Ahora mismo me encuentro de nuevo en Seúl, en el hostal, a punto de salir para dar un paseo y tomar un delicioso bibimbap en un restaurante que figura en wikitravel. Llegué a Busan el día 9 y esto es lo que vi al día siguiente.
En primer lugar, la elección del hostal demostró ser muy acertada. No sé si es por la época del año (aunque a mí me parece de las mejores para viajar porque la temperatura es ideal), pero la cuestión es que cuando llegué al hostal, Emily, la joven coreana que lo regenta, me recibió, me dio todo tipo de indicaciones prácticamente con solo insinuar a dónde quería ir (imprimiendo horarios de trenes a Gyeongju, por ejemplo), y me dejó solo en el hostal, emplazándome para el desayuno del día siguiente. Después aparecerían dos coreanas, pero lo cierto es que durante una hora o más me sentí como si tuviera mi propia casa en este piso tan moderno y dotado de tecnología en una planta 47 de un rascacielos en una zona de Busán que, a la postre, acabaría estando situada en el sitio que ni pintado para mis propósitos.
Las vistas desde el hostal eran impresionantes. En realidad no tenía la impresión de estar en un hostal, sino en la casa de un amigo coreano bastante privilegiado.
Después de un sueño reparador y un desayuno escaso pero eficiente, partí hacia mi primer objetivo turístico: el templo Haedong Yongkung (como siempre pasa con los nombres coreanos, se pueden encontrar varias transcripciones, como Haedong Yonggungsa: la que he escrito es la que ponía en el templo). Y me llevé mi primera sorpresa durante el corto camino a la parada, al enterarme de que los mayores grandes almacenes del mundo se encuentran precisamente en esta ciudad, algo que el Libro Guiness de los Récords puede atestiguar.
Fue un fallo no contar con el dinero exacto para pagar al conductor, porque lo hice con un billete de 5000, cuando el billete solo costaba 1800. Al ver que el conductor no reaccionaba, metí el billete en la caja donde se deposita el dinero, muy parecida al sistema japonés (que sin embargo te permite cambiar el dinero fácilmente para pagar) y me quedé con cara de capullo, pensando que me iba a quedar sin las vueltas. El conductor arrancó y yo me senté resignado, pero por dentro pensaba: "Bueno, esto es Corea, que no [insertar nombre de país tercermundista o poco serio], seguro que al final se aclara el entuerto". Al cabo de unos minutos establecí contacto visual con el conductor, que me miraba de vez en cuando, y me dijo "wait, wait". Yo me preguntaba: "Wait, wait porque me va a enseñar dónde bajar, o porque me va a dar las vueltas...". La cuestión es que todo el mundo que subía pagaba con tarjeta, pero el que lo hacía con dinero se lo entregaba a él directamente. Al final, cuando hubo acumulado los billetes suficientes, me hizo un gesto y me dio las vueltas, para mi alivio (más que por el dinero, fastidia sentirse estafado por ser extranjero). Por si fuera poco, también me avisó de cuándo llegaba la parada concreta. Lo saludé al salir y me dirigí al templo.
Hay dos templos principales en Busán, pero el es mi favorito, por la zona donde está enclavado: ¡en plena roca! Lo fundó un monje llamado Naong en el año 1376, pero, como tantas otras obras históricas coreanas, fue reducida a cenizas por los japoneses en 1592. Es una delicia escuchar el embate de las olas contra la roca, la brisa homónima que te envuelve y los cánticos budistas del templo, acompasados y graves, que inundan este remanso de sosegada espiritualidad. Me habría quedado allí un poco más incluso, completamente en Babia, mirando al horizonte marino, pero había un bus de vuelta que coger y otra combinación de metro y bus que emplear para el siguiente templo. Cuando salí, me encontré con una excursión del INSERSO coreano en pleno. Lo cierto es que suele haber dos tipos de grupos de turistas: escolares de excursión o INSERSO japonés o coreano de viaje.
La siguiente parada es el templo Beomeosa, mucho más antiguo (678) y sin duda de mayor importancia, pero menos inspirador, por lo que a mi gusto respecta. Si Yongkeung estaba emplazado casi en el mar, este se encuentra ubicado en plena montaña. Lo mejor es que se ofrece una guía en forma de una especie de PDA interactiva que llevar colgada. Entre las cosas que recuerdo están los cuatro guardianes, uno para cada punto cardinal, que guardan una de las puertas principales.
Como la información sobre el templo se puede encontrar en el útil portal oficial de turismo de Corea (visitkorea.com), está de más explayarse aquí. La Wikitravel pone que la entrada cuesta 1000 won, pero en realidad es gratuita.
Después de este templo quedaba tiempo para un par de cosas más: la zona "restaurada" de los 40 pasos (40 steps), las vistas desde la Busan Tower del parque Yongdusan y el espectáculo "Aquatique Show" del centro comercial Lotte.
La Wikitravel resultó ser bastante útil para aprovechar un día en Busán, que rematé siguiendo una de las recomendaciones gastronómicas: comiendo daegu tang (대구탕), una sopa de bacalao con los sempiternos acompañantes de la gastronomía coreana.
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