A medida que uno envejece, se va dando cuenta poco a poco de que necesita sentirse identificado, pertenecer a un determinado lugar. Este apátrida recorre otras partes del globo por curiosidad, pero hay ciertas sensaciones que solo tu tierra natal parece poder proporcionarte. Cuando regreso en la época estival a ese pueblo en donde los veranos pasaban volando, me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. Me parece estar viviendo todo demasiado deprisa; quiero detenerme y contemplar, cavilar, incrustar en mi mente de forma indeleble esa serie de vivencias que se disfrutan en el momento y se reviven en el recuerdo. No quiero discriminar ningún día ni dejar pasar las horas, pero sí quiero huir del dolor y la desdicha. Las pasiones conviven y no se pueden manejar a placer, incluso para alguien con un sentido tan epicúreo de la vida.
Sin embargo, qué fácil y armonioso fue todo a lo largo de este último verano. ¿Será el sol de España? ¿Sus gentes, sus parajes? Cudillero nos acogió con su perenne encanto, una ciudad que antaño permanecía oculta a ojos de cualquier posible invasor, una población que se asienta sobre la rasa litoral como un jinete a horcajadas sobre su caballo. Si por mar no lo puedes divisar, por tierra solo lo vislumbras hasta que aparece ante ti en todo su esplendor.
No han sido pocos los vestigios que nuestra invitada asiática ha podido visitar, y uno de ellos fue el castro de Coaña. Puede que no sea mundialmente conocido, pero personalmente me resulta apasionante encontrarme al lado de unos asentamientos celtas del siglo I. Nos hallamos ante prácticamente dos milenios de historia. Párate a pensar por un momento en las piedras que estás tocando (infringiendo las reglas, pero en caso de llegar desde el Lejano Oriente te perdonamos), las personas que las han puesto ahí hace tanto, tanto tiempo... No te limites a ver e inmortalizar en algo que ni siquiera imprimirás, tienes que imaginar, ser consciente del legado histórico que hemos recibido y conservado. Imagínate las vidas de esos celtas por un momento y olvídate del olor de esa fábrica de celulosa cercana. Estás viendo los propios molinos y morteros que utilizaban personas hace 2000 años.
Asturias tiene tantas ciudades con encanto... Uno de mis descubrimientos en este viaje fue Oviedo. ¡Qué casco antiguo tan hermoso! Paseando por él y disfrutándolo creo que hasta sería capaz de soportar mejor el libraco que tan infumable me pareció hace 10 años: La Regenta. Esa Vetusta que me sumía en el hastío se me hace más apetecible y amena. Paseamos alrededor de la catedral y cenamos un revuelto de gambas, setas y ajetes tiernos que se convirtió en uno de los favoritos de Mika. La verdad sea dicha, lo hicimos en el único sitio de la calle Gascona que no servía sidra.
Llanes fue otro de los pueblos asturianos que visitamos, en plenas fiestas patronales. Lo cierto es que vi aún más cosas que en la última visita del 2007. Curiosamente era un sitio cuyo único recuerdo para mí consistía en una máquina recreativa del hotel en donde nos habíamos quedado en tiempos casi inmemoriales. Los famosos Cubos de la Memoria de Ibarrola en el espigón del puerto de Llanes, con sus innumerables escorzos, constituyen la más singular de la escolleras que servidor haya visto nunca. Pese a todo, el malecón de Tapia siempre tendrá mucha más magia y vida para mí. Quizá sea por lo que representa, pero el rugido del batir de las olas allá no tiene precio.
No solo de Asturias vive el hombre, ni el turista. Cantabria ofrece un amplio abanico de posibilidades, y en este caso volví sobre mis pasos. Recorrí de nuevo los adoquinados de Comillas y Santillana del Mar. Recordemos que el primero (2007 con Jorge y Borja) solo lo había visitado de noche y en plan famélico, en una búsqueda desesperada en pos de una posada que resultó ser infructuosa.
En esta ocasión pudimos disfrutar de Comillas en pleno día y me pareció un destino turístico esencial y además un lugar nada despreciable para pasar las vacaciones, por su playa, cuya existencia desconocía por completo, tan breve e incompleta había sido la visita anterior.
También visitamos el Capricho de Gaudí, una obra fiel a su estilo genuino que no deja a nadie indiferente. Merece la pena detenerse en las estancias y echarle una buena ojeada a los libros sobre esta obra del arquitecto catalán. Al igual que en la Casa Batlló, uno puede perderse muchos detalles si no tiene el tiempo necesario para deducirlos o la curiosidad inquisitiva para leerlos u oírlos. Los japoneses se pirran por Gaudí, y de hecho su propietario es un empresario japonés: Taketo Kurosawa (nombre fácilmente manipulable a "Kateto"). Dentro del museo me fijé en un póster con el currículo de un experto en Gaudí que acabo de recordar ahora a través de una noticia: Hiroya Tanaka. Recomiendo
leer la noticia para enterarse sobre lo ocurrido con esta obra.
Santillana del Mar es un destino clásico y con un encanto inconfundible. Su empedrado, sus balcones engalanados de florida presencia, sus tiendas con productos de la región, de nombres sugerentes y cachondos... Si al deleite de pasear por sus calles le aderezamos su proximidad a la Cueva de Altamira, Patrimonio de la UNESCO, este pequeño municipio representa un destino turístico de la máxima prioridad. Me pregunto si mis padres y mi tío habrán ya devorado las anchoas de Santoña que les compró Mika como
souvenir. Sí, esas que Revilla le regala siempre a Zapatero.
Terminamos el viaje por el Cantábrico de la mejor forma posible: disfrutando al alimón de mi pescado favorito. La palometa roja, conocida por el nombre de
virrey en Asturias, fue todo un manjar que sirvió de broche de oro para nuestro periplo por el norte de España. No podían faltar las sidras de rigor que nos atrevimos a escanciar a nuestra manera.