jueves, 5 de junio de 2014

Crónica andalusí (1/2)


La oferta era demasiado tentadora: un viaje de ida y vuelta en tren a Madrid para jugar al bádminton y, de paso, asistir a un torneo gratuitamente para ver a las grandes estrellas del panorama europeo, todo ello aderezado con un tour en solitario por Andalucía. El precio no podía ser más módico: unos 100 euros para sendos billetes de ida y vuelta Lugo-Madrid y Madrid-Sevilla en AVE. Solo un poco más que el precio de ese penoso TGV francés de Lyon a Aix-en-provence: la comparativa nunca pudo ser más odiosa.



Después de esos días de asueto en Madrid (aunque, como traductor autónomo, siempre con el ordenador a cuestas para trabajar en los ratos libres), cogí el AVE a Sevilla y me planté allí sobre las siete de la tarde: la hora justa para dar un paseo de dos horitas y, entre otras cosas, rendir pleitesía a mi ciudad natal en su rincón particular de la plaza de España sevillana, famosa por su condición de decorado en películas como El ataque de los clones, Lawrence de Arabia o El dictador.

 

Si bien ya había estado en alguna de estas ciudades anteriormente, mi intención en esta ocasión era descubrir la historia del legado andalusí y visitar algunos de los lugares más representativos, como los que figuran como patrimonio de la humanidad. La visita comenzó por la catedral de Sevilla, la más grande del mundo y la tercera iglesia del planeta por tamaño (solo después de la basílica de San Pedro del Vaticano y la  basílica de Nuestra Señora Aparecida de São Paulo). 


Todos sus datos impresionan: 5 naves, altura máxima de 37 metros, 9 puertas, 33 pilares, 72 cúpulas, 98 vidrieras y 44 capillas: estas últimas se utilizan, todas ellas, al menos una vez al año. Tiene la misma forma que tenía la mezquita sobre la que se construyó. En la foto superior se puede ver lo que queda de ella: el patio de los naranjos y el alminar, conocido como la Giralda (llamada así por su veleta). El altar mayor es la obra maestra la catedral, hecho todo en madera, esculpido a mano y cubierto de hojas de oro. Fue diseñado por un flamenco: Pedro Dancart, a finales del 1400. Tiene 1300 figuras, que representan la vida y la pasión de Jesucristo. Van de menor a mayor tamaño: las superiores representan el calvario y son de tamaño natural, por cuestiones de perspectiva. Se tardaron 45 años en construirlo, con 70 escultores trabajando. Está considerado el retablo más grande del mundo (500 m2): no está mal, ¡dos premios a la categoría más x del mundo! Se utilizaba todos los días a las 10 de la mañana, porque había una misa cantada, pero cuando fui yo lo estaban restaurando y no pude hacer una foto digna. Así que tirando de wikicommons. Me falto poco, porque la restauración comenzó en 2011 y se acaba el día del Corpus Christi, en este mes de junio. A todo esto, aquí se casó la infanta Elena en 1995. Hay una razón: en este altar solo pueden casarse reyes y nobles, mientras que las otras capillas están disponibles para cualquiera.


El coro tiene 117 asientos, tantos como canónigos había cuando se construyó (siglo XVI). Hoy solo hay 50. El órgano, también de gran belleza, tiene cuatro caras, aunque sea el mismo. Está hecho en madera de caoba de Cuba, es del siglo XVIII (barroco) y tiene 7000 tubos. 



Las vidrieras, por su parte, son casi todas del siglo XVI y XVII (obra de artistas flamencos y alemanes), en algunas de ellas está escrita la fecha. A mí me llamo la atención la fecha de esta, claro. Había otra muy bonita en la capilla de San Antonio (enterrado en Pádova, Italia). En esta capilla hay un cuadro pintado por el sevillano Bartolomé Esteban Murillo, el más grande de los que pintó (¡x3!). Es famoso porque alguien robó una parte del cuadro, lo rajaron con un cuchillo y lo vendieron a un negocio de antigüedades en Nueva York. El propietario lo reconoció, lo envió de nuevo, lo han restaurado, pero todavía se ve el corte sobre la cabeza del santo. Sucedió en el año 1874.



La puerta principal de la catedral solamente se abre para el obispo, el rey o el papa. En esta zona estaba el palio de la Virgen de la Macarena, que casualmente se cumplían 50 años desde su coronación.

La catedral también es famosa por albergar la tumba de Cristóbal Colón y su hijo Hernando (el otro, Diego, está enterrado en Santo Domingo, en la República Dominicana). A Hernando lo enterraron aquí porque dejó toda su biblioteca a la iglesia. En el centro de la tumba se aprecia el castillo y el león, porque Isabel la Católica, quien financia el viaje, era reina de Castilla y León. También se aprecia el mundo y las islas que descubrió el padre, además de incluir una rima: a Castilla y a León nuevo mundo dio Colón.

Sobre la tumba del ínclito Colón y sus numerosos viajes: tras morir en Valladolid en 1506, permanece allí enterrado dos años y después lo traen a Sevilla, pero no a la catedral, sino al monasterio de La Cartuja (también hay otro con el mismo nombre en Granada, que visité, pero donde no se podían hacer fotos). En ese monasterio permanece 30 años. Posteriormente, por voluntad de su familia, se lo llevan a Santo Domingo. Cuando España pierde Santo Domingo, lo llevan a Cuba, y cuando España pierde Cuba (1898), lo traen a la catedral de Sevilla. Vamos, que este buen hombre ha viajado más de muerto que de vivo. Está enterrado en el sarcófago que llevan cuatro hombres, que representan los cuatro reinos que había en España: León y Castilla delante, Navarra y Aragón detrás: son de bronce y la cara de alabastro (como las vidrieras de Cañas). En la figura del representante del reino de León se aprecia una cruz en la parte superior y una granada al lado del pie, porque Granada es la ciudad que estuvo más tiempo bajo la dominación árabe (711-1492). 


¿Por qué se dice que es Colón? Primero se hizo la prueba del carbono 14, y en 2006 se hizo la prueba del ADN. Lo han comparado con su hijo (Hernando) y su hermano, también enterrado en la Cartuja. Ahora bien, no deja de ser posible que en Santo Domingo también se encuentre "una parte de Colón", porque los restos óseos de Sevilla solo representan un 15% de todo el esqueleto.

En la sacristía está parte del tesoro de la catedral. La custodia pesa 450 kilos y se utiliza una vez al año, en el Corpus Christi. En esa festividad también se saca al rey Fernando III de Castilla, el que conquista la ciudad a los árabes. Se trata del único rey santo de España y, junto con la Virgen de los Reyes, es el patrón de Sevilla.

Hace tan solo unos siglos, Sevilla era una de las ciudades más importantes del mundo, por el monopolio del comercio con América desde el siglo XVI al XVIII, momento en el que este pasa a Cádiz. Y claro, la cantidad de oro, plata y demás piedras preciosas que venían era considerable. Un buen ejemplo es esta corona decorada con nada más y nada menos que 11 000 piedras preciosas, que pertenece a la susodicha Virgen de los Reyes. El 15 de agosto sale de procesión con esta corona. En la corona hay un ángel en el centro: el cuerpo del ángel es una perla gris barroca, una de las más grandes del mundo (¡x4!). ¿Y las otras del podio en cuanto a tamaño? Una la tiene la reina Isabel II de Reino Unido y la otra Elizabeth Taylor (¿en su tumba?).



Una vez terminada la visita de la catedral, me dirigí a un sitio que me recomendaron en el hostal para tomar unas tapas con una cervecica: berenjenas con salmorejo, provoleta de verduras y creo que esto era secreto ibérico, pero la verdad es que esa salsa tiene pinta de ser "a la pimienta". ¡Mi memoria me falla!



Cuando fui a visitar el Real Alcázar de Sevilla a las cinco de la tarde, me fijé por casualidad en una indicación impresa en la ventanilla de la taquilla: la visita era gratis todos los lunes a partir de las seis de la tarde. Como se daba la casualidad de que era lunes y faltaban solo 45 minutos para esa hora, decidí darme un garbeo por el famoso barrio de Santa Cruz, la antigua judería medieval de Sevilla. Las fotos no le hacen justicia, porque no se aprecian en todo su esplendor lo acogedoras que resultan esas plazas semicerradas, esas callejuelas estrechas y llenas de vida, a una temperatura todavía agradable en estos últimos coletazos de mayo. Es un rincón estupendo donde perderse y tomarse un refrigerio. Pero como había que aprovechar esa oferta suculenta, dejé un recorrido más minucioso para más tarde y regresé a la entrada del Real Alcázar.



Y claro, lógicamente no era el único al que se le había ocurrido tal idea. La oferta había "traído cola" para mis intereses: un grupo bien nutrido y variopinto de gente se apostaba a las puertas del susodicho recinto. Y digo bien nutrido porque no se congregaban allí solo un par de mochileros, muertos de hambre y agarrados, sino también gente bien alimentada que bien podía permitirse una entrada. ¡Pero a todo el mundo le gusta ahorrarse casi 10 euricos! 

Estuve visitando este sitio durante una hora y media y me gustó, aunque la visita a la catedral me pareciese más interesante. Sabía que se podía entrar a partir de las 18, pero desconocía la hora exacta de salida, por esto del intervalo de tiempo entre la "última entrada" y el cierre definitivo. En esto que, cuando me encontraba en uno de los últimos patios que me faltaba por visitar, vi aproximarse a una figura de esbeltas proporciones, gallardos andares y porte señorial. Hallábame yo atribulado por la inquietud y el desasosiego que me invadían al desconocer la hora exacta de clausura del recinto, y me preguntaba si aquel caballero de alta alcurnia sería capaz de desentrañar este misterio insondable. Fue entonces cuando, en estableciendo yo contacto visual, el noble segurata despejó cualquier atisbo de duda que hubiere en mi mente entonando unas palabras reconfortantes que rezumaban sapiencia:

—¡Quiyo, vamo a serrah! ¡Clou, clou!

Por la grácil armonía que destilaba su conciso pero inequívoco discurso, percibí una loable intención por parte de mi interlocutor de avisarme sobre el cierre del Real Alcázar en la lengua de Shakespeare, a lo cual yo respondí:

—Estimado caballero: pese a vestir con orgullo y hasta primor, si me lo permite, la camiseta de los Oklahoma City Thunder, región de Estados Unidos famosa por su carne a la brasa y su chucrut, soy natural de las tierras de Lucus Augusti, por lo que un aviso en la lengua cervantina cumple con creces su labor informativa.

Y con eso acabó la primera jornada. Al día siguiente alquilé un coche para el resto de días que faltaban y me dirigí al parque de Doñana.


 El coste de alquilar un coche una semana era de 76 euros, y el precio por añadir el GPS superaba los 100 euros. Para encontrar el centro de visitantes El Acebuche (desde donde partía el recorrido de cuatro horas), se me antojaba harto necesario disponer de un GPS. Pero que el precio de este fuese superior al propio alquiler... me hizo decantarme por una opción que muchos emplearán, me imagino: usar el móvil como GPS y así probar qué tal funciona. Como no tengo cargador para el coche (que yo sepa), llevé los dos Samsung Ace viejos cuyo destino era la basura. Al comienzo del día llevaba totalmente cargadas las dos baterías y, cuando se acababa la de uno, ponía la otra. Lo cierto es que el GPS consume muchísimo y este cambio siempre era necesario. Alguna vez se perdía la señal, pero funcionó bastante bien y me congratuló comprobar que solía tener cobertura de datos, incluso en pleno Doñana (al contrario que los problemas en Tapia).


De todas formas, cometí un pequeño error al confundir el centro de visitantes El Acebuche con el centro administrativo El Acebuche. Y claro, este último está en El Rocío, un pueblo que parecía sacado talmente de un spaghetti western. Sin calzada, con amarraderos (o palenques) para los caballos... Una visita circunstancial pero interesante.

Cuando llegué al centro en cuestión, vi que me habían bautizado con mi nombre andaluz: Cerbando. Casi tenía ganas de exclamar «¡Ozú!» para expresar mi asombro, pero decidí no mezclar el tocino con la velocidad: juzgué imprudente ese intento demasiado forzado de sin tocinar con el pueblo andaluz a través de su propio acento.


Me pareció necesario acercarme a Doñana por la importancia de este parque natural, patrimonio de la UNESCO desde 1994, y que debe su nombre a doña Ana de Silva y Mendoza. Aquí se rodó parte de La historia interminable o Lawrence de Arabia. Uno tampoco debe ir con unas expectativas enormes, esperando ver con toda seguridad algún lince ibérico. Es posible, pero bastante complicado y, como se trata de un parque natural, aquí la fauna se muestra en estado salvaje y no a petición del consumidor, por lo que, al igual que en el valle del Colca, puedes tener suerte y ver alguno (es, sin duda, más difícil que ver los cóndores de allí). Reconozco que el avistamiento de un ejemplar sería un momento tremendamente emocionante, por tratarse de uno de mis animales favoritos (junto con el panda rojo, p. ej.).



La visita comenzó por la playita de Castilla, con sus escasos veinte kilómetros de longitud. Durante nuestro recorrido veíamos algunos carros con los aparejos que llevan los coquineros, que recogen... coquinas, una especie de almeja estrecha y alargada (¡para entendernos!). También pasamos por delante de la torre carbonero, una de las tres torres del siglo XVI que se conservan en Doñana, aunque esta es la única visible y constituye la morada de una pareja de cierta ave. El guía-conductor, para hacer más interactiva la visita, nos dijo que las aves que habitaban allí eran los animales más rápidos del mundo. Preguntó de qué especie se trataba y, al ver que nadie respondía, dije: «¡el halcón peregrino!». Mi respuesta cayó en el olvido y otro de los pasajeros propuso un ave cuyo nombre nunca había oído: el azor (que no da nombre a las Azores, aunque así se hubiese creído). El guinductor dijo que no era el azor y yo seguí erre que erre respondiendo en voz alta, pero no había manera. Y al final. 

—Pues se trata del halcón peregrino.
—No me digas... —pensé para mis adentros.

Y sí, es otro de mis animales favoritos x-D. El chico nos comentó datos curiosos, como sus tres tipos de párpado o cómo refuerza la musculatura cervical para volar sin cimbrear. Además de sus velocidades superiores a 300 km/h, claro.

Después de la playa (donde vimos algún correlimos, aves que se alimentan de limos) nos adentramos en la zona de las dunas, con sus piños piñoneros y sus enebros, que sacan las raíces fuera y se desplazan con la propia duna. En la siguiente foto se aprecia un mosaico de vegetación situado entre dos dunas denominado corral. La evolución de estos hábitats es muy curiosa, ya que la propia duna les insufla vida al proporcionarles primero un espacio húmedo y resguardado del viento, para terminar invadiéndolo y dejar como vestigio los campos de cruces, como si de un cementerio de pinos se tratase.


Lo bueno de la visita es poder ver en el mismo recorrido varios ecosistemas distintos: las dunas, la playa, la vera, el bosque el matorral y la marisma (lucios incluidos, la zona más baja). Al dejar atrás las dunas empezamos a ver juncos, que nos indicaban el aumento de la humedad terrestre. Y de ahí la visita continuó con avistamientos de ejemplares de milanos, la extraña imagen de los jabalíes en la playa tratando de comer cualquier cosa, gamos, caballos, potros, una tortuga mora (no vimos alacranes ni víboras, pero también las hay), ciervos... También es posible ver águilas imperiales o flamencos y gansos, pero según la época.

Hay imágenes curiosas como las de los barcos navegando en el horizonte. Dan la impresión de haber atracado en la hierba, por un pequeño despiste, pero en realidad se encuentran sobre el río Guadalquivir, el único navegable en España. De hecho, Sevilla es la única ciudad de nuestro país que dispone de un puerto interior.


 Una vez realizada la visita, descubrí por casualidad que cerca de Sevilla estaban las ruinas de Itálica, un yacimiento arqueológico muy relevante, por tratarse del primer asentamiento permanente del imperio romano en el sur de la península y, sobre todo, por ser el lugar de nacimiento del emperador Marco Ulpio Trajano (año 53). Su sucesor, Publio Aelio Adriano, por su parte, pasó un período de su juventud en Itálica y fue responsable de la ampliación de la ciudad tras ascender a la dignidad imperial. No está claro si Adriano era oriundo de Itálica o Roma. 


Fuera del propio conjunto arqueológico de Itálica (cuya visita es gratuita si eres ciudadano de la UE), en el pueblo de Santiponce se pueden ver también el teatro y las termas menores, testigos de la ciudad preadrianea. Y sigo ahora con el folleto que me he traído del lugar:
Las calles se caracterizan por su gran anchura y por sus aceras porticadas; aún hoy se ve el enlosado y los bordillos de las calles, así como los cimientos de los pilares de los pórticos. El trazado del viario es ortogonal, es decir, con calles que se cortan perpendicularmente formando manzanas rectangulares de diversos tamaños. Estas manzanas acogen un tipo de vivienda de carácter residencial donde probablemente habitaban las elites políticas y económicas, dados los materiales y dimensiones empleados para su construcción. En estas casas residenciales se pueden apreciar ricos y variados pavimentos -mosaicos-, cuyos motivos o repertorios decorativos han dado nombre a buena parte de los edificios actualmente visitables, como el Edificio del mosaico de Neptuno, la Casa del patio de Rodio, la Casa de los Pájaros o el Edificio de la Exedra.

La verdad es que los mosaicos eran de gran belleza. Este es el mosaico de Neptuno, que estuvo en su día en el frigidarium (ámbito de temperatura fría) del área termal. En el siglo I d. C. surge el mosaico de figuras negras sobre fondo blanco, que alcanza su auge en la centuria siguiente, un fenómeno relacionado con el esplendor de la arquitectura monumental y la necesidad de pavimentar con mosaico grandes espacios. Su expansión se debe sobre todo a la prevalencia de los gustos que se impusieron en Roma y otras ciudades del Imperio en la época de Adriano, y esta es la razón de su presencia en la colonia adrianea de Itálica.

Todo está en blanco y negro salvo la figura del Dios Neptuno, polícroma y representado con tridente, conduciendo un carro tirado por dos caballos marinos. A su alrededor: centauros, el carnero, el toro y otras criaturas terrestres, transformadas en habitantes del mar por obra y gracia del mosaiquista, al sustituir sus cuartos traseros por colas de pez. Conviven en las profundidades acuáticas con delfines, peces, moluscos y crustáceos. El océano, con Neptuno y su cortejo, está circundado por una ancha orla que representa el medio fluvial. Aquí, entre lotos y nenúfares, pigmeos, grullas y cocodrilos aparecen enzarzados en un cómico combate ante la mirada de un irritado hipopótamo.


También había viviendas residenciales, como la Casa de los Pájaros.

La Casa de los Pájaros se define principalmente por ser una vivienda tipo de grandes dimensiones a la que se accedía a través del ostium, a modo de zaguán, dispuesto de forma peculiar en Itálica, puesto que se abre a la calle con una triple entrada, dando paso, en las fachadas orientadas a poniente, a un pequeño muro curvo en el que se vuelven a abrir los tres huecos de acceso al vestíbulo. Una vez que atravesamos éste nos encontramos con el peristilo, patio de grandes dimensiones con galería cubierta y jardín central, que era la principal fuente de luz y ventilación de la casa. En torno al peristilo se reparten y organizan las demás estancias de la casa, como la sala de representación sita en la Casa de los Pájaros, donde se conserva uno de los mosaicos más destacados de Itálica, con la representación de más de treinta especies de aves. Los espacios privados abren a patios menores conectados con el peristilo. Destaquemos también los mosaicos que se encuentran en la Casa del Planetario, en uno de los cuales se puede apreciar las siete divinidades planetarias relacionadas con los días de la semana.


El Anfiteatro de Itálica se sitúa, por sus dimensiones, entre los mayores del Imperio, con un aforo estimado de entre 20.000 y 25.000 plazas, superando claramente la demanda de la población de la ciudad. Su esquema es el habitual: de planta ovalada, con una distribución parecida a la de las actuales plazas de toros, es decir, disponiendo de una superficie para la celebración del espectáculo, la arena, y un graderío dividido en tres niveles separados por corredores anulares.

El anfiteatro italicense cuenta como particularidad con una fosa subterránea destinada a albergar los animales y enseres necesarios para el desarrollo de los juegos.


 El mosaico que más me interesó fue el mosaico del Planetario. Los romanos heredaron del mundo griego la división del día en veinticuatro "horas" (etapas en el recorrido del Sol), que empezaban a numerarse desde la medianoche, tal como se hace hoy. Su duración variaba según el lugar de observación y la fecha del año. La división del período anual en meses era similar a la nuestra, e incluso los nombres que recibían siguen teniendo vigencia en la actualidad. Para mencionar los días dentro de cada mes, los romanos se referían a las "calendas" (día primero), las "nonas" (el 5 o el 7) y los "idus" (el 13 o el 15). Más tarde introdujeron también el uso de la semana de siete días.



En el centro de este mosaico se encuentra Venus (viernes), la diosa de la naturaleza, la belleza y el amor. Debajo de ella, y en sentido levógiro tenemos a (redoble de tambor):

Júpiter (jueves): dios principal del panteón romano, asociado al cielo, la luz y el trueno.;
Saturno (sábado): dios protector del campo y los cultivos;
Helios (domingo): el Sol, el ojo que todo lo ve;
Selene (lunes): la Luna, asociada a la magia y al mundo femenino;
Marte (martes): dios de la guerra y la juventud, protector de Roma;
Mercurio (miércoles): protector de los caminos, los viajeros y el comercio, además de mensajero de Júpiter. 

Después de visitar Itálica y antes de partir hacia Granada, decidí comer en un restaurante de Santiponce, la localidad donde se encuentra esta antigua ciudad fundada en el año 206 a. C. por Escipión. Y claro, elegí la comida lugareña, lo más raro o desconocido que hubiese. En este caso, también probé la carne con tomate, porque lo estaba viendo en varios menús de Sevilla y deduje que también era típico de allí.



Ahí tenemos la carne en primer plano, seguida de las ortiguillas de Chipiona. Pues sí, es bastante singular esto de comer anémonas. Y lo de comer cabrillas (caracoles) no le va a la zaga. Eso sí, me recordaron bastante a los bígaros (conocidos en Galicia también como minchas) que he comido alguna vez en Asturias, solo que más grandes. De hecho, se comen con un palillo, en vez del alfiler :-D.

Hasta aquí la primera parte de la crónica. Me da que en la segunda se impone un resumen considerable, por falta de horas. Lo de siempre.

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