberlo visto, porque ir hasta allí también aumentaba el tiempo de regreso. Como dice Diego, siempre hay que dejar algo por hacer, aunque yo prefiero cubrir lo máximo posible. Su nombre de halo místico engaña, ya que no se basa en razones de peso, si acaso al resplandor que dibuja la luna en la cueva por la noche. Y tampoco es algo que te vaya a impresionar cuando ya has visto Machu Picchu. Pero es uno de esos retos que merecen la pena si tienes tiempo suficiente.
Los últimos momentos de nuestra visita los compartimos con nuestras amigas, las llamas. Alguna de ellas se prestó incluso a posar mirando al objetivo para encuadrar la plaza principal y el Huayna Picchu como fondo. Era la mejor forma de concluir un viaje para visitar Sudamérica por primera vez, empaparse de la cultura peruana, de su pasado, de su gastronomía, conocer a sus gentes, a sus pueblos, convivir con otros apasionados de este país y de los viajes... Dicen que la fe mueve montañas, y la curiosidad mueve a los que desplazan hasta ellas, dondequiera que estén, para dejarse seducir por el legado de una civilización extinta. Mientras no logremos desentrañar todos los misterios que rodean a Machu Picchu y desvelemos la verdad, nos conformaremos con su beldad.