viernes, 24 de septiembre de 2010

Vacaciones estivales 2010 (2)

Mika retratada ante Paulo Máximo y César Augusto, fundadores de la ciudad.

La presencia de Mika en Lugo es algo difícil de olvidar. Se me hace increíble pensar que alguien originario de Taiwán ha venido desde el remoto Japón a una ciudad modesta, pero con muchas cosas que ofrecer. Todos y cada uno de los breves instantes del poco tiempo disponible en Lugo fueron muy especiales, y para mí es difícilmente repetible lograr una ecuación de este calibre. Que se lo pregunten a mi amigo Diego. Que si el dinero, el poder coger vacaciones, el que yo esté en España. Es difícil de conseguir. Pero me alegro de haber mostrado a un extranjero por fin mi ciudad natal. Es la primera experiencia que tengo. Cómo me gustaría poder disfrutar unos cuantos días más, con la sensación tan extraña y novedosa de divertirme yendo de compras: (¡poco a poco lo voy comprendiendo, mujeres!) de hecho, ya lo he disfrutado un par de veces. ¿Será posible? He traicionado los más básicos estereotipos del varón clásico...



Para alguien de fuera, como lo fue Taiwán para mí, todo resultará exótico y fascinante. Para alguien "de dentro", ver al extranjero de turno comerse una orejilla en A Nosa Terra es una delicia, por un momento parece que estuviésemos haciendo vida aquí, y saliendo una noche como otra cualquiera para tomar un pinchito y el vinito de todos los viernes.

Pero el tour (ojo, palabro que la RAE ha propuesto suprimir) debía continuar, y de la hermosísima catedral neoclásica de Lugo pasamos a la catedralucha de Santiago de Compostela. Parece ser que es bastante famosa, sobre todo este año. Y ahora en serio, para un gallego sobran las palabras ante tal monumento. No solo la atracción principal, sino la siempre bella ciudad compostelana. Esta vez, además, contábamos con un guía turístico de excepción: Pedro, el novio de Ariadna. Nos deleitó con varias anécdotas sobre aspectos que incluso muchos santiagueses a buen seguro desconocerán: sombras misteriosas, aberturas preventivas, árboles proféticos o gárgolas escatológicas. Además de los datos puros y duros que Mika debía conocer.



Jorge nos acompañó durante la visita por Santiago, a todas luces necesaria para alguien que visita Galicia. Creo que con esta visita discriminatoria de otras partes de España más populares (Madrid, Valencia o toda Andalucía, por ejemplo) hemos hecho justicia a una zona del país ibérico en donde las temperaturas te conceden una tregua y que poseen un encanto ciertamente diferente. Sí, es la zona del Cantábrico, hogar de uno de los viajes que con más cariño recuerdo, el del 2007 con Trompi, Borja y Jorge.

De una catedral tiramos para otra, la Playa de las Catedrales. Su nombre auténtico es Praia de Augas Santas, y según una fuente que no quiero revelar (¡aaatxusto!, oigh, ¡qué catarro he pillado!), parece ser que efectivamente los dos sitios más visitados por los turistas en Galicia son dos catedrales.


En fin, lo cierto es que sí había bastantes turistas por allí. Me pregunto si algunos de ellos serían australianos, porque sus doce apóstoles de Victoria guardan un parecido semejante en cuanto a majestuosidad. Después de haber visitado ambos sitios, esta playa de Ribadeo me sigue transmitiendo un mayor encanto.



Qué gusto remojar los pies en esa agua gélida del Cantábrico... El mar acaricia tu piel y te envuelve en su arrastre. A lo lejos, tus oídos se rinden al sosiego que transmite el murmullo de las olas, y a medida que te acercas el embate eólico inicial pasa a ser el fragoroso embate del mar contra las rocas, una placidez abrumadora, y una bruma plácida. La batalla eterna de Poseidón contra Gaia que lleva dejando huellas imperecederas durante siglos, en los acantilados horadados y en las rocas esculpidas. Una obra de arte anónima que nos contempla al mismo tiempo que nosotros la contemplamos. Y cuando una vez más refrescamos los pies en esa agua gélida del Cantábrico, no podemos evitar postrarnos ante el único dios que veneramos en las catedrales: la vida.


Fue un bello comienzo del periplo asturiano, aunque el que escribe estas líneas tuviera que hacerlo prácticamente a la pata coja por la picadura de una faneca brava (Trachinus draco, conocida como escarapocho en Asturias: la muy cabrona se entierra en la arena para cazar a sus presas y ataca a sus depredadores con los radios de su aleta dorsal; por si fuera poco, no es comestible). Disfrutamos de una comida exquisita en La Terraza, como siempre que voy por allí, con los calamares en su tinta, las patatas bravas, el pollo al ajillo y una buena sidra. Después tuvimos tiempo para volver a nuestra más tierna infancia saltando las olas de la playa en esa, para mí, fatídica marea baja. Recuerdo que cuando llegué al puesto de socorrismo le pregunté al socorrista, valga la redundancia:

—Por la forma de caminar, sabrás por qué vengo, ¿no?
—Y tanto, eres el sexto hoy.

Cuando ya estaba acabando con mis curas, le llamaron por el walkie-talkie: una niña de 7 años se había convertido en la séptima víctima del día.



Fue un día bien aprovechado, sin duda, porque después llegamos a tiempo para que Diego y servidor se batiesen sobre el asfalto. Existe la grabación correspondiente, pero ya que he subido el vídeo del posterior duelo con Jorge, aprovecho para ponerlo aquí. Trece minutos insufribles para cualquiera que no sea o bien Jorge o yo, ya que el cámara hace de las suyas y graba unos bellos planos en los momentos más interesantes. Pobre Borja, con lo bien que se lo hubiera pasado tratando de lanzarnos caparazones rojos sobre la pista ;-).



El viaje por el Cantábrico aún daría más de sí :-).

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