sábado, 8 de agosto de 2009

Un enigma residual

A lo largo de mi vida, la exhaustividad del proceso de reciclaje de mi entorno ha crecido de forma paulatina. A lo largo de mi infancia era una palabra que apenas tenía cabida en mi vocabulario. Por otra parte, la considerable distancia que nos separaba de cualquier contenedor especial (esto es, aquellos que no son grises o verdes) imposibilitaba cualquier buena voluntad que tuviésemos a bien desarrollar. Para nosotros pues, y parafraseando una célebre cita de Felipe González, "todo era la misma mierda". Con todo, mi hermana, ecóloga en ciernes, comenzaba a dar los primeros pasos destinando un cajón para el reciclaje de papel. Una tímida iniciativa que se desarrolló exponencialmente cuando alcanzó su independencia y se fue a vivir a La Coruña. Ahí creó un fortín inexpugnable lleno de bolsas y cubos variopintos, cuyo correcto uso nos ha llevado años descifrar, a base de ensayo y error.

Y he aquí que, en una de las etapas más recientes de mi vida, emigré a Alemania, en principio famosa por su ecologismo. Pero este tiene dos caras. Mi primer (y único) compañero de piso era un alemán de pura cepa, homosexual, pulcro, ordenado, aficionado a la buena cocina y la floricultura: en principio el candidato ideal para ser todo un ejemplo del reciclaje a seguir. Pues no, él lo destinaba todo a un solo cubo porque decía "Es para no dejar sin trabajo a esos españoles e italianos inmigrantes que se dedican a separar la basura, ¡jia, jia, jia!". Cuando retorné a Alemania para mi segunda etapa, vivía solo y separaba todo lo posiblemente separable. Allí descubrí un nivel superior a España, puesto que tenía que echar las botellas de color verde, marrón y transparente en sendos cubos. Mi carácter hoy en día también tira al ecologismo (que debería llamarse más bien normalismo o civismo). Hasta aquí era factible.

Pero entonces llegó Japón:

Solo les faltaba poner "JÓDETE" en español, bien clarito. Al menos me hubiera reído en vez de llorar.

El sistema japonés es tan exhaustivo que raya el paroxismo. Los japoneses se pirran por las reglas, yo diría que hasta las necesitan porque no son buenos improvisadores, y para el reciclaje hay que seguir un montón de ellas. Para reciclar un simple cartón de leche hay que lavarlo, desmontarlo hasta dejarlo plano y... ¡dejarlo a secar! Después hay que llevarlo a un supermercado que tenga un cubo destinado a tal efecto. Lo mismo hay que hacer con las bandejas de plástico de los productos que se encuentran en los refrigeradores del supermercado. En España o Alemania, que yo sepa, basta con echarlo a los plásticos.

Pues nada, todo será cuestión de separar en esas clásicas bolsas negras de la basura... Así que, después de una ardua tarea de separación, nos dirigimos al contenedor de turno y...

Y estamos jodidos, porque nos podremos pasar horas para encontrar uno por la calle. De hecho, las horas que necesitásemos para montar uno por nuestra propia cuenta, porque en esta puñetera ciudad la figura del contenedor o el cubo de la basura es una utopía, un ente que permanece en el mundo de las ideas, de las ideas que harían maravillosa y normal la vida aquí. Porque cuando acabas de comer un chicle y quieres tirarlo en la papelera más próxima... lo mejor será que vayas pensando en tragártelo con envoltorio. Me han dicho que la carencia se debe a que podrían usarse para depositar bombas, lo cual me parece una soberana gilipollez (¿acaso en Madrid las han quitado?), pero típico del alarmismo japonés y la obsesión por la seguridad. Así que, ¿dónde tirar mi preciada bolsa negra de la basura? Pues aquí:


Francamente, a mí me parece mucho menos seguro este sistema, porque los cuervos no pueden acceder a la basura de un contenedor, pero si pueden destrozar sin piedad un simple plástico si huelen comida. Y como te acerques a uno que esté comiendo, igual no le parece muy bien.

A todo esto, no sé si os habréis fijado en la foto, pero nuestra bolsa de la basura negra cantaría un poco entre tanta "raza blanca". ¿Qué racistas, no? Pues a joderse, porque hay que utilizar bolsas transparentes. ¿Querías utilizar una negra para que no se viera la mezcla criminal que lleva dentro, eh? Pues tu gozo en un pozo. Y tómatelo en serio, porque no cumplir las reglas puede acarrear penas de hasta 5 años de prisión o multas de 100 millones de yenes (745.000 eurillos de nada), ¡o ambas cosas!

Naturalmente, espero que no se te ocurra tirarla cuando te dé la gana. Cada grupo tiene su día, y hay que echarlo antes de las 8 de la mañana. En la foto aparece en verde el ideograma de 'jueves' para los plásticos, los ideogramas en rojo de 'martes' y 'viernes' para los "combustibles" (que conocemos como orgánicos en España) y en azul
el kanji de 'sábado' para las latas. Pero no todo es tan sencillo. Para empezar, el mensaje en japonés encima de la parte verde no me lo han sabido explicar ni los propios japoneses, y en otras zonas me parece haber visto más colores...

Por si fuera poco, el sistema no es uniforme. En abril de 2008 se introdujeron ciertos cambios, reduciendo el porcentaje de desechos inorgánicos (o "incombustibles"). Es decir, que ahora las cintas de vídeo, los bolígrafos, los cepillos de dientes, los cubos de plástico o hasta un CD se convierten por arte de magia en burnable (combustible). ¿PERO QUIÉN COÑO ENTIENDE ESTE SISTEMA?

Basura por el día, basura por la noche. No es una visión muy agradable, y francamente le da Tokio y Japón en general un toque tercermundista y cutre.

Me acuerdo de leer en un libro de Michael Moore que una vez había seguido por curiosidad a los camiones que recogían la basura reciclada, y al final lo quemaban todo a la vez, con un par. Estoy de acuerdo con el reciclaje, me parece algo necesario y útil, pero me he dado casi por vencido con este sistema japonés. Tendría que haber una cierta permisividad. Pongamos un ejemplo práctico:
Estoy en mi habitación, tratando de escribir una redacción en japonés mientras como unas galletas (con su envoltorio de plástico) y me hurgo la nariz, uno de mis pasatiempos favoritos ya desde antes de la Primera Comunión (referencia que solo mi familia puede entender :-D). Así que, como no me gusta la redacción que estoy escribiendo, empiezo otra y tiro el papel a la papelera "unisex". Por otra parte, mis excavaciones nasales han vuelto a proporcionar pingües resultados, por lo que debo desechar las carrañas en el mismo cubo, y hacer lo propio con el envoltorio de la galleta. Pues no, debería amontonar los envoltorios para llevarlos después al cubo correspondiente y andar por toda la casa con una "cacona" hasta depositarla en su justo recipiente, o pensar seriamente en imitar a los niños esos de "Vídeos de primera" que se comían su propio producto nasal. ¿Y el papel, dónde lo tiro? Pues, en el colmo ya de la confusión (y para seguir haciendo las cosas al revés que nosotros) debería echarlo en el cubo de los orgánicos, porque aquí no se recicla (al menos en esta casa). Lo dicho, ¡ME RINDO!

El cubo de "otros", un auténtico tesoro en este país por su escasez y porque para la picaresca ibérica, aquí se permite todo.

1 comentario:

  1. He de añadir que ahora que hay cubo para plásticos en la misma puerta de casa, en casa, en Lugo, sigue sin separarse la basura...ya no hay excusas ahora es sólo la excusa de no separo porque no me da la gana.
    THF (miiiiiiis cuuuuuubooooos, miiiiis tesoooooroooos)

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