"En Grecia, al que paga impuestos poco menos que lo toman por gilipollas". Esta frase, tan lapidaria como descriptiva de la realidad que abruma ahora a Grecia, podría salir perfectamente de la boca de cualquier ciudadano europeo que paga religiosamente sus tributos. A tenor de lo reflejado en un artículo del suplemento
Mercados que firma
I. H. Velasco, el desencadenamiento de una crisis de este calibre es algo que se veía venir a leguas. Trataré de reproducirlo a continuación, porque no tiene desperdicio. Por otra parte, debería servirnos para dejar de apartar la mirada y procurar que este tipo de prácticas no cundan por aquí. Si los que protestan contra los recortes reclaman algo tan surrealista como esto, apaga y vámonos.
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Cualquier ama de casa o cabeza de familia lo sabe. Si uno gasta más de lo que ingresa, acaba en la ruina más absoluta. Durante décadas eso es, precisamente, lo que ha hecho el Estado griego. Gastar, gastar alegremente y seguir gastando. Por no decir despilfarrar o, más directamente, dilapidar.
Así lo hizo, hasta llegar a donde se encuentra en estos momentos: al borde de la bancarrota y con un inmenso agujero en las arcas públicas de nada menos que 350.000 millones de euros. Para interpretar la magnitud de esta cifra y tener una idea del volumen que representa como deuda, basta con repartirla entre todos los trabajadores griegos. A cada uno de los ciudadanos de Grecia que tengan un puesto de trabajo le tocaría pagar unos 175.000 euros.
Los excesos, descontroles y locuras que se han cometido en el país heleno con el dinero público han sido tantos, y tan enormes, que cuesta creer que todo lo sucedido sea cierto. No obstante, lo es. De hecho, aquí van algunas de las extravagancias cometidas, por llamarlas de algún modo.
El primer problema es que nadie sabe a ciencia cierta cuántos empleados públicos se cuentan en Grecia. Los sindicatos hablan de unos 700.000 funcionarios, mientras que el Gobierno heleno los cifra en alrededor de 800.000 personas. «Nadie, ni siquiera el primer ministro, sabe cuántos hay», subrayaba hace apenas unos meses Constantinos Michalos, el presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Atenas. Además, y sumando también las personas que trabajan para la Administración pública con contratos temporales, la cifra de empleados del Estado podría ascender, en total, hasta un millón de personas. No está mal, considerando que Grecia tiene tan sólo una población de 11 millones de habitantes.
800 millones en 'mordidas' a funcionarios
La mayoría de los griegos paga sobornos en ministerios y hospitales, pero sólo 1 de cada 4 abona sus impuestos. El Gobierno hace 'redadas' con helicópteros en busca de piscinas ilegales para descubrir a las familias que no declaran
Trabajos vitalicios por ley. La Constitución griega prohíbe expresamente despedir a empleados públicos. Según los analistas, uno de los principales motivos por los que Yorgos Papandreu anunció la semana pasada su intención de celebrar, en septiembre, un referéndum para reformar el sistema político griego y cambiar algunos artículos de la Constitución, sería precisamente para abrir las puertas a la posibilidad de poder poner en la calle a funcionarios.
Clientelismo salvaje. Durante décadas, el sistema político griego ha funcionado de manera que cada vez que un partido llegaba al poder contrataba a gente en el sector público a cambio de su voto. Eso explica por que en la Administración pública trabajan muchas más personas que las necesarias.
Por qué el Hospital Evagelismos, uno de los principales de Atenas, tiene en nómina a 45 jardineros para cuidar de las cuatro macetas que decoran su entrada, y que encima están llenas de hierbajos. O por qué en algunos departamentos públicos hay 50 conductores para un coche. Y así suma y sigue muchos ejemplos más.
Vivan las prebendas. Según Adedy, el principal sindicato de los funcionarios griegos, los empleados públicos ganan una media de 1.350 euros mensuales, casi el doble del salario mínimo de Grecia, que es de 740 euros al mes, y por encima, en general, de lo que cobran sus colegas del sector privado. Es más, además de disfrutar de dos pagas extraordinarias, estos trabajadores reciben bonos y remuneraciones extraordinarias por los motivos más peregrinos.
Por ejemplo, hay un bono por llegar al trabajo en el horario previsto; por presentarse al puesto de trabajo correctamente vestido; por usar ordenador; o por hablar idiomas. La cosa es tan disparatada que los guardas forestales ganan un bono por trabajar al aire libre.
Soltera y sola en la vida. Entre los numerosos privilegios de los que disfrutan los funcionarios, uno de los más surrealistas es el que contempla una pensión vitalicia de 1.000 euros mensuales para las hijas solteras de empleados públicos fallecidos. Se cuentan 40.000 mujeres en esta condición, lo que supone una carga de 550 millones de euros al año para las arcas públicas. A partir de ahora, las huérfanas solteras de funcionarios sólo cobrarán esa pensión hasta alcanzar los 18 años.
Jubilados de lujo. Hasta el año pasado, los trabajadores griegos se podían jubilar a los 61 años y medio cobrando el 95,7% de su salario. Ahora, la edad para retirarse se ha elevado a 63 años y medio. Pero, además, en Grecia existen cerca de 600 categorías laborales que, alegando motivos de salud, podían optar a la jubilación anticipada, establecida en 50 años para las mujeres y 55 para los hombres.
Entre los beneficiados no sólo se encuentran los mineros o los desactivadores de bombas, sino también profesiones tan peligrosas como peluqueros -por utilizar tintes y otros productos químicos perjudiciales para el organismo-, trompetistas y flautistas -se supone que a causa de los soplidos pueden desarrollar reflujo gastroesofágico- o los presentadores de televisión, por aquello de que los micrófonos son un criadero de bacterias.
Estas jubilaciones anticipadas han sido ahora limitadas, haciendo añicos el sueño de buena parte del 14% de los empleados griegos que esperaban poder acogerse a ellas.
Pero, según Jagadeesh Gokhale, un economista del Instituto Cato de Washington citado por The New York Times, si las pensiones de los jubilados griegos se tuvieran en consideración al realizar las cuentas, la deuda del país se dispararía hasta alcanzar el 875% de su PIB. Ahora mismo se considera que el agujero en las cuentas públicas griegas equivale al 113% del PIB.
Organismos públicos a gogó. Nadie sabe bien para qué sirven o qué hacen, pero en Grecia se cuentan por centenares los comités, institutos y organismos públicos. Por haber hay hasta un comité para gestionar el Lago Kopais, a pesar de que se secó en 1930. El Gobierno ha anunciado que a partir de octubre eliminará o fusionará 75 organismos públicos en los que trabajan más de 7.000 personas y que reciben, anualmente, 2.700 millones de euros en subvenciones.
Evasión fiscal. Es el deporte nacional. No pagar impuestos es la norma en Grecia, no la excepción. Se calcula que uno de cada cuatro trabajadores no paga ni un céntimo en impuestos y que, al año, las arcas públicas del país dejan de ingresar entre 15.000 y 20.000 millones de euros a causa de los griegos que defraudan a Hacienda.
Esto significa que cada ciudadano escamotea una media de 1.800 euros anuales al Estado. A pesar de que el año pasado el Gobierno anunció que pondría en marcha una campaña de persecución de los defraudadores, no lo ha logrado. La prueba es que en marzo puso de patitas en la calle al máximo responsable de la agencia fiscal, después de constatar el fracaso de su gestión y comprobar que, en 2010, tan sólo recaudó 52.500 millones de euros, apenas 2.500 euros más que en 2009.
El Ejecutivo ha tratado en el último año de desenmascarar a algunos evasores haciendo sobrevolar helicópteros sobre Atenas para detectar las grandes piscinas de supuestos modestos ciudadanos. Sin embargo, los defraudadores han respondido ocultando la prueba del delito bajo redes de camuflaje.
Antes muertos que honestos. En 2010, las familias de 4.500 funcionarios públicos ya fallecidos siguieron cobrando las pensiones de jubilación de estos como si estuvieran vivos. Y más de 18.000 personas se beneficiaron de las ayudas al desempleo sin tener derecho.
Perder el tren. Los empleados de la compañía de ferrocarril del Estado ganan una media de 65.000 euros al año. La plantilla la componen 9.000 personas. Eso explicaría por qué la empresa pierde unos 800 millones de euros al año, y por qué sería más rentable que el Estado pagara taxis a los pasajeros para transportarlos.
Coge el dinero y corre. Según datos del Banco Central Europeo, sólo en mayo, los bancos griegos perdieron 4.000 millones en depósitos. El pasado mes de abril vieron como sus clientes retiraban 2.400 millones de euros. Se calcula que desde que estallara la crisis griega hace un año, los griegos han sacado de sus bancos unos 60.000 millones de euros, lo que representa algo así como la cuarta parte de todo PIB del país.
Corrupción rampante. La corrupción en la vida diaria está tan extendida que algunos la consideran endémica. Si un griego quiere ser bien atendido en un hospital, desliza un billete en las manos del médico. Si pretende que un inspector de Hacienda haga la vista gorda con sus pufos, deja caer la posibilidad de una recompensa en dinero contante y sonante.
La organización Transparency International calcula que los ciudadanos griegos se dejan unos 800 millones de euros cada año en fakelaki, es decir, los pequeños sobornos y mordidas de la vida diaria. Y estima que el 13% de esos pagos van a parar a funcionarios.
Excesos olímpicos. Grecia se gastó en organizar los Juegos Olímpicos de 2004 la friolera de 9.000 millones de euros, el doble de lo estimado inicialmente.
Es la guerra. Grecia es el país de la Unión Europea que más dinero destina a gastos militares: nada menos que el 4,3% de su PIB. Entre 2007 y 2009, llegó a gastar el 6% del PIB nacional. Francia, el segundo, dedica a ese apartado el 2,6% de su riqueza. En 2010, el país heleno se dejó 6.700 millones de euros en el Ejército.
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En la segunda parte, una entrevista al actual vicepresidente de Grecia, Theodoros Pangalos.