viernes, 9 de julio de 2010

Viaje navideño (5/5) - Malasia: Pangkor



A pesar de estar ya en julio, todavía estoy a tiempo de terminar la historia de mi viaje navideño. La última parada fue la isla de Pangkor, donde nos alojamos en un suntuoso resort para disfrutar de un pleno relax en un lugar lujoso con playas privadas y demás servicios que, sobre el papel, tenían muy buena pinta. Nos decantamos por el resort y respiramos aliviados al comprobar el aspecto de algunos de los demás hoteles de nombres suntuosos.


No hay mejor forma de dar la bienvenida a un palacio que ofrecer un poquito de basurilla local.

Lo cierto es que la estancia durante 5 días en este tipo de sitios acabó siendo aburridilla. El relax no está mal, pero para mí es cuestión de un día o dos. De modo que, en esta especie de afán por superar mi pasado cagón, probé todos los deportes disponibles, incluyendo el parasailing. Es una gran sensación observar el paisaje desde arriba, pero mis huevecillos acabaron maltrechos.



Lo que parece inalterable es que, un año más, el 2005 seguirá siendo el mejor fin de año de mi vida, con mi amigo Sacha y sus respectivos colegas en Edimburgo. Los mejores fuegos artificiales que he visto, el mejor ambiente, abrazos con la policía, bromas con desconocidos, acabamos en una fiesta privada y nos trataron como amigos del alma... Incluso al beber una cervecería en un pub el mismo día, un calvo con pinta de hooligan se acercó después de terminar su pinta para desearnos una feliz navidad con una educación y una amabilidad que me dejó anonadado. ¡Viva Escocia, amigos!




Al menos, durante la gala de fin de año, me tocó una cesta (bastante cutre para un hotel de estas características) y no pude contener mi éxtasis ante tamaño acontecimiento, ante el sopor reinante. Este no es un lugar adecuado para celebrar un fin de año a estas edades, ya que la mayoría de los huéspedes son personas un poco mayores y familias sin ninguna hija de buen ver que llevarse a la boca.



Atrás quedan esos buceros (pájaros parecidos a los tucanes), esos paisajes paradisíacos, esas puestas de sol que te recuerdan la nada más absoluta que te depara el día siguiente, esos niños vocingleros, esas quemaduras abrasivas.

Un día más, el sol se ponía sobre Pangkor y el arco iris aparecía tímidamente en el horizonte apuntando a ese paraíso al que nunca volveremos.


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