jueves, 19 de febrero de 2009

Lest we forget (y 2)

Ahora que está de actualidad el juicio al camarada Duch (cuyo nombre real es Kaing Guek Eav) jefe de los verdugos del centro de torturas de Tuol Sleng, justo es recordar otra de las mayores atrocidades perpetradas el pasado siglo: la masacre de las huestes de Pol Pot, los jemeres rojos. Una vez más, no debemos limitarnos a recordar, sino que resulta imprescindible tratar de no olvidar. Nunca jamás.

La historia es por todos conocida, pero si quieren documentarse al respecto de los crímenes cometidos en Tuol Sleng les recomiendo el documental S-21: The Khmer Rouge Killing Machine. El documental relata el encuentro entre algunos supervivientes de las ejecuciones de este colegio reconvertido en una prisión sin derechos con sus propios verdugos e "interrogadores". Uno se plantea en estos dónde se ubica la línea de la culpabilidad de aquellos que tomaron partido por el bando "ganador" de 1975. Los torturadores, entre ellos el propio Duch, afirman que se limitaban a cumplir órdenes y que, en caso de no hacerlo, les esperaba la muerte. Los mismos ejemplos podríamos encontrar en el caso de los nazis alemanes. Por otra parte, muchos de los integrantes del bando jemer eran tan solo unos niños, fácilmente manipulables mediante la estulticia y un eficaz lavado de cerebro. Esto queda perfectamente demostrado en la película Los gritos del silencio, a mi parecer un muy bello oxímoron que nada tiene que ver con el título inglés, The Killing Fields (que hace referencia a los campos de la muerte de Choeung Ek). En esta película se demuestra como, en un régimen totalitario, no hay cabida para los intelectuales o los políglotas. Les recomiendo ver la película porque comprenderán mejor las dimensiones de esta atrocidad con un caso real. No quiero adelantarles nada más, tan solo mencionar la entrada respecto al filme del blog de mi buen amigo Diego.

Durante mi periplo camboyano tuve la ocasión de visitar Phnom Penh, y puedo asegurar que merece la pena. No solo por el majestuoso Palacio Real de Chatomuk Mongkul (un enorme complejo en el que me hubiera gustado tirarme unas buenas horitas), sino por la historia que tiene este sitio. Vaya por delante que los camboyanos son uno de los pueblos más simpáticos y serviciales que me he topado hasta ahora, razón de más para hacer más profunda la tristeza que le invade a uno cuando contempla los vestigios del genocidio. Después de haber visto la película quizá se enteren de que el actor camboyano se llevó un Oscar por su papel. Y es probable que se enteren también de que no era un actor profesional. ¿Por qué? Porque, después de la guerra, apenas quedaba rastro de artistas o intelectuales. El Dr. Ngor decidió de hecho participar en el filme para que el mundo supiera lo que allí había ocurrido.

Estas son algunas fotos que tomé durante mi recorrido por el ahora llamado Museo de los Crímenes Genocidas Tuol Sleng. Para más información, consulten los hipervínculos de este texto y las dos obras audiovisuales mencionadas.


Celdas de reclusión en Tuol Sleng.


Tumbas de 14 víctimas de Tuol Sleng.


Desconozco el motivo real, pero probablemente este cartel a la entrada de la sala en donde están expuestas las miles de fotos de las víctimas nos esté pidiendo un respeto al contemplarlas (por si a alguno se le ocurriese decir "¡Mira qué careto tiene ese!")

Horca utilizada por los torturadores para esos interrogatorios sin sentido.

Las celdas de los detenidos. Esa caja que está sobre la cama era su retrete. En la pared puede verse una foto del antiguo prisionero, tal y como fue encontrado. En este centro siempre había al menos entre 1.000 y 1.500 prisioneros, así que estaban hacinados en las habitaciones (como relata un antiguo vigilante en el documental mencionado)

Durante la visita también tuve tiempo para recorrer los famosos campos de la muerte de Choeung Ek, situados a escasos kilómetros de la ciudad. Otro lugar que parte el alma, siempre que seas consciente de lo que pasó aquí y leas la información mostrada.

Una imagen vale más que mil palabras. Como se puede leer en el cartel, los verdugos propinaban palizas a los niños apoyándolos contra este árbol.


En Choeung Ek, popularmente conocido (con razón) como los campos de la muerte, el régimen de los jemeres rojos ejecutó a unas 17.000 personas entre 1975 y 1979. Allí se encontraron 8.895 cadáveres cuando los vietnamitas liberaron Phnom Penh.


En la estupa budista de Choeung Ek se conservan más de 5.000 cráneos de las víctimas.

Mi compañera de viaje debió de sacar unas cuatrocientas fotos de esos restos. A veces me sorprende la actitud distante con la que cierta gente es capaz de observar los vestigios de tamaña atrocidad. No me gusta un pelo hacer este tipo de fotos, como si fuese algo digno de admirar, pero creo que es necesario que todo el mundo vea lo que es capaz de hacer el ser humano.

Una vez más, por favor, no olvidemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario