jueves, 18 de diciembre de 2008

Angkor Wat, fin a trece años de espera

Aun a riesgo de parecer un tanto friqui, los orígenes de mi devoción por Angkor Wat radican en un videojuego de nombre Illusion of Time (o Illusion of Gaia). Por aquel entonces, la lectura de obras como La historia interminable de Michael Ende o juegos como el anteriormente mencionado eran capaces de teletransportarme a otro mundo. Mi cuerpo estaba todavía presente en la sala, pero los confines entre la realidad y la ficción eran más borrosos; el dintel de la puerta adquiría un tono negro, estrellado, como si tratara de apartarse del resto de la casa y constituir por sí mismo un lugar en un espacio ficticio... y yo utilizaba la por aquel entonces aún joven y poderosísima imaginación para evadirme y ser por unas horas Will, un joven de South Cape que vive al cuidado de sus abuelos, debido a la muerte de su madre y la misteriosa desaparición de su padre en una expedición a la Torre de Babel de la que él consigue regresar con vida. El afán del hombre por hallar los secretos de los antiguos es grande, y es la propia Torre de Babel hacia donde deberá partir Will para tratar de esclarecer la muerte de su padre y detener el Cometa del Caos, que se acerca a la tierra en un ciclo que se repite cada 800 años y que solo reuniendo las Estatuas Místicas en ese lugar podrá evitar la catástrofe. Dichas estatuas se encuentran repartidas por toda la Tierra, y las localizaciones están asociadas a civilizaciones antiguas: la Gran Muralla China, Mu (el continente perdido), los extraños dibujos del desierto de Nazca, las ruinas incas, las Pirámides de Egipto... y Angkor Wat.


Nunca volverá esa sensación de antaño. Recuerdo que hace tiempo me parecía facilísimo escribir un libro, cuando los devoraba sin cesar en la biblioteca y daba rienda suelta a mi imaginación enfrente de la pantalla. Probablemente ningún juego ni película me proporcionará de nuevo esa sensación de evasión, y por eso recuerdo tan vivamente cómo me identificaba con los protagonistas y cómo me metía de lleno en la historia hasta parecer estar en ella.


Cuando pisé Angkor el 15 de diciembre, me parecía increíble estar allí, en donde hace tanto tiempo me imaginaba estar. Los vestigios de la otrora civilización jemer son harto interesantes, y la sensación que uno experimenta es sobrecogedora, no solo por su inmensidad, sino por su belleza. Mi enfoque y mis motivos eran distintos, pero Angkor Wat debería ser una visita obligada para todo aquel que, en algún momento de su vida, haya ansiado poder mirar por un agujerito cómo era un determinado lugar hace casi un milenio.

Angkor Wat es uno de los mayores templos del mundo y una obra maestra el arte jemer. Fue construido en el siglo XII por orden de Suryavarmán II, que lo concebió en honor a Vishnu para ser utilizado como su tumba. Antaño estaba rodeado de un foso repleto de cocodrilos.


También cuenta con un bajorrelieve esculpido sobre las cuatro murallas exteriores, único en el mundo por su tamaño (1.600 metros en ocho paneles) y su calidad artística. La narración tallada en piedra está inspirada en el Ramayana y en las guerras entre hombres y dioses bajo formas de animales.

He aquí Angkor Wat reflejado sobre los pequeños estanques situados delante de él, antiguamente un foso que, junto con el templo y las cinco torres representan el universo hindú. Es una de las fotos más famosas de Angkor Wat, y un buen broche para esta entrada.


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