El parque era antiguamente la residencia de la familia Naito durante el período Edo. Posteriormente pasó a manos de la familia real, por si no llegaba ya con el jardín exterior o el oriental del palacio imperial. Sin embargo, tras ser arrasado en los bombardeos de 1945, se abrió al público en 1949.
El valor de la entrada preceptiva asciende a 200 yenes (50 para los niños). En él se mezcla el estilo tradicional japonés (el que más me llama la atención por razones obvias) junto con los europeos. Tiene más de 20.000 árboles, un césped impoluto y sus buenos 1.500 cerezos para celebrar como dios manda el hanami (花見): la simple contemplación del florecimiento de la flor del cerezo.
Al entrar en el parque uno se olvida de la vorágine urbana que rodea a esta zona, aunque los rascacielos acechan desde muchas partes del recinto, recordándonos la inevitable presencia de la modernidad, en un claro contraste con el paisaje más tradicional. Es un lugar ideal para descansar, dar un paseo con una persona especial o estirar las piernas de lo lindo con un simple reproductor de MP3 en ristre.
Ningún claro en el césped, todo cuidado al máximo detalle.
Primera parada: jardín de estilo japonés.
No podía faltar la linterna de piedra.
Primera parada: jardín de estilo japonés.
No podía faltar la linterna de piedra.
Instrucciones para la foto: colocar la cámara encima de un travesaño e inclinarla ligeramente usando la correa para que no saliera solo el techo. Usar el temporizador, correr cual gacela en celo cuesta abajo y pararse durante unos segundos como si uno llevase un buen tiempo en ese sitio.
El Goryotei, también conocido como Taiwan-kaku (台湾閣) o pabellón de Taiwán, se construyó en 1927 y es un obsequio de expatriados nipones en Taiwán en conmemoración de la boda del príncipe Hirohito, ya que por aquel entonces este país pertenecía a Japón. El único edificio que quedó en pie tras los bombardeos de 1945.
Japoneses tumbados a la bartola.
Japoneses tumbados a la bartola.
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