lunes, 30 de junio de 2014

Nombres desafortunados: volumen 4

¿Eres seguidora incondicional de Miley Cirus? ¿Te provoca gratas sensaciones sentirte provocativa? ¿Te giras cuando por la calle oyes a algún zopenco exclamar "coooooocha"? ¿No te importa que la gente te tilde de guarrilla o loba? Pues en Nimes encontrarás la tienda que buscas para seducir al personal masculino (o femenino, ya puestos): una tienda donde no se andan con chiquitas a la hora de hacerse con un nicho de mercado muy jugoso, sugerente y hasta lascivo. Sus directivos lo tienen muy claro: «Hay otras marcas que enfocan su vestuario hacia una clientela que busca glamour y refinamiento, mientras que otros apuestan por una sencillez que no está reñida con la elegancia. Nosotros, sin embargo, apostamos por un perfil de mujer muy concreto: el de la ninfómana de toda la vida».


Nota: Esta tontuna, en plan Elmundotoday, es fruto del tarado que escribe este blog. Lo único verdadero aquí es el nombre de esta tienda.

domingo, 22 de junio de 2014

Crónica provenzal

Este puente de mayo Diego y yo aprovechamos la ocasión para marcarnos uno de esos viajes que tanto nos gustan, pateando localidades desconocidas hasta el momento, degustando la gastronomía local y aprovechando la ocasión para gorronear algo de los lugareños. Esta vez, sin embargo, rechazamos la generosa oferta de gorronear un sofá en plan couchsurfers y nos conformamos con una velada entrañable en compañía de Satoko, Benoit y su hija Tsubaki.

Diego tenía en mente visitar la Fontana Rosa, el jardín creado por Vicente Blasco Ibáñez en Mentón, la ciudad donde falleció y donde nos atracaron a Carba, Crende y servidor en ese interraíl de 2003. Pero yo, ni corto ni perezoso, saboteé sin miramientos su propósito, a falta de otras cosas que ver en Mentón y alrededores (San Remo podría ser una de ellas). Como, además, surgió la posibilidad de hacerle una visita a Satoko, diseñamos al alimón un itinerario por la región de la Provenza francesa. 




El 30 de mayo me planté en Vigo con mi cochecito leré y Diego tomó el relevo para ir hasta Oporto, desde donde cogeríamos el avión con destino a Marsella, no sin antes parar en Valença do Minho para coger unas cuantas botellas de ese vino sabrosón llamado Porta dos Cavaleiros. 

Ryanair vuela al aeropuerto de Provenza, y desde ahí hay varias opciones para llegar a Marsella. Nosotros optamos por coger el autobús gratuito a la estación de Vitrolles y desde ahí el tren a la estación de Saint Charles de Marsella: el Newhotel en el que nos alojábamos quedaba muy cerca de dicha estación (a tan solo una parada). De hecho, el día siguiente era un tal 1 de mayo y, como el metro no funcionaba, nos dirigimos a la estación a pie tan ricamente. Todo gracias a la energía que nos proporcionó el opíparo desayuno: barras de pan con Nutella, mantequilla y una mermelada de Aviñón deliciosa, napolitanas, zumos, cafés... Nos lo habíamos tomado con tanta calma que salimos casi a las 12 del hotel y, sin comerlo ni beberlo (o sí), habíamos decidido descartar la comida para ese día, dado el brunch que nos habíamos metido entre pecho y espalda. Nuestra primera parada era Arlés.



El conjunto de monumentos romanos y románicos de Arlés son patrimonio de la humanidad desde 1981. Y hay nada menos que ocho para visitar. Pero hete aquí el pequeño problema de optar por viajar en tren y olvidarse de alquilar coche. Si llevas una mochila ligerita, como yo, no tendrás grandes problemas, pero Diego llevó su maleta de ruedas. En Japón podrías encontrar taquillas para dejar la maleta y explorar con libertad en cualquier estación, por pueblerina que sea. Pero en Francia hasta la consigna brilla por su ausencia cuando la estación no tiene una relevancia considerable. Así que inventamos un nuevo tipo de turismo; Diego ya está incluso pensando en publicar su guía Viajes sobre ruedas: los mejores itinerarios con tu maletita a rastras.



De esas ocho huellas del pasado, las que más destacaban (quizá por su mayor antigüedad, del siglo I a. C.) eran el circo (o anfiteatro), el teatro y los criptopórticos. El primero cerraba solo unos cuantos días al año, pero por desgracia el 1 de mayo se encontraba entre ellos. Esto acortaba considerablemente nuestra visita a Arlés.


Además de sus vestigios romanos, la ciudad debe parte de su fama al celebérrimo pintor Vincent Van Gogh, que la inmortalizó en varios de sus cuadros, como el Café La Nuit. Su presencia es tan notoria que hasta hay circuitos que recorren los lugares retratados, debidamente señalizados. No falta tampoco la mercadotecnia asociada, como servilletas o bandejas con las pinturas de Van Gogh donde Arlés cobra protagonismo.


Nos hubiera gustado disponer de más tiempo para verla, pero el intervalo de tiempo entre el tren que iba a llegar y el siguiente nos obligó a dar preferencia a Nimes en detrimento de Arlés.


Uno de los detalles omnipresentes en Nimes es la figura del cocodrilo y la palmera. A bote pronto ambos símbolos resultan completamente ajenos a una ciudad de la Provenza francesa, pero todo tiene una explicación:



Para comprender el origen del escudo de armas de la ciudad, es necesario desplazarse hasta Egipto. En el año 31 a. C., Octavio derrota en Actium a la flota de Antonio y Cleopatra. De esta forma se asegura el poder sobre el Imperio: así es cómo nace la figura de César Augusto. En una moneda acuñada en Nîmes para celebrar el acontecimiento, un cocodrilo encadenado a una palmera coronada de laureles simboliza al Egipto vencido. La inscripción «Col Nem», colonia de Nemausus, hace pensar que los legionarios victoriosos habrían recibido como gratificación tierras de Nimes. En realidad, Nimes no sería más que una simple fábrica de monedas. A lo largo de los siglos, los habitantes de Nîmes acaban por sentir aprecio por esas monedas que se encontraban por todas partes. En 1535, obtienen la autorización del rey Francisco I para adoptar la palmera y el cocodrilo como escudo de armas de la ciudad. Desde entonces, estos son el orgullo de sus habitantes. Rediseñados en 1986 por Philippe Starck, se encuentran omnipresentes por toda la ciudad, hasta en los clavos de bronce que puntúan los adoquines de su casco antiguo.



Por esta ciudad han pasado celtas, galorromanos, visigodos, musulmanes, carolingios... y dos gallegos con su rudimentario francés que se alojaron en un hostal muy cómodo para explorar la ciudad, justo al lado de la estación de tren. Nada más dejar las cosas se encaminaron al circo romano en la plaza que lleva su nombre y, ¿cuál sería su sorpresa?, este sí estaba abierto. Como no daba tiempo a verlo todo ese día, decidimos comprar una entrada conjunta para las otras dos visitas interesantes de la ciudad, para poder terminar nuestro recorrido al día siguiente.

Es una visita interesantísima donde uno puede aprender muchas cosas sobre la vida cotidiana de Nimes en tiempos romanos, desmitificar viejas concepciones y trasladarse por un momento a aquella época. Estamos ante una construcción casi bimilenaria y uno de los anfiteatros mejor conservados del mundo romano. Tenía un aforo de 20 000 espectadores, que presenciaban espectáculos tales como la caza o los combates de gladiadores. También es un reflejo de la sociedad romana, puesto que las gradas estaban ordenadas según la clase social: las más cercanas a la arena estaban reservadas para aquellos que ocupaban el escalafón más alto de la jerarquía, mientras que la plebe y los esclavos se conformaban con mirar desde un poco más lejos. La gente accedía a dichas gradas mediante un sistema de vomitorios, pasillos y escaleras muy novedoso por aquel entonces.

Había muchos tipos de gladiadores, y siempre se enfrentaban unos tipos determinado contra otros: por ejemplo, el adversario tradicional del reciario era el secutor, aunque luego surgió también posteriormente el scissor. El tracio, por su parte, se enfrentaba al murmillo, etc. Aquí es donde caen algunos de los mitos más famosos:

  • la famosa frase Ave, Caesar, morituri te salutant ('Ave, César, los que van a morir te saludan' o, en versión de Martes y 13: «Ave, César, los que van a morir, ¡que se jodan!») solo se pronunció una vez, y no en un combate entre gladiadores: la pronunciaron noxii (criminales destinados a morir en combate) en un espectáculo celebrado en el año 52 d. C. No hay constancia de otras ocasiones, y menos en combates de gladiadores. También da nombre a un cuadro de Jean-Léon Gérôme;
  • otro cuadro de Jean-Léon Gérôme (Pollice verso), inexacto pero impresionante y que tuve la ocasión de ver en el museo de Orsay parisino, es quizá el responsable de otra concepción errónea que alguna película como Gladiator o Espartaco ha contribuido a propagar. El editor no decidía el destino infausto o agraciado del vencido con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Según nos enteramos allí, en realidad el gesto de una mano y pulgar extendidos en horizontal, a la voz de ivgvla, le ordenaba al vencedor degollar al vencido, mientras que si el pulgar se ocultaba en el puño significaba que debía envainar su arma (aunque ningún gladiador llevaba funda, así que más bien dejaba de empuñarla). De todas formas, no hay un consenso general sobre cuál era exactamente el gesto. Según otra teoría, en realidad el dedo hacia arriba era el gesto que hacía el propio vencido, implorando clemencia. Y el pulgar hacia abajo sería la denegación de ese deseo. A modo de curiosidad, siempre me acuerdo de cierto romano del cuento de Astérix en Hispania con el pulgar levantado después de recibir una buena tunda. El profesor de la Universidad de Vigo, José Yuste Frías, analiza este gesto desde el punto de vista de la traducción;
  • el 90 % de los gladiadores eran indultados, porque de lo contrario había que pagar una indemnización a la escuela donde se entrenaban arduamente;
  • los combates no podían estar amañados, el público quería ver una contienda en buena lid. Y por eso había árbitros que velaban por el cumplimiento de las normas. El único objetivo del gladiador era hacer rendirse al otro, para lo cual se permitía todo menos los golpes mortales;
  • los gladiadores no eran exclusivamente esclavos ni criminales, etc. En realidad muchos podían compararse a los boxeadores de hoy en día: luchaban por el dinero o por alcanzar la gloria. Todo gladiador firmaba un contrato donde abandonaba su condición de hombre libre temporalmente;
  • la vía romana (que también conducía a Nîmes, concretamente la vía domitia) solo estaba adoquinada en las ciudades y en las cercanías, el resto de la vía se componía solo de arena. Dicha vía domitia era fundamental para unir Roma, Galia y España.
Con la llegada de los visigodos, al igual que en Orange, el anfiteatro pierde su función lúdica y pasa a utilizarse como villa fortificada, Castrum arenarum ('castillo de las arenas'). Desde el siglo VI se utiliza como fortaleza. En el siglo XI se alojan aquí los caballeros de las arenas: auxiliares del vizconde de Nimes, que a su vez era súbdito del conde de Tolosa. En lo que es ahora la arena llegó a haber 150 casas, de las que solo se conservan dos (cerca del palacio de la justicia).


Como no habíamos comido, nos dimos un pequeño homenaje al atardecer. Entre las especialidades de Nimes se encontraban la tapenade (una pasta de aceitunas negras machacadas con alcaparras, anchoas y aceite de oliva, que se puede encontrar no solo en Nimes, sino también en el resto de la Provenza), la brandada ('guiso de bacalao desmigado, mezclado con aceite, leche y otros ingredientes') y la costilla de toro, con una salsa deliciosa.



Todo ello combinado con un buen vino tinto. En cuanto vi la carta, supe que solo había una elección posible: Gallician Prestige. ¡Toma ya!



Aquí se puede apreciar la brandada y la tapenade. Y, como poste, una pedazo de tarta de chocolate suculenta también.


Al día siguiente fuimos a visitar también la torre magna y la Maison Carré ('casa cuadrada'). Para ello atravesamos primero la plaza de Assas, donde se encuentra una estatua dedicada a Nemausos, el dios celta de los manantiales.



Y así llegamos a los jardines de la fuente. Según la guía de la ciudad:

En el siglo XVIII se construyó en Nîmes, sobre el santuario de la Antigüedad recientemente descubierto, uno de los primeros jardines públicos de Europa. Respetando el plano del antiguo santuario que se creó en torno a la fuente hacia fines del siglo I A.C., J-P. Mareschal y G. Dardaihon diseñaron un jardín a la francesa, decorado con jarrones y estatuas de mármol o de piedra de Lens. La parte alta del Jardín, el Mont Cavalier, no fue plantada hasta el siglo XIX. Aquí dominan las especies mediterráneas como pinos, cipreses, robles verdes, boj y laureles siempre verdes. Su superficie es de 106 309 m2.


La siguiente visita fue el templo de Diana. Según parece, se trata del monumento más romántico de la ciudad, pero también el más enigmático, ya que no se conoce su función exacta. Sus pasillos laterales, que antiguamente llevaban a un nivel superior, sus diferentes bóvedas de cubierta o los nichos de su gran sala no forman parte de los elementos constructivos típicos de los templos grecorromanos. El origen de su nombre también es un misterio. El edificio se ha conservado bastante bien, al haber sido ejercido la función de iglesia de un monasterio benedictino entre los siglos X y XVI.



Y finalmente llegamos a la torre magna, el monumento de Nimes que cuenta con una mayor antigüedad. Se construyó sobre el 15 a. C. alrededor de una torre gala de piedra seca, de la que nada se conserva, salvo el diseño original que aún se puede discernir desde el interior del monumento. Su cometido original ha sido objeto de debate: algunos piensan que era una atalaya, otros una estructura defensiva y otros una demostración del poder que ostentaba el Imperio romano.

Visible desde lejos, señalaba la presencia de la ciudad y del santuario imperial situado a los pies de la colina en torno a la fuente. Era la torre más alta y la más prestigiosa del recinto romano. De forma octogonal, tenía en aquella época tres niveles sobre un zócalo. Hoy el último piso ha desaparecido y su altura es de aproximadamente 32 m. Desde su cúspide puede disfrutarse de una vista extraordinaria de Nîmes. Con buen tiempo, se puede ver el Mont Ventoux, los Alpilles y la planicie del Vistre y la Garrigue

En la torre nos enteramos de la curiosa historia de François Traucat: resulta que en el siglo XII esta torre estuvo a punto de ser destruida por obra y gracia de otra profecía errónea de Nostradamus. Este Octavio Acebes de la Edad Media decía que ciertas construcciones dedicadas a la diosa Vesta albergaban en sus cimientos objetos de oro y plata. Y claro, este hombre (encargado de un vivero) obtuvo permiso del mismísimo rey Enrique IV para cargarse lo que quedaba de la torre gala y casi derribar la torre en vano, pues ningún tesoro halló. La estabilidad del monumento se vio seriamente mermada y fue necesario añadir un pilar interno.



La última parte de nuestra visita nos llevó a la maison Carré, dedicada a los hijos del César Augusto, príncipes de la juventud (según se lee en la inscripción del edificio). Dentro se puede ver un interesante cortometraje con la historia de la fundación de Nimes, protagonizada por Adgennix, su hijo Gaius Adgennius Regulus y Sextus Adgennius Macrinus, descendiente del anterior. Teníamos el tiempo calculado a la perfección y llegamos in extremis para el filme. Una vez visto esto, tocaba ponerse en marcha hacia el siguiente destino: Aviñón. Para aquellos que tengan más tiempo (y coche), otra visita interesante es el puente sobre el Gard, un acueducto romano.


A Aviñón llegamos a tiempo para visitar el palacio de los papas, el conjunto episcopal y el puente de Aviñón, todo ello patrimonio de la UNESCO desde 1995. En el primero también empleamos la audioguía para sacarle el máximo partido a la visita, pero la verdad es que, al contrario que en el anfiteatro de Nimes, la visita me pareció aburrida. Y no será por la extrema importancia histórica de Aviñón como sede papal, pero el caso es que no lograba retener la información sobre los diversos papas que fijaron aquí su residencia. En concreto fueron estos:

Clemente V: 1305–1314
Juan XXII: 1316–1334
Benedicto XII: 1334–1342
Clemente VI: 1342–1352
Inocencio VI: 1352–1362
Urbano V: 1362–1370
Gregorio XI: 1370–1378

Tan pronto leía como Urbano V dedicaba gran parte de su tiempo a la meditación, me olvidaba de qué otro papa había promovido la construcción del palacio nuevo (algo que debería corresponder de todas formas a Urbano, ¡para hacer justicia a su nombre!). Y ya no hablemos de la nomenclatura. ¿Será que tengo una barrera neuronal para procesar temas religiosos? De todas formas, la visita es necesaria a instructiva, para refrescar la memoria sobre los antecedentes del Cisma de Occidente.



Después de visitar el puente sobre el río Ródano, también llamado Pont St-Bénézet, cogimos el barquito que te transporta a la otra orilla por todo el careto. Una idea excelente, a la postre. ¿Por qué? Porque gracias a ello pudimos obtener una de esas oportunidades que te brinda la madre naturaleza para tomar la instantánea perfecta. Nada más llegar a la otra orilla empezó a lloviznar lo justo para que, al cabo de unos minutos, un arcoíris majestuoso realzara la panorámica de Aviñón que podíamos contemplar. Si hubiésemos estado en el palacio de los papas en ese momento, no nos habríamos enterado, así que el momento de su aparición fue ideal.


Para completar la visita cogimos un autobús hacia Villeneuve-lès-Avignon y nos dimos un paseo por sus calles. El fuerte de Saint André y la torre de Felipe IV el Hermoso ya estaban cerrados, así que no pudimos visitarlos. Este Felipe también está muy ligado a la historia de Aviñón. Por ejemplo, el papa Clemente V, mencionado anteriormente y primer pontífice que residió en Aviñón, fue el encargado de disolver la Orden de los caballeros templarios. Y todo por presiones de Felipe IV. Jacques de Molay, fallecido en 1314, fue el último Gran Maestre. Me acuerdo de aprender muchas cosas sobre estos caballeros gracias a mi aventura gráfica favorita, Broken Sword: la leyenda de los templarios.


Cogimos de nuevo el bus a Aviñón con el mismo billete y buscamos un sitio para cenar. Four Square nos recomendaba Fou de fafa, pero sin reserva no había tutía. Nada más oír ese nombre no pude evitar acordarme de la divertida canción de Flight of The Conchords.


¿Qué hicimos entonces? Pues ir al de enfrente. Un sitio que se llamaba Caveau du Theatre. Por desgracia me olvidé durante este viaje de hacer una foto a los menús, porque tenían unos nombres tan largos (y franceses) que me resulta imposible acordarme. Sé que yo tomé una panna cota blablablá como entrante, que yo asocio solo a un postre. Francamente, sabía a salmorejo, pero estaba buenísimo. Y el risotto posterior también. Diego, por su parte, tomó foie de primero y una brocheta de pollo después.



Después de Aviñón teníamos pensado tirar hacia Lyon, pero todavía había tiempo para hacer una parada que merecía mucho la pena: Orange, con su imponente teatro romano y su arco del triunfo, ambos patrimonio de la humanidad desde 1981.


Construido al principio de la era cristiana, el teatro antiguo de Orange es el "teatro de piedras" mejor conservado del mundo romano occidental. El teatro original contaba con 76 columnas, las que hay ahora se recuperaron en excavaciones. La pared exterior medía 103 metros de largo y 37 de alto. La pared de escena interior incluía una ornamentación diversa, como 76 columnas (de las que solo se conservan unas cuantas encontradas en las excavaciones) o una estatua de César Augusto (que sustituyó a otra de Apolo) con un pie sobre un galo para recordar el poder de Roma. El tejado, que cumplía una función acústica, fue destruido por los bárbaros en el siglo IV.


El acceso al teatro era gratuito y universal, aunque la gente no se podía mezclar. Primero accedían los caballeros (equitum gradus 3), luego los miembros de colegios sacerdotales y gremios de artesanos y comerciantes; más arriba se situaba el resto de la población libre y arriba del todo, de pie, la "chusma": esclavos, prostitutas, mendigos, marginados y extranjeros.



Al principio la construcción de teatros fijos estaba prohibida en el Imperio romano, ya que temían que el espectáculo distrajera al pueblo de sus deberes: se temía una relajación como la que había llevado a los griegos a la decadencia. El primer teatro de piedra se construyó en el año 55 a. C. en Roma, por orden de Pompeyo. Dos décadas más tarde se construyó el de Orange bajo el reinado de Augusto. Podía acoger hasta 10 000 espectadores, lo que suponía la totalidad de la población local. El emplazamiento es ideal, ya que los romanos solían buscar pendientes naturales. También destaca lo bien que se conserva la pared de escena, con sus hornacinas y hospitalia, las puertas laterales por donde acceden los actores.


Sobre las funciones en sí, había dos grandes tipos: tragedia y comedia, esta última dividida en griega o romana. La indumentaria de los actores permite distinguirlas. Durante la época de Augusto en los grandes teatros siempre se representaban piezas de farsa atelana o mimo ('actor bufón'), de origen etrusco. La popularidad del mimo eclipsó a la farsa atelana. Quizá se debiera a que era el único género en donde los papeles femeninos eran interpretados por mujeres. Pero el público, con la libido por las nubes, les pedía cada vez con más ansia una mayor desnudez: la cosa, al parecer, fue degenerando y el cristianismo se encargó de prohibir tanto libertinaje. En ese sentido esto me recuerda al kabuki, también vetado a las mujeres por razones similares (aunque hoy en día algunos papeles de onnagata ya son representados por actrices).



Plauto fue el autor cómico más famoso, aprovechaba su vis cómica como ninguno. Lo relevó Terencio, un esclavo emancipado de origen africano. El estatus (histrius) del actor era ambiguo, aunque podían llegar a ser muy populares. El emperador Calígula los consideraba sus protegidos y Nerón fue un gran mecenas en ese sentido. Sin embargo, los cristianos no lo veían con buenos ojos y los visigodos aún menos, ya que lo quemaron en el año 412. De hecho, el color rojo que presenta la piedra se debe a las altas temperaturas que tuvieron que soportar por el incendio.



El arco del triunfo también se construyó en el siglo I d. C. y se dedicó a la gloria de los veteranos fundadores de la colonia romana de Orange. La representación de los galos capturados simbolizaba la dominación de Roma (al igual que la figura de César Augusto en el teatro). Encimas de los pequeños pasajes del arco se aprecian trofeos marítimos, que probablemente representaba la superioridad marítima del imperio. Lo cierto es que Roma era tolerante con las religiones de los pueblos que conquistaba, pero imponía una condición: el culto al emperador. Venere usted a los ídolos que le venga en gana, pero reserve también un espacio para nuestro líder. He aquí la razón de la persecución contra los cristianos por parte del Imperio romano, hasta que se rindieron a la evidencia y ellos mismos se convirtieron bajo Constantino I. Pero eso es otra historia...



La nuestra sigue desde Orange hasta Lyon, donde compartimos una velada entrañable con Satoko, Benoit y su hija Tsubaki ('camelia' en japonés, un ideograma formado por los radicales árbol y primavera). Tomamos unas cervecitas, un vino blanco y un curry a lo japo preparado por Satoko. Esta era la parte gorrona del viaje. Nos recomendaron un restaurante para el día siguiente que estaba justo al lado de nuestro hotel, pero no había tiempo para ello. Nos atiborramos en el desayuno y decidimos coger el siguiente TGV hacia Aix-en-Provence.



Era una pena dejar este pueblo sin visitar, así que decidimos hacer otro pequeño tour sobre ruedas, teniendo en cuenta la inexistencia de taquillas en la estación de tren. Poco importaba, de hecho, porque de la estación del TGV (tren de gran velocidad francés) había que coger un bus hasta el centro. El viaje en el TGV me dejó muy mal sabor de boca, todo lo contrario que el TGV Hendaya-París de mi primer interraíl. Costó nada más y nada menos que 68 euros y llegó con 28 minutos de retraso. La compensación económica que nos correspondía era de... un "¡se siente!". Según parece, es necesario un retraso de media hora para obtener el 25 % del precio del billete, y para la devolución íntegra... ¡3 horas! ¿Desde cuándo un tren bala puede retrasarse 3 horazas por cuestiones ajenas a la compañía (en cuyo caso no reembolsan)? La comparación con el AVE Madrid-Sevilla es sangrante, pues se supone que 5 minutos de retraso en este último implican una devolución del precio total del billete. Y si tenemos en cuenta que yo he pagado 34 euros por un viaje y 22 por otro, a primera vista España gana a Francia en este sentido.



Si Van Gogh era el artista asociado indisolublemente a Arlés, en Aix-en-Provence brilla con luz propia la figura de Paul Cézanne. Hasta los cines del pueblo (¡ueheee!) llevan su nombre. Nos hubiese gustado tener más tiempo para tomarnos un helado artesanal o un refrigerio en alguna de las terrazas con vistas a las placitas, pero no se puede tener todo. El bus partía a las 15:40 hacia el aeropuerto, así que calculamos de nuevo para llegar a la parada a tiempo para cogerlo y emprender el vuelo de regreso a nuestra patria gallega, para rubricar el viaje con una pizza en el Di Marco de Tui.

jueves, 12 de junio de 2014

Crónica andalusí (2/2)


Carretera y manta. Después de Itálica, tocaba recorrer casi 300 kilómetros hasta Granada (tierra soñada por míii). Tenía reservada para ese día 28 por la noche mi visita a los palacios nazaríes, así que en principio contaba con tiempo más que suficiente, ya que llegaría a eso de las siete de la tarde.

Si bien la llegada se ajustó a la hora prevista, la primera impresión de Granada fue terrible, porque resultaba completamente imposible encontrar un aparcamiento por la zona que me habían recomendado, lejos del centro. Era una especie de prisionero en un bucle infinito del entramado de calles oscuras, estrechas y horrendas. Entonces decidí no ser tan ambicioso y alejarme todavía más. Parecía que ya estaba en las mismísimas afueras, pero cuando vi un sitio libre en la zona del parque de las ciencias, me rendí a la evidencia. Tenía ya ganas de dejar el coche bien aparcadito y no tocarlo en un par de días: dedicarme a patear sin cesar, una sana afición.


Así que cogí el GPS y puse rumbo al hostal: casi media horita, pero me planté en uno de los lugares que, a la postre, me parecían más ideales para una visita a La Alhambra, el Albaicín y todos esos lugares imprescindibles de Granada. Cuando llegué al hostal, salió el dueño a recibirme y me lanzó una mirada inquisitiva:

—Hola, tenía una reserva para dos noches...
—«¡Tenía!». Es decir, ha utilizado usted el pretérito imperfecto. ¿Eso quiere decir que ya no la tiene?
—Ah, bueno, tengo una reserva con todas las de la ley para dos noches.
—Ajá, eso es otra cosa.

La estancia me deparaba, sin duda, un anfitrión de lo más peculiar. Me pareció harto curiosa esa breve reflexión sobre el uso del imperfecto de cortesía, ese recurso que, al menos a título personal, lo veo justificado y no obsoleto. Curiosamente sucede lo mismo en alemán, y Bastian Sick lo describe en este artículo de Der Spiegel, donde su amigo saca punta a todas las frases con dicha forma verbal que usan los camareros de un restaurante.


Javier, que así se llamaba (y se sigue llamando) el buen hombre, me dio todo tipo de indicaciones sobre cómo llegar a La Alhambra y qué cosas ver. Por un momento parecía que incluso no iba a llegar al tiempo, con lo sobrado que estaba antes, porque don Javier no paraba de hilvanar temas de conversación a cuál más dispar: dibujaba en el mapa una A dentro de un círculo para indicar dónde se encontraba mi automóvil y entonces reparaba en la analogía del símbolo que acababa de marcar con el de la anarquía, lo cual desencadenaba una sucinta diatriba sobre la coyuntura política y social actual, que desembocaba en una agria conclusión en forma de latinismo lapidario: panem et cirsenses. Todo ello porque el fútbol es el opio actual del pueblo. ¿He dicho opio? La mención de esta sustancia dio pie a todo un análisis médico de los opiáceos y agentes anestésicos "para elefantes" como el propofol, al que era adicto Michael Jackson. Y todo para acabar revelándome que la droga que había consumido él años ha era la heroína. ¡Toma ya! Todo un personaje.

Después de la duchita de rigor, no tuve más que subir la cuesta que conducía hasta La Alhambra para hacer la visita a los palacios nazaríes. Al final resulta que había llegado con media hora de adelanto, así que decidí bajar la aplicación Google Sky para aprender de una vez por todas a situar las estrellas y planetas en el firmamento. ¿Cuáles eran esos dos astros que parecían brillar con mayor intensidad que los demás? Pues uno era la estrella Arturo, y el otro era... Marte. Los aficionados a la astronomía estarán acostumbrados, pero a mí me sigue pareciendo tan increíble poder ver a Marte tan fácilmente...


Yo ya había estado en La Alhambra muchos años ya, pero apenas tengo recuerdos, y creo que la visita nocturna fue un acierto. Si tienes que ver todo el complejo de La Alhambra de día, llegará un momento en el que ya no podrás valorarlo en su justa medida ni sentirte impresionado. De esta forma puedes llegar incluso a imaginarte a la emperatriz Isabel (esposa de Carlos V) en su suntuoso e idílico peinador sobre el adarve desde el cual dominaba con la vista todo el valle del Darro.

 

 Cada sala parecía impresionarte aún más que la anterior, con varios motivos que se repetían, en especial los bellísimos mocárabes.


A las once y media cerraban el chiringuito, y aproveché para quedarme entre los últimos puestos y poder sacar una foto sin gente del patio de los leones, el mismo lugar donde hace décadas había posado para una foto (bueno, es la única foto que recuerdo ahora mismo).


 

 Al día siguiente visité el resto de La Alhambra: el Generalife, el Partal, la Alcazaba e incluso el museo de Bellas Artes y el museo de La Alhambra, en el Palacio de Carlos V. El último lo estudié con detenimiento, pero en el primero la visita fue fugaz.



Para obtener información del lugar, nada más acceder vi la opción de descargar una aplicación gratuita y no me lo pensé dos veces. De todas formas, a decir verdad los datos resultaron ser más bien escasos, quizá una audioguía habría sido buena idea. Aunque eso implicaría la tarea posterior de resaltar aquí todo lo que me interesó de la información de la audioguía, y como ahora mismo estoy ocupadete, no es plan. Me quedo con los pequeños detalles, como esos patios, esa escalera del agua o incluso esos versos de Francisco de Icaza esculpidos en las Torres Bermejas: 

Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.


  
  

Pero Granada no es solo La Alhambra: una vez visitado cada último rincón de esta, me recorrí la zona del Albaicín, hasta llegar al mirador de San Nicolás y sentarme a contemplar La Alhambra desde la lejanía, para sacar la foto que encabeza esta entrada. Hay un mirador más lejano, que vería al día siguiente tras la visita al monasterio de la Cartuja. Se llama el mirador de San Cristóbal. Si queremos la mejor panorámica posible de La Alhambra, el mejor es el primero. Si queremos observar la muralla del siglo XI, construida por los reyes ziríes, o el palacio de Dar al Horra, el idóneo es el segundo.


No podía faltar en un buen viaje una visita a los lugareños en turno. En este caso pasé la tarde del segundo día con Amparo y Miguel, alicantina y granadino, pero residentes en esta ciudad desde hace unos años. Me recomendaron algunos sitios para ir de tapas por la noche. Según parece, tanto en Almería como en Granada se estila la tapa inherente a la consumición, mientras que en las demás provincias siempre hay que apoquinar por ello. Decidí probar esa noche, pero cuando estaba tomando la tapita en el primer bar, me rendí a la evidencia: se trata de una actividad tan intrínsicamente social, que ir de tapas por una ciudad desconocida me resultaba bastante triste. La tapa no es un fin en sí, sino un medio para entretenerse mientras se entabla una conversación con los amigos.

 Me quedé en Granada un día más y obtuve un precio irrisorio de 15 euros la noche (un viernes) en pleno centro de Granada gracias al canjear tan jugosa oferta por un pequeño favor: traducir al inglés y al alemán una breve descripción del hotel. Le debí de caer simpático, porque después me escribió algún correo electrónico pidiéndome recomendaciones de sitios web o libros que resultasen instructivos, abrumado por mi "erudición" y "porque dado que una persona con un aparato pensador del calibre que usted tiene , debe tener una buena selecion". Su respuesta me hizo darme cuenta de lo habilidoso que soy ocultando mi estulticia e ignorancia supina. ¡Tanto es así que hasta parezco medianamente instruido! Mi respuesta fue extensa y comenzaba así:
El agradecido soy yo, por haber puesto usted a mi disposición en su posada unos aposentos donde aposentar mis apuestas posaderas. Vamos, que no es por darle coba, pero gracias por su digna alcoba (por la que poco dinero coba).


Pensaba  que un precio de 15 euros por noche era imbatible, pero aún faltaba por llegar la habitación más barata. Como era imposible conseguir una habitación económica el sábado por la noche en Córdoba, decidí quedarme a dormir en Úbeda el sábado y dedicar todo el domingo, el último día del recorrido, a visitar Córdoba. Tanto Baeza como Úbeda son patrimonio de la UNESCO y se encuentran muy próximos entre sí.


Nada más llegar a Baeza me dirigí a la oficina de turismo en la plaza del Pópulo y me descargué la aplicación gratuita Audioguía Baeza. Más cómodo imposible, porque si no querías leer tenías la opción de ir escuchando los comentarios sobre los diversos lugares de interés turístico: la plaza de Santa María, con su catedral a un lado, la fuente de Santa María en medio y la Universidad Internacional de Andalucía Antonio Machado al otro, los palacio de Jabalquinto o Rubín de Ceballos, las ruinas de la iglesia de San Juan Bautista...


 La universidad se puede visitar: nada más entrar aparece un claustro pequeño pero acogedor. La presencia de Antonio Machado en Baeza es constante, y es que aquí pasó una etapa bastante complicada de su vida. Todo un filón para este pueblo modesto: hasta hay una web dedicada ex profeso al centenario de este fortuito encuentro. Ocurrió poco después de la muerte de su esposa Leonor Izquierdo, de la que se enamoró perdidamente cuando esta tenía 13 años (cuando él tenía 32). Aunque solicitó como destino Madrid para seguir practicando la docencia, recaló en Baeza, único destino vacante entonces. Y durante siete años dio clase en esta aula.


Después de Baeza le tocaba el turno a Úbeda. Aquí una habitación individual en una pensión costó solo 10 euros. El tiempo no me acompañó como hasta entonces e incluso se puso a llover, pero escampó al cabo de un rato y pude recorrer también esta localidad. Además de la pateada, visité el museo arqueológico.



Ya solo faltaba una última escala: Córdoba. Mirando un mapa de carreteras vi resaltado Medina Azahara y decidí dedicarle la mañana a este yacimiento y el resto del día a la ciudad. La visita no me defraudó y me pareció muy completa: es muy recomendable pasar primero por el museo que se encuentra cerca del yacimiento: se inauguró en 2009 y obtuvo el premio al mejor museo europeo del año en 2012.



La película que se puede ver en el museo recrea Medina Azahara tal y como era en aquellos tiempos. Merece la pena verla antes de ir al propio yacimiento para reconocer cosas. Por ejemplo, la gran plaza desde la que accedían al palacio los visitantes que querían ver al califa, no sin antes ser conducidos por numerosas estancias.


La importancia de esta ciudad era considerable, ya que se convirtió en la sede del califato desde que Abd-al Rahman III ordenó su construcción en el año 929 d. C.


El apogeo de esta antigua ciudad fue efímero; de hecho, ni siquiera duró un siglo, ya que Almanzor decidió trasladar la sede administrativa de Medina Azahara a Medina Alzahira. «¡Pero si eh lo mimmo! ¡Pero no eh iguá!», como dirían Martes y 13 en su sketch de Gabriel.


Si Medina Azahara entró en decadencia y fue fruto de un saqueo desmesurado, Medina Alzahira corrió aún peor suerte. De hecho, Medina Azahara se puede visitar, pero Medina Alzahira sigue siendo un misterio, hasta el punto de que los arqueólogos no saben hoy en día con certeza dónde estaba ubicada la ciudad.


Después de haberme recorrido todo el recinto y leído todos los carteles, tocaba poner rumbo a Córdoba para aparcar el cochecito ande pudiese y llegar al hostal. No fue tan exagerado como en Granada, pero la circulación por Córdoba estaba restringida en algunos puntos y me vi obligado a improvisar por alguna calle hasta encontrar aparcamiento. Una vez encontrado, GPS y otra media horita hasta el hostal. Le pregunté a la chica del hostal qué restaurante me recomendaba y le pregunté sobre el tal Caballo Rojo del que me había hablado un profesor de mi antigua universidad.



Aparte de ese, me recomendó las Bodegas Campos, que quedaba a un minuto escaso a pie. Y allí fui. Pero cuando vi el percal, decidí que me iba a comer las empanadillas que todavía tenía conmigo. El pijerío y la etiqueta eran tales que con mis pintas no las tenía todas conmigo. Ya no era solo el cante de mi guisa entre tanto traje, sino que allí había boda de por medio y no quería meterme en esa clase de ambiente. Con gente por doquier, mi plato tendría una prioridad nula. Así que pospuse la buena pitanza para la noche, y me dirigí a la mezquita.


Aquí sí que no tenía constancia de haber estado y fue el monumento que más me gustó. Se puede visitar gratuitamente de 8:30 a 9:20, y a juzgar por la gente que había, quizá muchos prefieren ir a esa hora. Pero la singularidad de este lugar merece que explores hasta el último rincón. Y vuelvas a empezar una y otra vez.


¿Dónde se puede encontrar una mezquita dentro de una iglesia de estas características? Algunas imágenes del mestizaje son realmente curiosas. Pero, ante todo, es un lugar para disfrutar con tranquilidad.


Después de visitar la mezquita, me pateé el barrio judío y esas callejuelas estrechas que tanto me gusta recorrer.

 

Había dos que tenía marcadas en mi mapa especialmente: la calleja de las Flores, que da a una acogedora plazoleta cerrada (donde unos andaluces le estaban haciendo una sesión fotográfica a una niña vestida de bailaora que parecía Nico en versión femenina = pocholada). Y si esta foto podría ser buena (hecha con una buena cámara y mejor fotógrafo), la instantánea desde la propia plazoleta es aún mejor, con la torre de la catedral al fondo.


La otra es la calleja del pañuelo, así llamada porque alcanza en algún punto la anchura de un pañuelo de seda masculino. Y otro dato récord de esos que me gustan: se dice por ahí que la plazoleta a la que conduce es la más pequeña del mundo. Hala, ahí queda eso. No me cabe la menor duda de que siempre puede haber una más pequeña en algún lugar recóndito.


El barrio judío de Córdoba, desde luego, es uno de esos lugares donde no se puede pasar por alto ni una galería o soportal a priori insignificante, so pena de perderte la plazoleta, patio o rincón al que pueda conducirte.



Tanto la mezquita (1984) como el centro histórico (1994) son patrimonio de la UNESCO, además de la fiesta de los patios (2014). Nosotros, los lucenses, podemos considerarlo un pueblo hermano, al tener también su propio puente romano, del siglo I a. C, además de un templo también romano. ¡Pero a chincharse, que no tienen nuestra muralla bilimenaria! Bueno, hay algo que se le parece.
 


Las últimas horas de mi tour las dediqué al Alcázar de los Reyes Cristianos. Es un buen lugar para obtener una vista panorámica de la ciudad. Desde aquí se pueden ver sus jardines y las caballerizas reales.


En esta foto, tomada  se puede apreciar el puente romano sobre el río Guadalquivir y la torre de la Calahorra al otro extremo.


La entrada es gratuita si se accede a una hora determinada (por la mañana temprano, como la mezquita, si no recuerdo mal). Cuando llegué ya era por la tarde y compré la entrada que incluía el espectáculo de luces y agua nocturno. Al vejete que me precedía no le gustaba la idea de tener que pagar 7 euros por esto, y expresó su enérgica protesta ante tamaño atraco con estas durísimas declaraciones:

—¡Yo, debo de ser tonto o idiota, vamos!

El chaval no se cansaba de repetirle que podía venir al día siguiente por la mañana, si lo estimaba oportuno, para no tener que pagar, pero estaba claro que el señor quería dejar claro que, con la que está cayendo, esto no se puede concebir, mire usted. Después de montar el numerito, me tocó el turno a mí, y le dije al de la taquilla:

—Hola, una entrada para idiotas, por favor.


 

Bueno, al menos lo admito con franqueza y hasta cierto orgullo. Yo, al contrario que el anciano, sí soy gilipollas y pago gustosamente la tarifa para visitar todo el recinto y volver después a las 23:30 para un espectáculo de casi una hora, bastante más de lo que me esperaba. Mi rigurosa valoración de este solemne acontecimiento es este: ta bien.


Antes de eso, mi exprofesor había dejado claro que debía probar a toda costa el salmorejo cordobés. Y por eso me dirigí al restaurante que me recomendaba: El caballo rojo. No quería cenar muy tarde y prefería evitar aglomeraciones, así que allí me planté a las ocho pasadas. Y claro, no había ni Cristo. Ya no solo gente, sino que no había ni camareros ni personal que me atendiera para conducirme a mi mesa con alegría y alborozo. Por fortuna, me había fijado durante mi paseo por el barrio judío en un local que parecía tener buena pinta y un nombre que siempre inspira confianza: Pepe. En concreto, se trataba de la Casa Pepe de la Judería. Miré en Google y las reseñas ponían por las nubes precisamente al salmorejo de este lugar.



Pensaba que el salmorejo era una especialidad andaluza en general, quizás engañado por el que había preparado una amiga granadina, pero parece ser que es originario de Córdoba. Solo lo había probado en dos ocasiones hasta el momento: el primero, no recuerdo donde, no me había gustado casi nada e incluso ni siquiera me había sentado bien; el segundo cambió mi opinión, pero seguía sin fascinarme y mostraba predilección por el gazpacho. Sin embargo, este salmorejo con trocitos de jamón de bellota (según la carta) me pareció exquisito. La fama estaba justificada. Aun así, pedí media razón y me costó terminarlo. El gazpacho me parece tan goloso que podría beberme varios platos, pero esta crema me cansa mucho antes y necesito combinarla con pan.



De segundo pedí el otro plato típico: rabo de toro. Creo haberlo probado en Badajoz, pero este también estaba rico. Es una carne potente y, pese a que era tan solo otra media ración, ya no quedaba espacio para las berenjenas con miel, mencionadas en otras reseñas. Le había dicho el camarero que las pediría si no estaba saciado después del rabete, pero al ver mi careto, me dijo:

—Va a ser que no, ¿verdad?

Pero en la carta había un tal "pastel cordobés", y como llevaba el adjetivo cordobés, no me pude resistir. No era nada del otro mundo al final: hojaldre con cabello de ángel.

Al terminar y pedir el café, el camarero me preguntó:

—¿De dónde eres?
—De Lugo.
—Coñio, ¡de ahí al lao!
—Sí, ¡más o menos!

Y, cuando me trajo el café, me deslumbró con sus conocimientos futbolísticos y me hizo esbozar una sonrisa. Le deseé suerte para la promoción a primera del Córdoba y él me la deseó para la permanencia del Lugo. Nosotros conseguimos nuestro objetivo, a la hora de publicar esta entrada el Córdoba se debate todavía entre la gloria o un fracaso muy relativo.