Cambiar el rollo de papel higiénico (vulgo «papel del culo») suele ser un... rollo para muchos usuarios habituales del excusado, que optan por justificar su contumacia en la escasa pero aún legalmente válida disponibilidad de tan preciado material. En otras palabras, por no cambiarlo son capaces de dejar un miserable segmento de papel con el que no podría limpiarse ni David el gnomo. Los más reticentes a tan banal esfuerzo doméstico esperan pacientemente la restitución por parte de un miembro ajeno de la familia, a fin de poder limpiarse de nuevo su propio miembro (porque Ud., estimado varón, lo hace, ¿no?).
Las consecuencias de tamaña dejadez pueden adquirir proporciones catastróficas. Imagínense ustedes que, en su día de asueto, deciden dejar a un lado los prejuicios para darle una oportunidad a ese restaurante chino a la vuelta de la esquina. Lo más probable es que, si no están acostumbrados a ciertas comidas más exóticas que unos callos, acaben pagando cara su osadía. Así pues, el tiro les saldrá por la culata, y otras cosas arderán en deseos de salir por otro sitio.
En esos momentos de considerable presión anal es necesario actuar con presteza. El tiempo apremia, y el retrete se convierte en un oasis del desierto al que arribar ipso facto. Si ha percibido en su justo momento los primeros visos de alarma, probablemente llegará a tiempo para realizar la evacuación (doble en el caso de servidor, ya que las circunstancias obligan a desalojar a cualquier persona en un radio de 20 metros y declarar el baño en cuarentena). Si es este el caso, no cante victoria. Puede darse el caso de que, después del estruendo de los fuegos artificiales, se encuentre una desagradable sorpresa en forma de cartón cilíndrico, completamente ausente del papel que suele recubrirlo. Lo peor de todo es que existe la posibilidad de que sea usted el culpable de tan lamentable e inoportuna ausencia.
Pero eso se acabó. Ya no hay excusas. Cambiar el rollo ha pasado a ser una mera anécdota gracias al sistema japonés. Sí, quizás estoy exagerando y algún lector está hasta las narices de ver esto en España, pero yo me baso en mi propia experiencia.
Las consecuencias de tamaña dejadez pueden adquirir proporciones catastróficas. Imagínense ustedes que, en su día de asueto, deciden dejar a un lado los prejuicios para darle una oportunidad a ese restaurante chino a la vuelta de la esquina. Lo más probable es que, si no están acostumbrados a ciertas comidas más exóticas que unos callos, acaben pagando cara su osadía. Así pues, el tiro les saldrá por la culata, y otras cosas arderán en deseos de salir por otro sitio.
En esos momentos de considerable presión anal es necesario actuar con presteza. El tiempo apremia, y el retrete se convierte en un oasis del desierto al que arribar ipso facto. Si ha percibido en su justo momento los primeros visos de alarma, probablemente llegará a tiempo para realizar la evacuación (doble en el caso de servidor, ya que las circunstancias obligan a desalojar a cualquier persona en un radio de 20 metros y declarar el baño en cuarentena). Si es este el caso, no cante victoria. Puede darse el caso de que, después del estruendo de los fuegos artificiales, se encuentre una desagradable sorpresa en forma de cartón cilíndrico, completamente ausente del papel que suele recubrirlo. Lo peor de todo es que existe la posibilidad de que sea usted el culpable de tan lamentable e inoportuna ausencia.
Pero eso se acabó. Ya no hay excusas. Cambiar el rollo ha pasado a ser una mera anécdota gracias al sistema japonés. Sí, quizás estoy exagerando y algún lector está hasta las narices de ver esto en España, pero yo me baso en mi propia experiencia.