En cada idioma existe una clase de términos cuya función no es precisamente loable, pero que sin embargo la gente, especialmente los jóvenes, utiliza con profusión. El
also alemán y el
stuff,
you know o
like inglés son algunos exponentes. Algunas se denominan
muletillas o
coletillas, pero hay otro tipo de vocablos cuyo análisis resulta si cabe más interesante: las llamaremos
comodines, porque muchas veces vienen a cubrir un hueco que el hablante no ha sabido rellenar apropiadamente, ya sea por ignorancia o por pura vagancia. Veamos un ejemplo exagerado del abuso de estos vocablos:
"O sea, a mí esa movida me parece rrrrrollo así así, pero si tú dices que tal, a mí pues no sé, ¿sabes?"
Si bien es inventado, puedo asegurar que a lo largo de mi vida he tenido el placer de escuchar frases repletas de comodines que se convierten automáticamente en jeroglíficos solo descifrables por el contexto, un alto grado de conocimiento del interlocutor y una mente despierta. Comenzamos la frase por el giro que habitualmente se usa para ilustrar una desmesurada pijería:
o sea.
De entre todas las coletillas, muchos le tienen una especial manía a este ejemplar. Y no es para menos. Su uso debería restringirse a una reformulación del enunciado, pero no deberían en ningún caso abrir un discurso, como en la frase del ejemplo. Ese primer
o sea es perfectamente omisible. Mi tirria personal hacia el
o sea me hace decantarme por una de estas tres opciones, ordenadas según el registro:
- esto es: úsese solo en la expresión escrita, so pena de provocar fruncimientos de ceño al emplearlo en el habla.
- es decir: la versión más neutral; reformule a placer sin hacer chirriar los oídos.
- quicir: la versión coloquial, cómica y totalmente incorrecta. Si opta por un discurso relajado y aparentemente descuidado, esta es la suya, onrado horador.
El segundo de los elementos no le va a la zaga al primero en cuanto a difusión:
movida.
He aquí pues una palabra que puede sustituir a casi todo sustantivo abstracto y concreto que se le ponga por delante, aunque en principio se refiere a un "movimiento o actividad". A mí me gusta caminar por los parques y a Pepito le encanta montar a caballo, pero a Pepita simplemente
no le van esas movidas. Un hecho que puede dejar patidifuso a Mengano despertará un
"¡Qué movida!" en Mengano. No es reprobable su uso, pero no deja de empobrecer el discurso si lo usamos constantemente para evitar mencionar con más precisión aquello de lo que se habla.
Pasamos a la tercera, no tan común:
rollo. Este uso está bastante extendido en el círculo de amigos del escritor, y dista de referirse a algo aburrido o latoso. Un ejemplo de su uso:
-Ayer Fulano no tenía dinero para ir al cine, así que se descargó una película en su ordenador.-Rollo rata. ('Qué chico más tacaño')-Vaya, iba a usar la tarjeta de descuento del Gadis para entrar en el metro, je, je.
-Rollo subnormal. ('Vaya despiste el tuyo' / '¿Serás capullo?')Otro elemento simplificador cuya estructura vulnera incluso las reglas sintácticas.
A continuación, un clásico:
y tal. Puede ejercer su función de comodín para sustituir a un sintagma o llevar con orgullo los galones que caracterizan a una buena muletilla que nada aporta al discurso. Dos ejemplos:
-¿No vas a hacer los deberes?
-No, es que hoy estoy bastante cansado y tal.Nuestro interlocutor ha comprendido perfectamente el mensaje hasta la conjunción copulativa, lo único que parece otorgar este
y tal es un matiz suave, pero en realidad carece de significado. Si bien no resulta muy elegante, peor es el siguiente:
-¿Qué tal ayer con la chica?-Muy bien, estuvimos paseando y tal...¡Alehop! Una perfecta combinación de la susodicha muletilla con un final de frase inacabado, un rasgo que suele caracterizar a los gallegos. Mil detalles se podrían contar de ese paseo vespertino. ¿Acaso le siguió una velada romántica en un lujoso restaurante? ¿Compartieron los amantes mágicos momentos en lo alto de un rascacielos nipón? Con una oración así, nunca lo sabremos.
Terminamos con uno menos grave: el
¿sabes?, ¿vale? o
¿me entiendes? Por mi propia experiencia he de deducir que estos
reafirmadores del discurso, por así llamarlos, son muy populares entre los castellanohablantes de las regiones catalanas. En mis conversaciones con mi amiga valenciana Lucía no importa cuán atento esté a sus palabras, ella siempre querrá saber si estoy captando toda la esencia de su mensaje con sus frecuentes
"
¿vale?". A veces siento ganas de responder "Sí, claro que vale, ¿por qué no va a valer? Tú procede, que yo te sigo, no te preocupes". Por el noroeste se restinge más su uso a aquellos momentos en que realmente se requiere una confirmación por parte del interlocutor. Es decir, una frase como:
-Estábamos el otro día en la playa, ¿vale?es un tanto chocante para un gallego, que no comprende por qué ha de confirmar su presencia neuronal durante el relato.
¿VALE?