Todo comienza con la reelección de Thaksin Shinawatra en los comicios del año 2005. Los casos de corrupción y nepotismo presentados contra el "Berlusconi asiático" llenan tantas páginas que se necesita una paleadora para transportarlos. Su compañía, Shinawatra Computer Company, se hizo de oro al conseguir firmar con el gobierno contratos para la concesión de monopolios en telefonía móvil, televisión por cable y satélites de comunicaciones. Desde su victoria en el 2001 no cesó de enriquecerse personalmente y promulgar leyes que beneficiaban sus intereses. Los cargos son múltiples: venta libre de impuestos de las acciones de su empresa por parte de su familia, nepotismo en la designación a dedo de su cuñado Somchai Wongsawat como candidato a primer ministro... Sin embargo, es hasta la fecha el único primer ministro que ha logrado cumplir los cuatro años de mandato. ¿Por qué?
Principalmente por su programa populista. Casi todos los tailandeses dan por hecho que la corrupción es algo inherente a todo primer ministro del país y las altas esferas políticas, pero el buen Thaksin se aseguró de tener contentas a las clases menos favorecidas mediante la implantación de un sistema de créditos a los campesinos y la introducción de la sanidad pública en el año 2001. El ganarse al populacho permitió a su partido, el TRT (Thai Rak Thai, 'los tailandeses que aman a los tailandeses'), arrasar en las elecciones de 2005 con 375 escaños de 500. Fue entonces cuando se formó el APD, una amplia coalición de fuerzas políticas y sociales, que criticaba la corrupción, nepotismo y abuso de poder por parte del gobierno. Para tratar de legitimarse en el trono, Shinawatra convocó elecciones anticipadas en 2006, boicoteadas por la oposición y más tarde invalidadas por el Tribunal Constitucional (no serían las últimas). Todo ello motivó el conocido golpe de estado del 19 de septiembre de 2006, aprovechando que el primer ministro se encontraba en Nueva York asistiendo a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Las organizaciones de derechos humanos se temían lo peor, teniendo en cuenta casos tan próximos como el de la vecina Birmania, víctima de una dictadura surgida tras un golpe militar en el año 1962. En este país la Junta Militar había prometido elecciones, y se celebraron en 1990 con una victoria aplastante de la Liga Nacional para la Democracia, dirigida por Aung San Suu Kyi. Sin embargo, la junta no hizo caso y los sátrapas del lugar prosiguieron con su despótica dictadura, cortando por lo sano cualquier intento de rebelión, como la Revolución Azafrán de 2007. ¿Ocurriría lo mismo en Tailandia? Afortunadamente, la regencia del gobierno militar fue breve y se convocaron elecciones generales en diciembre de 2007. El Thai Rak Tai había sido ilegalizado por el Tribunal Supremo, así que sus miembros crearon una nueva formación: el PPP (Partido del Poder del Pueblo). El líder del partido era Samak Sundaravej, al que muchos acusaban de actuar como un mero títere en manos de nuestro querido Thaksin, cuyos vínculos familiares estaban presentes aún en la formación, puesto que Somchai Wongsawat era el ministro de Educación y viceprimer ministro del Gobierno. Sin embargo, alcanzó el poder el 9 de septiembre de 2008 de una forma realmente curiosa. Y es que Sundaravej fue inhabilitado por el Tribunal Constitucional de Tailandia por... ¡presentar un programa de cocina!
Por aquel entonces, las protestas del APD ya se habían intensificado en toda la capital. La "generosidad" del PPP había alcanzado el paroxismo en las elecciones de 2007: según alegaban los manifestantes del APD, los políticos se aprovecharon de la ineducación y la pobreza de las zonas rurales para comprar votos. De hecho, una encuesta mostraba la disposición de nada menos que el 70% de los electores para canjear sus votos por dinero o sacos de arroz. Esto motivó la creación del APD, cuyas continuas protestas (no hablamos de días ni de meses, sino incluso de años) llegaron a su punto más álgido con el bloqueo de los aeropuertos. A pesar de las cuantiosas pérdidas económicas que supuso para Tailandia la cancelación de tantos vuelos y reservas hoteleras (todo un puntapié para un país cuya principal fuente de ingresos es el turismo), lo que realmente puso fin a las protestas fue la decisión del Tribunal Constitucional, que declaró fraudulentas las elecciones del 2007.
David Jiménez, corresponsal de El Mundo en Tailandia, daba en el clavo al calificar los hechos como "la rebelión de los privilegiados para limitar el poder de los pobres". El propio periodista, en un artículo posterior titulado Bienvenido a Air Zapatero, criticaba abiertamente al presidente español por malgastar el dinero de los contribuyentes en operaciones de rescate innecesarias. Estoy de acuerdo en que la situación no requería medidas de tan extrema urgencia, pero es muy fácil hablar a toro pasado sobre lo ocurrido. Si el ejército hubiese llegado a intervenir, otro gallo podría haber cantado. ¿Por qué? Porque los manifestantes no tenían intención alguna de abandonar las protestas, estando incluso "dispuestos a morir por la monarquía y para derrocar al gobierno". El primer ministro dio órdenes tajantes para iniciar la evacuación de ambos aeropuertos y sucedió lo mismo que en el primer intento del ejército chino en Tian'anmen: se fueron por donde volvieron o, simplemente, se quedaron allí sin abrir fuego en ningún momento. Afortunadamente el ejército se mantuvo al margen, pero me parece que en esta ocasión el periodista es algo frívolo en su análisis.
Huelga decir que todos los españoles regresaron a casa sanos y salvos con tan solo unos días de espera acumulados en su cuerpo, pero si de "vergonzoso" tildan muchos comentarios (en el artículo antes mencionado) el comportamiento de los españoles al pelearse por las plazas de los aviones, no es menos bochornoso el hecho de que muchos de esos "denunciantes" pensaran que los turistas volvían gratis a casa. Lógicamente había que presentar el billete de vuelta (cancelado) para poder regresar. No hemos de olvidar que estos hechos se produjeron poco después de la terrible masacre terrorista de Mumbai. En mi opinión, esto fue lo que influenció la rapidez de la decisión tomada. Como decía uno de los usuarios del foro, prefiero que España gaste dinero fletando 3 aviones para traer de vuelta a turistas en aprietos que en enviar al ejército a guerras inútiles o a sufragar la deuda de TVE. Tailandia es un país pacífico y los expatriados españoles conocen muy bien la situación del país como para saber que un estallido de violencia era harto improbable, pero si los partidarios de Shinawatra hubieran cargado contra el APD o el ejército hubiese intervenido, las cosas podrían haber tomado otro cariz. No hemos de olvidar los más de 1300 muertos causados por la rebelión de un movimiento separatista islámico al sur de Tailandia en el año 2004. Es más, la culpa de lo sucedido habría que echársela incluso a los propios periodistas, que en un alarde de amarillismo se dedican a infundir temor y crear morbo donde solo hay protestas pacíficas. Por otro lado, la propia embajada recomendaba a los turistas "no salir a la calle". Ahora bien, al periodista no le falta razón cuando afirma que este rescate sienta un terrible precedente para posteriores conflictos y muestra un profundo desconocimiento de la sociedad tailandesa. Sin embargo, el hombre, y por ende la sociedad, no deja de ser imprevisible.
Si quieren profundizar en el tema, no dejen de leer las interesantes biografías de la Fundación CIDOB sobre estos líderes políticos tailandeses.
En la próxima entrada tendremos ocasión de comprobar lo que nos ofrece una ciudad que, a pesar de la crisis reinante, parecía ofrecer una imagen de completa cotidianidad.