martes, 8 de diciembre de 2009

Corea: tensión y distensión (7/7)

"¿Cuántos años tienes?". Esta pregunta tiene dos posibles respuestas para un coreano. ¿Por qué? Porque existe una "edad coreana", ligeramente diversa a la edad "internacional", por así decirlo, que se ve reflejada incluso en los formularios. Mis dos amigas tienen 25 años coreanos, pero 23 "reales". ¿Y cómo se come eso? Pues bien, como si de un Rouco Varela asiático se tratase, en la cultura coreana se empiezan a contar los años desde que el bebé está en el vientre de la madre que lo parió, bueno, de la madre que lo parirá. Así pues, el primer cumpleaños del querubín se celebra a los 100 días. Por otra parte, el comienzo de un nuevo año añade otro ídem más a su edad. Es decir, que esto genera casos tan exóticos como que un bebé de 4 meses, nacido a comienzos de septiembre, tendrá nada más y nada menos que 2 años el 1 de enero.

Me imagino los pros y los contras que tendrá esto: desde excusas del tipo "Eh, ya puedo fumar, que tengo x años" o lo que yo llamo el "trauma doble". Pongamos por caso a una mujer que va a cumplir los 30 años coreanos: el día de su cumple reflexiona sobre lo sola que se siente, y que el arroz ya se le está empezando a pasar, que no tiene novio ni visos en el horizonte. Pues bien, ¿se repetirá la escena cuando cumpla 30 años occidentales? ¿Qué pensará?

Dios mío, antes estaba sola, pero por lo menos solo a nivel coreano. ¡Ahora mi soledad ha alcanzado cotas internacionales!

La verdad es que, tocando de paso el tema "matrimonio", Corea parece un país algo más chapado a la antigua en este sentido. Me refiero a que, hace tan solo una o dos generaciones todavía eran habituales los matrimonios arreglados, ¡en algunos casos extremos hasta antes incluso del propio nacimiento del individuo! En el caso de Minji, el padre de su novio la llama habitualmente, como si quisiera tenerla controlada, ¡ja, ja!. Afortunadamente, hay amor.

El último día fui a ver otro de los lugares de Corea catalogados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La fortaleza de Hwaseong, en la localidad de Suwon (que integra el área metropolitana de Seúl).

La visita comenzó en Hwaseong Haenggung, una muestra muy representativa (hablo como si fuera un erudito en la materia, pese a no tener ni pajolera idea) de la arquitectura de la dinastía Joseon. Construido en 1789, era la residencia del rey Jeongjo, todo un ejemplo a seguir en cuanto a piedad filial se refiere. Por lo que parece, profesaba por sus padres una devoción sin igual... Bueno, prácticamente igual que el desprecio que sentía por su hijo, al parecer aquejado de cierto retraso mental. El rey, ni corto ni perezoso, lo encerró en una caja de madera hasta que el pobre murió de inanición. ¡Con dos cojones!

Minji en la espaciosa vivienda del hijo del rey. ¡Todo un lujo para alguien que vive en Tokio!


La entrada principal de Haenggung recibe el nombre de Sinpungnu (significa 'nueva ciudad natal', lo cual refleja el cariño del rey por Suwon). Allí se mudó para estar cerca de la tumba de su padre, que veneraba 13 veces al día, y construyó la fortaleza de Hwaseong para proteger su tumba. En la puerta vemos el famoso símbolo del yin (la parte roja, que representa la luz y el calor) y el yan (símbolo del frío y la oscuridad), que forma parte de la bandera de Corea, llamada Taegeukgi.


La fortaleza de Hwaseong se construyó entre 1794 y 1796. El rey Jeongjo trasladó la tumba de su padre, el príncipe Jangheon desde el monte Baebong de Yangju al monte Hwa de Suwon y fundó el templo de Yongjusa con el fin de rezar por las almas de los difuntos.

Paldalmun, la entrada meridional

Minji en el estanque de Yongyeon, con el Dongbukgangnu al fondo, captada en el trágico momento en que su móvil decidió darse un bañito. Después comprar una red para tratar de cogerlo, uno de los coreanos que pululaba por allí se ofreció a cogerlo por el módico precio de 50.000 wones, unos 30 euros. Como la red fue un intento infructuoso, el coreano acabó metiéndose en el estanque para encontrar el teléfono, y servidor apoquinó. El tiempo invertido por estas dos chicas para mostrarme su ciudad y su cultura, además de acogerme en su casa, bien lo merecía.


Minji se sorprendía por el interés con el que examinaba cada una de las inscripciones y letreros informativos sobre las características y funciones de cada uno de los puestos, torretas o las puertas secretas por las que llegaba el armamento o los víveres. Lo cierto es que hay mucho que comentar al respecto, pero entonces esto acabaría convirtiéndose en un mero panfleto turístico, y ahora que reviso esta entrada para publicarla (8 de diciembre), mi memoria falla cual escopeta de feria al recordar la información. No tendría mucho sentido copiar y pegar de la Wikipedia (a la que debo recurrir de todas formas numerosas veces, pero pa eso he donado 20 dólares x-D).



Ya habíamos comido el piscolabis que nos había preparado la maravillosa madre de Crystal, por lo que no pude probar la comida de perro cuando Minji avistó el restaurante de esa foto. Los caracteres coreanos así lo indican.


Dongbukgangnu (Banghwasuryujeong)


Corea ha sido una sorpresa muy agradable que no me esperaba, aunque todo se debe a las guías y su disponibilidad. Si bien Seúl es una ciudad en la que uno se puede manejar (aunque no tuve la necesidad de hacerlo por mí mismo), lo cierto es que la experiencia de la sauna, la planificación para ver lo máximo posible, aprender tanto sobre la gastronomía (que desglosaré en dos entradas el próximo año), las costumbres y la vida de los coreanos en un tiempo tan limitado me resulta muy enriquecedor. Seguramente me he dejado muchas cosas en el tintero, aspectos que me hubiese gustado mencionar por resultar curiosos para nosotros. Hace poco hice un hueco para aprender coreano y me gustaría leer sin dificultades para poder llegar a adquirir un vocabulario y una conversación básicas.

Quizás sea Corea un país minusvalorado como destino, pero con dos buenas amigas como guías, toda tensión con el norte se convierte en distensión.

Crystal y Minji, dos guías maravillosas.

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