domingo, 3 de julio de 2011

Vietnam: Sapa (1/2)

Vietnam tiene un sinnúmero de lugares que merece la pena visitar, pero a veces llegar hasta ellos es toda una odisea. Aerolíneas que cancelan los vuelos sin razón 2 horas antes, desplazamientos de horas por carreteras bacheadas y, en este caso, 10 horas de tren para recorrer una distancia que cubriría antes en bicicleta.

Mercado de Sapa

Hay dos formas básicas de organizar este viaje a poblado remoto y cuasi limítrofe de Sapa. Puedes arriesgarte a comprar el billete de tren y reservar el hotel, desde el cual contratarás los tours organizados para hacer trekking por las montañas (con unos precios que se irán rebajando cuantos más participantes haya), o bien contratar un tour con todo organizado, que fue nuestra opción. En realidad sale igual de precio, o es incluso más barato, y además te ahorras el tener que buscar a alguien que te lleve desde Lao Cai a Sapa, un trayecto nada desdeñable de 1 kilómetro.

Deliciosa carne de perro a la venta. ¡Mmmmmm!

Principios de abril es una fecha adecuada para las caminatas de rigor. Nada más llegar, conocimos a Danny, nuestro guía, y emprendimos una pequeña expedición para ver la catarata plateada, atravesando el poblado de Cat-Cat. Fue un trayecto muy empinado, pero agradable, con la compañía de un turista australiano con el que entablamos conversación. Durante el camino nos invitaron a visitar una de sus casas. Lo que a ojos de un afortunado miembro del primer mundo puede parecer un conjunto de zaquizamíes constituye en realidad las viviendas de una de las etnias más pobres de la región. En el porche de esta humilde morada, una avezada tejedora manejaba con pericia un telar.

A lo largo del viaje y los paseos por el poblado cualquier turista se encontrará con varias etnias minoritarias, entre las que destacan sobre todo los hmong negros. Es la etnia cuyo modo de vida más ha cambiado con el auge del turismo en la zona. La razón estriba en que son los más duchos en lo que a interactuar con los turistas respecta, por su habilidad a la hora de vender sus baratijas. La verdad es que les habría comprado algo, de haberme interesado, pero no me interesaba ningún brazalete, flauta, etc.

Al llegar a la catarata comimos un tentempié y ahora me arrepiento quizás de no haber soltado la gallina, pero lo cierto es que servidor no puede erigirse en salvador de nadie. Pese a que la foto está sacada como el culo (no me gusta sacar fotos de gente como lo hacen ciertos blogueros famosos, sin ningún tipo de reparo ni disimulo), porque fue hecha de forma subrepticia, el rostro de esta chica me parece notablemente expresivo; hay en él una melancolía única que parece decirme: “Tú también podrías estar aquí tratando de vender esto, no lo olvides”. La verdad sea dicha: tenemos mucha suerte de poder ser nosotros quienes cambiamos por dos semanas de realidad para volver a nuestro mundo y disfrutar de las ventajas que eso conlleva.

Danny era un guía singular. Risueño y locuaz, con un inglés fluido y una pronunciación fácil de entender (aspecto que resulta un problema para comprender a otros vietnamitas) nos contaba las costumbres de las minorías: sus curiosas peticiones de mano y posteriores matrimonios, las diferencias en cuanto al carácter de las diversas etnias... Por ejemplo, los hmong suelen casarse ya a los 15 o 16 años, aunque últimamente esta edad se está alargando hasta los 20. Sin embargo, en palabras de Dani: "Si a los 25 no te has casado, es que ya no te quiere ni Dios".

Pero de entre todo lo que nos contó, me quedo con un detalle que te da que pensar. He aquí un individuo con correo electrónico, buen inglés y navegante de la vasta red que, sin embargo, se olvida completamente del concepto de dinero durante 6 meses al año. Los otros seis trabaja como guía turístico, acompañando a turistas de todo tipo en sus caminatas.

Es decir, durante meses Danny (apodo en inglés) vuelve a los orígenes y rescata de nuestra memoria un modo de vida primitivo: consigue lo que necesita para vivir a través del trueque. Estamos hablando de todo un artista: es pintor, toca la guitarra, la flauta y el tambor. Sus palabras me hicieron pensar en lo poco que se necesita para ser feliz: “Hay gente que se mata por el dinero. Lo único que quiere es más, más y más. Allá ellos. Yo me conformo con esto, estar viviendo aquí, en contacto con la naturaleza. Durante medio año ni siquiera veo el dinero. Una vez me estaba bañando desnudo en este río, saludando a los turistas, y les hizo tanta gracia que vinieron a bañarse conmigo”. No es ningún farraguista, Danny tiene muy claro lo que quiere.

Danny nos corta amablemente una caña de azúcar, dulzona hasta decir basta.

Poderoso caballero es don dinero... No cabe ninguna duda, pero también es cierto que desde hace tiempo comulgo en parte con la filosofía de Danny. Es decir, el dinero es irremediablemente necesario para muchísimas cosas en esta vida, pero no tiene mucho sentido el tratar como sea de acumular ceros y más sin detenerte un momento para disfrutar de aquellas cosas a las que tienes derecho por el mero hecho de vivir. Una vida de Danny que a ojos de un ricachón parecería vacua y anodina es, en realidad, mucho más intensa cuando lo miras desde su prisma.



Cachorros de cerdos vietnamitas. Un guiño a Rafael Estrada Álvarez, ¡que se nos casa en nada!

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